"Observa qué luminosidad, qué maravilloso atardecer. No hay nada mejor que Gran Canaria para descansar; si algún día me pierdo, seguro me encontrarán aquí", llegó a afirmar el prestigioso compositor y maestro de orquesta estadounidense Leonard Bernstein (1918-1990), durante sus estancias en la que en diferentes ocasiones fue su isla de retiro. Y cumplió. En Gran Canaria seguimos encontrando a Lenny en la memoria de sus amigos, musicólogos y de quienes tuvieron ocasión y el privilegio de conocerlo. Aquí disfrutó del sosiego y la paz lejos de los escenarios. Se recluía en el sur, en la finca que su buen amigo y también maestro, Justus Frantz, posee en un entorno idílico de Maspalomas, en Monte León. "Tienes que venir. El entorno es prácticamente virgen, el clima es magnífico y las personas que habitan la isla son maravillosas", le explicó Frantz en aquella primera invitación a Bernstein y su mujer, Felicia, en 1971. No le costó convencerlos. Y, casi en el primer contacto, Lenny hizo de Gran Canaria el reducto ideal para reponerse; para organizarse mentalmente y poner al día sus ideas. Para así, a su regreso a la cotidianidad de un músico universal especialmente ajetreado y aclamado, retomar su pasión con fuerza.

Tanto la composición y la dirección de la Orquesta Filarmónica de Nueva York (1943-1990), como proyectos de docencia, libros o nuevos programas de televisión de iniciación a la música. Como los dominicales Young People's Concerts, emitidos por la CBS ininterrumpidamente entre 1958 y 1972, que lo convirtieron en un referente en la divulgación cultural en todo el mundo por su particular forma de explicar y ofrecer ejemplos a niños y jóvenes. "No sólo era un gran músico, también era un genio de la comunicación", rememora Justus Frantz. En los ensayos, hacía vivir y sentir con intensidad las obras que estuvieran tocando, con escenificaciones muy visuales, extravagantes. "¡Te están arrancando las vísceras con una espada y arrastrándote por el suelo de un lado para otro!", así logró en 1958 la versión más emocionante jamás registrada del ballet Le Sacre du printemps, dejando sin palabras al propio Igor Stravinsky. Pero, sobre todo, Bernstein hacía reír. Mucho. "¡Oh, dios mío! ¡Enciérrenlo!", bromeó con Peter Hofmann mientras ensayaba con dificultades su debut como Tristán en la ópera Tristán e Isolda, de Wagner, que precisamente el maestro preparó en la isla para su interpretación en Múnich.

Y es que el compositor de musicales como West Side Story (1957) y On the Town (1944), con el mítico tema New York, New York que inmortalizaría en la adaptación cinematográfica Frank Sinatra; o la opereta cómica Candide (1944), vivía por y para la música. Y Gran Canaria era su entreacto perfecto para reponer la inspiración. Pues por más descanso que hallara en la isla, quien lleva la música en vena no puede mantenerse completamente alejado del piano y del papel pautado. "Decía que la luminosidad de los días en el sur y las noches plagadas de estrellas, lo entusiasmaban como en ningún otro lugar; se sentía veinte años más joven y motivado", explica Frantz. Quien confirma que aquí Lenny compuso su último gran musical, 1600 Pennsylvania Avenue, o su única ópera, A Quiet Place, además de piezas para orquesta como Halil o Slava!; también trabajó en una versión nueva de Candide y escribió varias piezas para piano para su gran amigo. Durante largas madrugadas en la finca, junto a la piscina, con su copa de whisky doble con agua y hielo sobre la madera negra, envuelto en el humo de un cigarrillo tras otro y cubriendo de cenizas hasta las teclas. "En la finca Lenny dio muchos conciertos y descubrió nuevamente su placer por tocar música; le dio una nueva base a su vida", asegura el anfitrión.

Bernstein, un hombre sencillo

"Me contaba que había conseguido componer piezas que en los cinco años anteriores no había podido. Y eso lo hacía sentir muy feliz, muy feliz", afirma emocionado Justus Frantz. "Una vez tocó al piano para nosotros y de memoria la versión de orquesta de la ópera Der Rosenkavalier, de Strauss; fue una actuación fantástica durante dos horas y media, sin mirar las partituras, en una intensa lucha con el piano... Tocarla al piano es muy difícil, ¡pero la versión de orquesta es casi imposible! Fue la interpretación de ópera más fascinante que he visto nunca". También se entregó a la filosofía y la lingüística y en aquel jardín surgió la famosa serie de lecturas The Unanswered Question o conferencias Norton. Seis charlas que Bernstein impartió durante el año que ejerció de profesor invitado en la Universidad de Harvard, entre 1972 y 1973, y en las que trazó similitudes entre la música y otras disciplinas como la poesía, la estética y la lingüística, con contenidos accesibles para un público con poca o nula experiencia musical.

