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"Creo que le salvó la vida a mi padre"

Tres descendientes de represaliados de la dictadura reconocen el papel del obispo en su liberación

"Creo que le salvó la vida a mi padre"

Conchita Trujillo, investigadora de la represión franquista en Agaete, y Balbina Sosa, vicepresidenta de la Asociación de la Memoria Histórica de Arucas, creen que Pildain evitó, aunque fuera de forma indirecta, la muerte de sus respectivos padres, Diego Trujillo Rodríguez y Francisco Sosa Batista. Aunque muchas de las actuaciones del obispo durante la dictadura siguen envueltas en el misterio y la contradicción, sí se ha constatado que se preocupó por los víctimas hasta el final de su pontificado en 1966, año en que ayudó a rescatar de prisión a Juan Rodríguez Betancor, joven comunista de Telde que estuvo desaparecido durante más de veinte días. Lo habían ocultado en el Castillo de Mata hasta que se curaran las heridas de las torturas, según recuerda su hijo Pablo Rodríguez. Conchita, Balbina y Pablo tienen en común que sus padres sobrevivieron a la represión, probablemente gracias a la figura de Pildain.

"Presionó para

que no se ejecutaran más penas de muerte"

Los testimonios orales recogidos por Conchita Trujillo en el Valle de Agaete revelan la preocupación del obispo Pildain por los asesinatos y desapariciones de obreros y campesinos en la Vecindad de Enfrente. "Según me han contado los familiares de las víctimas, Pildain no entendía por qué tiraban a esas personas a los pozos sin haberles hecho un juicio previo; fueron torturadas y masacradas sin haber cometido ningún delito, simplemente porque el alcalde de Agaete emitió un bando animando a los vecinos a denunciar a los que creían que estaban en contra de Franco", comenta.

Pildain visitó Agaete a principios de abril de 1937, recién llegado a Gran Canaria y pocos días después de las primeras desapariciones de sindicalistas y dirigentes republicanos. "Dicen que vino a unas confirmaciones en el pueblo y con no se sabe qué disculpa fue después al Valle, desde donde se trasladó en burro a las casas de la Vecindad de Enfrente", resalta la investigadora.

Las personas que quedaban en el barrio, prácticamente solo mujeres y niños, se asustaron y corrieron a esconderse, a lo que él les gritó: "No se asusten, que soy vuestro obispo". Allí mismo comunicó que la ermita de San Pedro se iba a convertir en parroquia. Pocos días antes, la pequeña iglesia del Valle y la plaza aledaña habían sido utilizadas por los falangistas para hostigar a los 23 detenidos de la Vecindad de Enfrente. Se cree que solo uno de ellos sobrevivió, pues era muy joven y lo enviaron a la Península a luchar a la guerra. Se volvió loco y pasó el resto de sus días sentado en un roca, mirando hacia el pueblo y murmurando 'a este lo mato, a este lo mato'.

Trujillo sostiene que, posiblemente, Pildain evitó una segunda saca en Agaete, pues existía otro listado de sindicalistas. También atendió las súplicas de una mujer con cuatro hijas pequeñas que viajó hasta la capital para pedirle que evitara el fusilamiento de su marido, Agustín González Nuez. Consiguió salvarle la vida, pero no pudo evitar las torturas. "Sus hijas me contaron que le habían dado tal paliza que cuando lo vieron en el Hospital San Martín parecía una momia, con vendajes por todo el cuerpo", rememora.

Los militares querían que delatara a los que habían organizado la resistencia en el norte de Gran Canaria, encabezada por Eduardo Suárez Morales, diputado y líder del Partido Comunista, y Fernando Egea, dirigente socialista y farmacéutico de Agaete. No consiguieron que hablara y cuatro años después pudo regresar a casa del casco de Agaete . Suárez y Egea no tuvieron la misma suerte: ambos fueron fusilados.

Aparte de esos testimonios, Conchita Trujillo tiene razones muy personales para estar agradecida al obispo Pildain. "Creo que le salvó la vida a mi padre", comenta. Diego Trujillo Rodríguez era maestro y alcalde republicano de Gáldar cuando estalló la Guerra Civil. Detenido tras el golpe militar de Franco, pasó casi ocho años en el campo de concentración de Gando y fue sentenciado a muerte hasta en tres ocasiones.

"Mi madre se desmayaba cada vez que iba a Gando y le decían que estaba condenado al pelotón de fusilamiento, pero se acordó de que tenía una tía monja en Buenos Aires, sor Anastasia, y le contó su caso", recuerda la investigadora. Sor Anastasia le escribió una carta a Pildain desde Argentina y el obispo "presionó" para que no se ejecutaran las penas de muerte de su padre y de los demás presos que estaban con él.

