En los primeros días de septiembre de 1868, hace ahora 150 años, un grupo de generales deportados a Canarias se reunieron secretamente en una casa del Monte Lentiscal (Santa Brígida), propiedad del entonces alcalde constitucional de Las Palmas, Antonio López Botas y su esposa Concepción Massieu Bethencourt, y allí fraguaron un golpe militar que dio lugar a la llamada Gloriosa Revolución que puso fin a la monarquía de Isabel II. A partir de esos momentos comienza el llamado Sexenio Democrático que, por primera vez, se pretendía crear un régimen democrático en el país.

Entre los asistentes a aquella reunión se encontraban Francisco Serrano y Domínguez (duque de la Torre), Antonio Caballero de Rodas, Domingo Dulce, Ramón Nouvilas y Francisco Serrano Bedoya, acompañados de sus respectivos ayudantes de campo; todos ellos desterrados en las islas por el gobierno ultraconservador del militar Luis González Bravo, que siguió con la política autoritaria y represiva de su antecesor. A la mañana siguiente de la cena conspirativa los militares abandonaron el lugar en caballerías y embarcaron en dos vapores que zarpaban del puerto de Las Isletas en dirección a Cádiz, en cuyo puerto aguardaban el general Prim y el almirante Topete, destacado miembro de la Unión Liberal. Pero como entonces un vapor tardaba entre cuatro y seis días de azarosa travesía en llegar a su destino, dependiendo del tiempo, los generales desembarcaron el sábado 19 de septiembre, pocas horas después de iniciada la Gloriosa Revolución, materializado en el manifiesto ¡Viva España con honra! que se saldó con el exilio de Isabel II y la elección posterior de un nuevo rey en las cortes españolas, Amadeo de Saboya.

La presencia de lo más granado del Ejército español y del partido unionista en las islas tuvo un inicio abrupto, como sobrevenido. En medio de un ambiente de crisis económica, la primera del capitalismo español, pero también de fuerte malestar social y descontento político que se vivía en el país, los generales Domingo Dulce y Garay, Francisco Serrano Domínguez y Francisco Serrano Bedoya -todos militares unionistas- fueron detenidos en sus domicilios de Madrid durante la mañana del 7 de mayo de 1868, y conducidos hasta el castillo de San Sebastián en Cádiz. Allí se les sumó el general Antonio Caballero de Rodas, arrestado en Zamora. Todos ellos, con algunos militares más recluidos en diversos penales de la Península, fueron acusados de conspiración contra el Estado y de pretender un alzamiento nacional. Cinco días después, los presos fueron deportados a Canarias en el vapor Vulcano, arribando el 16 de mayo al puerto de Santa Cruz de Tenerife, donde desembarcaron Serrano Domínguez (Duque de la Torre) y Serrano Bedoya, siendo recluido el primero en La Orotava, permitiéndosele al segundo moverse entre La Laguna y Santa Cruz de Tenerife. El Vulcano zarpó hacia Las Palmas a la mañana siguiente, y aquí bajaron Dulce y Caballero de Rodas, siendo el núcleo de residencia del primero la capital grancanaria y del segundo Arrecife de Lanzarote, aunque permanecerá siempre en Las Palmas.

Algunos personajes trabajaron y colaboraron en Gran Canaria para lograr el derrocamiento de la monarquía. La suerte de los generales deportados a esta tierra y su venturosa incorporación a la sublevación en Cádiz fue una parte de ese trabajo. En especial, fue encomiable la labor de un joven abogado y periodista Fernando León y Castillo, vecino entonces de su paisano Galdós en Madrid, que servirá de correo a los intereses de los unionistas, pues participa en la conspiración al ofrecerse a portar las cartas de Eduardo Gasset y Artime, director del periódico madrileño El Imparcial, cercano a las ideas unionistas, con la intención de afianzar y fraguar con mayor fuerza la coalición antigubernamental. El viaje de Castillo a Gran Canaria sirvió para tales fines, a pesar de estar bajo sospecha y vigilancia, pues el Gobierno también desconfiaba de él, tanto por su actividad periodística en las principales publicaciones liberales del país como su acción política. Tras la Revolución fue nombrado gobernador civil de Granada y Valencia, y elegido diputado a Cortes por Gran Canaria en 1871.

