Era la una y treinta y tres minutos de la tarde. Cielo despejado y unas brisas. De repente, en el quicio de la cancela de la iglesia principal asoma la imagen de la Virgen.

En las escaleras de piedra del templo del siglo XVII decenas de personas esperan el acontecimiento. Abajo, la banda de música, con los instrumentos preparados. Es ahí cuando comienza un somero chispi chispi de pétalos. Arriba, en la imponente azotea con cubierta a dos aguas se encuentra el mismísimo foco de la borrasca, un sistema formado por Pirotecnia Canarias, comandado por Víctor, Borja y Francisco Jiménez, de Teror, con máquinas de ventolera, una suerte de ventiladores industriales fuerza 4 o 5.

Aquella somera garuja de principios torna a chubasco casi aviso amarillo. De repente la escalinata, la calle y parte de la Plaza Grande se nubla de rosa y blanco y sobre las cabezas de los feligreses se comienzan a adornar de la foresta, especialmente cuando entre los pétalos se cuela algún cogollo. "Tengo hasta por dentro de la espalda", confiesa una señora.

Aún faltaba la meteorología por aportar. Dos minutos después un viento racheado cruza de estribor a babor la espectacular fachada neoclásica, y lo que era lluvia vertical ahora es vendaval horizontal. El milagro está servido. Sobre el pretil las tres banderas, de España, de Guía y de María, ondeando como la proa de un navío con la fuga del alisio. Tormenta perfecta. Es cuando la imagen se atreve a abordar los escalones. El trono vira hacia adelante peligrosamente, como antes de entrar en una ola. "A mí esto me da un miedo que no quiero ni mirar", exclama la señora a la que se le cuelan las flores, y que ahora tapizan la piedra.

"Que bonito todo", resume su vecina de escalón. Tal es la filigrana de la crucial bajada que cuando llega a tierra firme hay amago de aplauso, silenciado por los rotundos primeros acordes de los músicos. Y de ahí parte la comitiva por el añejo entramado de la ciudad.

La vecina de escalón advierte al resto cuando comienza el momento dispersión. "Cuidado que esto resbala". No terminó de decir 'bala' que desaparece en su propio resbalón. Fue milagro también su rápida reposición como su cambio de opinión: "A cualquiera se le ocurre tirar todo esto al suelo". "Jesús, ave María", le responde una tercera.

Y no iba a ser lo único que en Santa María de Guía, ayer, en el día de su fiesta grande, iba a alfombrar los pisos. El remate vendría a las siete de la tarde, una hora pactada para abrir las 'hostilidades' con la batalla de flores, y que en la ciudad norteña no se salda con un amable intercambio de claveles, sino con una guerra de guerrillas con confeti tierra-tierra que se desarrolla entre las trincheras de las calles Médico Estévez y Marqués del Muni, con base de operaciones también la Plaza Grande para parranda de aquellos en edad de recibir munición y aún así reírse de la artillería.

Vino a poner orden el cantante José Vélez, con su concierto de optimista título 40 años..., y seguimos y el que ofreció lo mejor de su repertorio también en la Plaza Grande, escenario de la posterior verbena amenizada por Star Music hasta las tres de la madrugada.

Papagüevos, juegos y teatro

Y para los que sobrevivan a batallas, conciertos y verbenas, hoy tendrán aún más entretenimiento en Guía con la fiesta del compatrono San Roque, y que también sacará a la calle a la figura del santo después de la misa de las once y media de la mañana, con un recorrido que lo llevará por lo alto de la ciudad norteña, por las calles Luis Suárez Galván, Poeta Bento y la plaza del propio santo.

Por la tarde se ofrecerán más juegos tradicionales infantiles en el barrio y un pasacalle de papagüevos por las calle Pedro González Sosa y el Hospital de San Roque, para acabar el día con una sesión de teatro costumbrista a cargo del grupo Piedra Molino