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La Isla de los niños esclavos

La zafra marcó la historia del llamado 'triángulo de la miseria' de Gran Canaria - Un libro póstumo de Adolfo Santana recuerda aquel tiempo

Puede que los papeles de aquella época ya hayan amarilleado, pero hubo un tiempo no demasiado lejano en el que el Sureste de Gran Canaria era conocido como el 'triángulo de la miseria'. Las agostadas fincas de las ventosas llanuras costeras se convirtieron en el lugar donde algunos se hicieron ricos especulando con la agricultura mientras otros trataban, a duras penas, de ganar un escaso jornal trabajando la tierra. La historia de la zafra y de sus aparceros es una saga de dureza y superación de la adversidad llena de héroes anónimos que en otras circunstancias habría servido para una y mil películas de Hollywood... pero Gran Canaria no es California.

Sí hubo, sin embargo, un periodista que relató aquella epopeya con una prosa endiabladamente directa, plasmando negro sobre blanco este opaco capítulo de la historia de Canarias. Fue el fallecido Adolfo Santana, que había nacido en Valsequillo pero que siendo sólo un niño llegó a uno de los dormitorios de una "casa-choza-barbería" en Las Puntillas, ese barrio al sur de Gando cuyos cimientos tiemblan ahora ante cada propuesta de ampliación del Aeropuerto de Gran Canaria. Santana acompañaba a sus padres, que se dedicaban a cultivar los campos en régimen de aparcería, y pronto grabó en su memoria todos aquellos recuerdos porque aun siendo un chinijo ya sabía "captar a los abusadores desde lejos".

Peseta y media por caja

Quizás resulte descarnado decirlo así, pero Santana recuerda en el libro que sus hijos han sacado adelante gracias al mecenazgo colectivo y que fue presentado el viernes en Carrizal, Retazos de zafra (Canarias eBook, 2016), que "la Isla está llena de gente sesentona que fue niño esclavo". Son todos aquellos que, como él, se dedicaban a "apartar tomates entre la mierda" para ayudar a sus padres, que cobraban una peseta y media por cada caja apta de tomates desflorados uno a uno, "y eso si el cabrón del listero no decidía descontársela alegando que los había sorprendiendo guirreando con tomates con los demás niños".

En aquellas casas se comía lo que se podía, y hasta para eso había que luchar a veces con los mayordomos de las tierras, que podían permitir -o prohibir, como casi siempre ocurría- que los aparceros reservaran pequeños espacios de la tierra cultivable para plantar otras variedades que completaran la dieta, como coles, rábanos, cebollas o calabazas. La carne sólo se veía "mientras durara la que venía en salmuera desde Valsequillo tras la matanza del cerdo que los abuelos hacían cada año" y entretanto su alimentación se basaba en "caldos de papas, arroz y millo y potajes jalados a gofio". Aunque suene extraño, sólo se comía pescado cuando las gallinas ponían huevos, porque éstos se trocaban con las barqueras de Gando por pejines o brecas, y de la base aérea de Gando se aprovechaba "el pan de tropa que regalaban a mi padre", rememora Santana. Los mayores placeres para los niños consistían por aquel entonces en cucuruchos de gofio con azúcar y unas gotas de aceite, "una delicia a la que a veces añadíamos el dulce sabor de los tomates chicos, sabrosísimos".

Aquel Sureste de escasez, representado por la opulencia de la que algunos podían presumir gracias a la precariedad de otros, era una tierra de nadie que veía como los extremos de la Isla que le quedaban a cada lado se sumaban al progreso sin mirar atrás. Al norte, la capital crecía y crecía mientras hacia el sur las tierras del conde de la Vega Grande iban transformándose en la hidra turística en la que acabaron convertidas. Los había que, cegados por el fulgor de las primeras luces láser que llegaron a las discotecas de playa del Inglés como La Bamba, desertaban del sufrimiento agrícola para pasarse a los servicios pensados en el visitante de sol y playa, mientras núcleos como Las Puntillas fueron consolidándose con tiendas, bares, dulcerías y hasta pequeñas industrias.

La democracia trajo cambios y aquel 'triángulo de la miseria' se convirtió en lo que los políticos rebautizaron como el 'triángulo de las oportunidades'. Tuvo mucho que ver el trabajo de la Mancomunidad del Sureste, de la que Santana era admirador. "Mi padre fue un hombre que creció con la miseria que se narra en el libro, pero que vivió para ver cómo se implantaban las políticas de energías sostenibles, se recuperaban las costumbres y se generaba empleo", comenta ahora, al hilo de la publicación del libro, su hija Gara Santana.

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