La estancia del general Dulce en Gran Canaria parece que no ayudó mucho a su maltrecha salud; al contrario, se agravó a los pocos días de su llegada, siendo el preludio de un desenlace fatal en la siguiente anualidad. Una casa de campo de Tafira, propiedad de la familia de don José de la Rocha, servía de habitual residencia de descanso. El destierro de los generales tuvo buena acogida en Las Palmas por la evidente importancia de sus personas y méritos, teniendo ambos notable libertad de movimientos ante la escasa presencia de la policía provincial capaz de vigilar sus pasos. En este contexto de laxa existencia y control debe enmarcarse en esas fechas la reunión secreta de los generales celebrada en aquella casa de El Monte, siendo una de las muchas atenciones recibidas por los generales, quienes asistieron a encuentros con miembros de la élite en el Gabinete Literario o paseos por diversos rincones históricos de las islas.

Los generales Caballero de Rodas y Domingo Dulce, el último en su estancia en Cuba como capitán general (fotos tomadas de http://estoespasionporcadiz.blogspot.com.es/2011/09/la-revolucion-la-gloriosa-en-cadiz-18.html).

Destacada actuación

También el alcalde de Las Palmas López Botas tuvo una actuación destacada en los momentos precedentes a la Revolución del 68, ya que aprovechando la lejanía de aquella hacienda aislada entre las frondas del Monte Lentiscal, cerca de la espectacular caldera de Bandama, y las tortuosidades del relieve, su casa sirvió de lugar secreto para la reunión de aquellos opositores al régimen isabelino que se llamaron Francisco Serrano Bedoya, Domingo Dulce y Garay, Antonio Caballero de Roda, en los que pareció encarnarse el espíritu de la revolución en ciernes. A este grupo de destacados militares se unieron también los coroneles Lorenzo Milans de Bosch y Lorenzo López Domínguez, éste último ayudante de campo del general Francisco Serrano Domínguez, a quien el alcalde capitalino dispensó un auxilio decisivo y eficaz, al traerlo desde Tenerife tras desembarcar en el puerto de Sardina del Norte. Allí, entre copas de vinos de la bodega y conjuras contra la reina Isabel II, surgió la chispa de la revolución que cambió el rumbo político de España y proporcionó a la nación más libertades y una mayor participación democrática de sus ciudadanos. Era el final del reinado de Isabel II, a quien se le criticaba por tratos de favor a ciertas élites políticas, sobre todo por el sector más conservador del Partido Moderado.

Aquel otoño había llegado cargado de presagios. Desde que ocurrieron los primeros altercados graves y la corona tuvo claros indicios de que una máquina infernal se ponía en marcha, alertada por González Bravo, la reina Isabel decidió prolongar su retiro de verano en San Sebastián, desde donde era más fácil ponerse a salvo, camino del exilio en Francia. Por primera vez en la historia de España un monarca -en este caso una reina- era destronado por el pueblo tras un pacto entre diversos partidos progresistas y demócratas, tanto monárquicos como republicanos. Aunque la monarquía patrocinada por Prim también fracasaría, así como el primer intento republicano en la historia de España, caracterizada por la inestabilidad política. Lo cierto es que seis años después de la Gloriosa, del asesinato de Prim, de la abdicación de Amadeo I y del desastre de la I República, los Borbones retornaron al trono de España al ser proclamado Alfonso XII, hijo de la reina destronada, dando paso al periodo conocido como Restauración. Son acontecimientos importantes en la agitada vida española que el escritor Galdós sigue muy de cerca y graba con fuego en su memoria, tal vez inspirado por su padre, Sebastián Pérez Macías, teniente coronel que tenía su casa de campo sobre la montaña de Los Lirios, a un tiro de piedra de la hacienda donde se reunieron en secreto los generales. Pero también por ser testigo de algunos de los acontecimientos de la jubilosa revolución que había traído la primera esperanza sólida de libertad y progreso a España.

Él mismo lo diría años más tarde en sus Memorias de un Desmemoriado: "Estos sucesos dejaron en mi alma vivísimo recuerdo y han influido considerablemente en mi labor literaria". Sin lugar a dudas, don Benito se convertiría en gran escritor de la novela realista gracias a la tremenda enseñanza de la historia viva, aportando a sus textos una gran riqueza, ambición narrativa, pero también a su memoria viva para entender el curso caótico de la vida pública española, ya que no debemos olvidar que el joven Galdós sería testigo de la entrada jubilosa en Madrid de los generales Francisco Serrano y Prim. Y que al año siguiente se dedicó a hacer crónicas periodísticas sobre la elaboración de la nueva Constitución, cuando todavía no se había desengañado de la política.