Bernstein era un hombre sencillo, de trato afable y gran sentido del humor, fueran quienes fueran sus interlocutores. "Una persona con la que se disfrutaba", recuerda José Rey, el cocinero de la finca de Monte León durante varias décadas y también amigo del maestro. En una ocasión, explica Rey, Lenny coincidió en una cena con un gobernador de Bundesbank y otra persona de la banca privada "y él era quien dirigía la conversación y la comida". "¡Tú cómete esto! ¡Y te lo tienes que comer todo!", les decía en su particular tono jocoso. Trataba a todo el mundo por igual y bromeando, independientemente de si eran celebridades como la familia Kennedy, con quienes mantenía una buena amistad, o ciudadanos de a pie. Además, afirma Rey, "era imposible enfadarle". Vecino de John Lennon en los Dakota Apartments de Nueva York, ambos mantenían una divertida disputa de géneros musicales y volumen del reproductor desde sus viviendas, una sobre la otra. Tanto es así, rememora José Rey, que Lennon siempre iba a recoger a Bernstein al aeropuerto y lo esperaba con su guitarra eléctrica a todo volumen; "le volvía loco, pero Lenny, en vez de enfadarse, se ponía a bailar con él su estilo de música y reían". También era un gran aficionado al flamenco. "Un día organizamos una comida en la finca con amigos y se escuchaba mucho ruido en la cocina; al ir me encontré a Lenny y Josito dando palmas y zapateando, amaba la cultura española", ríe Frantz, quien podría escribir un libro sobre las anécdotas vividas con Bernstein en la isla. Accidente de coche incluido. "El día en que llegó por primera vez a Gran Canaria quería conducir él e iba tan entusiasmado con los paisajes, que casi caemos por un barranco. ¡Era el peor conductor que he conocido jamás!", bromea.

Tan gestual y extrovertido como se exhibía batuta en mano, sin la varilla, Bernstein era especialmente receloso de su privacidad. Y aunque no concedía entrevistas ni permitía que se registrara su voz para la posteridad, "si he de ser inmortal, que sea por mi música", también trató con amabilidad a los medios de comunicación isleños de la época que intentaban extraerle algunas declaraciones. Bien aprovechando su visita al Teatro Pérez Galdós, con motivo de la Ópera de Las Palmas, o en el mismo aeropuerto mientras facturaba el equipaje de vuelta a los Estados Unidos; los periodistas debían aprovechar la menor oportunidad, pues no se prodigaba en apariciones en público. Le gustaba pasar desapercibido, ser un ciudadano más.

Gran Canaria en el panorama internacional

Quizá por eso le conquistó de inmediato Gran Canaria. "He venido a este maravilloso lugar precisamente huyendo de ustedes", bromeaba para después regalar algunos ratos de conversación, "sin magnetofón, dialoguemos tranquilamente como buenos amigos", en los que mostraba la estima que sentía hacia esta tierra. "Nunca se borrarán de mi mente los momentos que he pasado entre los grancanarios", aseveró a José Martín Ramos del periódico El Eco de Canarias, en abril de 1973. Con su característico pelo cano resaltado por la piel bronceada y un atuendo todavía desenfadado, americana de lino y pañuelo estilo oeste al cuello resistiendo a la sobria vestimenta que se exigiría sobre el podio al día siguiente en Nueva York, en su último concierto antes de un período de retiro para componer en la paz que ansiaba; relajado; feliz; siempre sonriente. Planeando quizá su regreso a Gran Canaria.

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Bernstein disfrutó aquí de los mejores momentos de sus últimos años de vida y, sin duda, contribuyó de manera destacada a situar a Gran Canaria en el panorama musical internacional. Si bien entre sus cuentas pendientes quedó dirigir un gran concierto en la isla, estaba dispuesto a hacerlo en el auditorio al aire libre que se planeó construir en Maspalomas en los años setenta. Con escenarios naturales, unas extraordinarias condiciones acústicas y capacidad para diez mil personas. Pero la crisis del petróleo de la década truncó los planes. También lo intentó hasta la extenuación Rafael Nebot para el Festival Internacional de Música de Canarias; entonces su fallecimiento impidió que se materializara lo que para muchos amantes de la música y para el propio Lenny habría sido un sueño cumplido.

Quedó su promesa de encontrarlo siempre en Gran Canaria y se cumple en los diferentes actos culturales que, con motivo del centenario de su nacimiento, vienen organizando el Cabildo de Gran Canaria (a través del Teatro Cuyás, Orquesta Filarmónica de Gran Canaria, Centro Atlántico de Arte Moderno y Gran Canaria Espacio Digital); el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria (a través del Auditorio Alfredo Kraus, Teatro Pérez Galdós y Fundación Martín Chirino); el Gobierno de Canarias (a través del Conservatorio Superior de Música de Canarias); la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (a través del Aula de Cine); la Asociación Amigos Canarios de la Ópera; y la Sociedad Filarmónica de Las Palmas de Gran Canaria, con el patrocinio de Fundación CajaCanarias, Obra Social "la Caixa", Fundación Mapfre Guanarteme y la Fundación Sgae. Un programa conmemorativo que puede consultarse íntegramente en la página web www.bernstein100.com.