"Algo tuvo que hacer Pildain, posiblemente su mediación evitó que mataran a mi padre; yo soy partidaria de que se le reconozca como Hijo Adoptivo de Agaete, estoy totalmente de acuerdo", confiesa. Esta opinión supone un buen empuje para los promotores de la iniciativa, pues Conchita Trujillo es la madre de Juan Ramón Martín, el actual alcalde de la villa marinera.

"Mi padre sobrevivió, pero nos condenaron a morir en la pobreza"

La historia de Francisco Sosa Batista, el padre de Balbina Sosa, aún le produce "escalofríos" a esta incansable luchadora por recuperar los cuerpos de los desaparecidos en Canarias. Junto a otros represaliados del franquismo fue conducido una noche para ser lanzado a la Mar Fea, lo que ahora se conoce como curva de La Laja. Cuando aún quedaban cinco presos en el camión aparecieron las luces de otro vehículo y los falangistas frenaron la matanza al creer que era Pildain, que a veces salía de madrugada con su chófer para intentar frenar esos asesinatos.

"Mi padre y los otros cuatro volvieron a nacer esa noche, porque los que cayeron a la marea aparecieron muertos en los días siguientes", señala. Paradógicamente, según los testimonios recogidos por la familia Sosa, las luces no eran del coche del obispo, sino de unos hombre de Telde que volvían de un cabaret de la capital.

Aunque reconoce el papel de Pildain como mediador ante las autoridades franquistas para "frenar el baño de sangre", Sosa mantiene reservas sobre la actuación del religioso, al menos en el caso en las víctimas de Arucas. Su tía, también llamada Balbina, esposa del hojalatero José Sosa Déniz y madre de Pino Sosa, la fundadora de la Asociación para la Memoria Histórica de Arucas (AMHA), también fue a hablar con el obispo cuando buscaba desesperadamente a su marido por las comisarías y presidios de la Isla. Nunca lo volvieron a ver y su cuerpo está probablemente en alguno de los pozos de Tenoya que quedan por excavar o en la Sima de Jinámar , pues no estaba entre los 24 cadáveres que aparecieron en el pozo del Llano de Las Brujas.

"Lo que me contaron mi madre y mi tía es que Pildain les respondió que él no podía hacer nada, que no podía meterse en eso", recuerda Sosa, quien agrega que entre algunas mujeres de Gáldar y Agaete "también sentó muy mal que la respuesta del obispo al fusilamiento o la desaparición de sus maridos fuera proponer un rezo por sus almas".

Sí admite que "tal vez evitó que no murieran más personas, pues se decía que salía por las noches para evitar que se hicieran más sacas de republicanos o que los tiraran a la Sima de Jinámar". Balbina Sosa reconoce entre bromas que la aparición de aquellas luces salvaron a su padre y le dejaron con fuerzas para engendrarla a ella.

El calvario de Francisco Sosa no acabó aquella noche en la Mar Fea. "Mi padre -explica- fue devuelto al campo de concentración y estuvo desaparecido muchos meses, pues se lo habían llevado a Melilla. Lo liberaron por la mediación de algunas familias influyentes de Arucas, pero tuvo que permanecer escondido hasta que ya no hubo peligro, pero en ese tiempo mi hermana murió literalmente de hambre mientras mi madre buscaba a mi padre. Luego seguimos pasando hambre, pero regocijados por estar todos juntos". Nadie le daba trabajo y él tampoco podía hacer mucho, porque llegó de Melilla con un hematoma en el hígado que le podía provocar la muerte en cualquier momento. Y así fue, falleció en 1970, antes de cumplir los sesenta años. "Yo soy una privilegiada porque a mi padre no lo mataron, aunque luego lo condenaron a la pobreza", concluye.

Pablo Rodríguez

"Dijo que mi abuela era como la virgen buscando a su hijo"

Juan Rodríguez Betancor nunca quiso contarle a su hijo Pablo los suplicios que pasó como miembro del PCE en la clandestinidad, pero acabó enterándose. En 1966, con solo 17 años, fue detenido y desapareció. Su madre, Francisca Betancor, fue a ver a Pildain para que intercediera ante el gobernador civil. Esperó durante horas porque nadie avisó al obispo. Al verla allí sentada, Pildain abroncó a sus colaboradores y les dijo "si no habían reconocido en Francisca a la virgen María buscando a su hijo". Tras sus gestiones, fue puesto en libertad. Su madre le acompañó días después a dar las gracias al obispo, un mal trago para un comunista.

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