La pardela se ha relevado como un estandarte de la igualdad y la paridad, organizando su rutina doméstica con turnos en el que el macho y la hembra se distribuyen el trabajo de incubación a rajatabla.

Así, durante la nidificación mientras un miembro de la pareja se queda en su hura, -u oquedad en los cantiles donde hace el nido, y dónde volverá de por vida tras recorrer medio mundo para hacer sus puestas-, el otro sale a alimentarse entre las costas de la isla, el Sáhara y Mauritania, en un picoteo que puede durar de diez a quince días hasta que vuelve y sustituye al otro, que ha permanecido ese tiempo en estricta dieta.

Esta es una de las nuevas conclusiones de un grupo de científicos de la Universidad de Barcelona que, desde hace 14 años, estudian la pardela cenicienta en Canarias, y que están realizando un exhaustivo seguimiento de la especie, una de las más vulnerables del planeta en la actualidad, en el barranco de Veneguera, concretamente en la finca que el grupo Lopesan tiene en el emblemático paraje y donde crían unas 200 parejas.

Desde ese punto y mediante un geolocalizador y un GPS monitorizan a unas aves que por sus hábitos nocturnos y su afición a cruzar océanos siempre había mantenido un cierto misterio sobre sus hábitos de vida, pero que, año a año, van desvelando los científicos de la Universidad de Barcelona, como este citado comportamiento 'en casa' de la pardela cenicienta.

A ellos también se debe, concretamente al ornitólogo Jacob González Solís, el descubrimiento de una mecánica de vuelo que, tras ser practicada en las aguas del archipiélago en sus primeros meses de vida, les permite cubrir distancias de hasta 11.000 kilómetros anuales, desde Canarias a Sudamérica, y de allí a las de Namibia, aprovechando la ondulación de las olas, en una suerte de interminable surf aéreo que les permite consumir la mínima energía posible.

Los sistemas de seguimiento, cada vez más complejos, eficaces y con mayor duración de las baterías, están logrando retratar al ave con cada vez mayor precisión, incluso en sus hábitos más 'íntimos', tal el caso de esta distribución de papeles de madre y padre, algo que los "diferencia de otras especies", según ilustra Joan Ferrer Obiol, también investigador de la UB. La duración de estos aparatos, facilita el documentar tanto la ruta de sus migraciones como los hábitos de alimentación. Así, "el GPS dura un año mientras que el geolocalizador tiene la ventaja de no consumir apenas batería y, al año siguiente cuando los investigadores retoman el trabajo de campo en Veneguera, los suelen recuperar, al punto de rescatar un geolocalizador colocado en uno de los individuos en 2010. El volcado de datos incluye desde "los movimientos de la pardela y el punto de latitud en el que se encuentra el ave", a otros parámetros , como " la corriente, la luz y la actividad, es decir, si está en el agua, en el aire o en la hura".

A eso se añade el trabajo de campo en la población 'residente' de Veneguera, donde se recogen muestras que hablan del estado de salud o el menú "del último mes e incluso en los últimos días, o dónde han cambiado sus plumas", explica Ferrer, que también destaca "las dificultades de supervivencia" que sufre esta especie ante cualquier variación medioambiental, ya que "pone un solo huevo al año y se tienen que cumplir las condiciones óptimas para que se produzca la reproducción". Su esperanza de vida es de unos 50 años, aunque, "hemos registrado pardelas de hasta 70 años".

Esta temporada, la campaña de marcaje finalizará el 1 de agosto, cuando haya finalizado el periodo de incubación. La próxima visita de los investigadores está prevista para octubre, para conocer a los pollos recién nacidos, anillarlos y comenzar su seguimiento.