El Cabildo de Gran Canaria hizo anoche un viaje en el tiempo para rememorar el pasado y regresar al presente para demostrar que la cultura popular isleña aún está viva, y lo está en la sabiduría de cinco artesanos mayores de 80 años que recibieron un reconocimiento por haber dedicado su vida a los oficios artesanos y creado escuela para trasladar sus conocimientos a las nuevas generaciones y evitar que se pierdan.

Los protagonistas del Acto de Reconocimiento al Oficio Artesano fueron la caladora Milagros Ramos, la cestera de palma Rosario Molina, el forjador y latonero Francisco Socorro, el cestero de caña y pírgano Francisco del Pino y la tejedora María Castro, porque han sido testigos de una época plagada de necesidades y a la vez guardianes de valores como el tesón para salir adelante pese a las adversidades y el respeto por las tradiciones, además del trabajo bien hecho a base de esfuerzo y de paciencia, dos ingredientes fundamentales de la artesanía.

"Teníamos el sol marcado, y por eso sabíamos la hora, el que tenía reloj era rico" comentan al inicio del documental que rememoró sus recuerdos y trajo al presente esa sabiduría que solo los años dan. "La gente antes tenía menos prisa. Hoy la gente quiere hacer cinco cosas a la vez, el móvil no lo suelta, y ninguna hace bien", sin embargo "en la vida hay que hacer las cosas bien, despacito y con buena letra".

"Ustedes son el cimiento indispensable de esa Gran Canaria de la que nos sentimos orgullosos", les agradeció el presidente del Cabildo, Antonio Morales, ya que son hijos, nietos o tataranietos de personas con inquietudes creativas de los que han heredado su pericia para transformar metales, fibras o tejidos en objetos de uso doméstico o decorativo.

Además, "han mantenido una lucha desigual contra productos industriales y despersonalizados", lo que los convierte en auténticos héroes.

Y es que son unos artesanos que han logrado preservar la cultura de sus orígenes en una época en la que, como verseó el presentador del acto, Yeray Rodríguez, "todo se compra y los sueños son en serie". Y fueron también los versos de niños y niñas de sus municipios los que fueron dándoles paso antes de proyectar el documental.

Con su naturalidad y sabiduría, los cinco lograron que muchos de los asistentes lloraran y rieran a la vez con sus relatos. Una emoción provocada al escuchar en la proyecció los malos momentos que vivieron, en ocasiones por pasar hambre y tener que caminar descalzos, por trabajar en tomateros, almacenes y cuidar el ganado y a la vez seguir con el oficio para lograr sobrevivir.

Las risas, en cambio, las originó María Castro, quien no dudó en asegurar que le encantaría tener ahora 20 años para ir a playa porque antes solo iban el día del Pino, aunque lloviera, y cuando parafraseó a Belén Esteban al asegurar que por sus hijos mataba, ya que le costó mucho esfuerzo que pudieran estudiar, y lo consiguió.

Y fue la más longeva, Rosario Molina, la que se llevó sonoros aplausos, especialmente al decir que las mujeres siempre habían trabajado más que los hombres y al confesar que creía que se merecía el premio, al igual que lo hizo Francisco del Pino.

Uno a uno, los cinco homenajeados recibieron la gratitud del público y una obra de José Robayna entregada por el presidente del Cabildo y la consejera de Artesanía, Minerva Alonso.

Además, el público también se volcó con los miembros del Proyecto Comunitario de la Aldea por su actuación de los cantares que se hacían antiguamente durante trabajos como la descamisada de millo o la molienda del grano para hacer gofio, al igual que los cantantes Pedro Manuel Afonso y Beatriz Alonso durante sus actuaciones junto al guitarrista Javier Cerpa.

Infecar acogió así un entrañable acto que también sirvió para reafirmar el compromiso del Cabildo con la divulgación del patrimonio y la artesanía, una actividad que ofrece una mezcla entre lo efímero y lo eterno, y dada la innovación que le imprimen los nuevos artesanos, entre lo más antiguo y lo moderno, destacó Morales.

Milagro Ramos, caladora que pide cuidar la artesanía

Milagros Ramos, de 84 años, nació en La Orotava aunque pasó la mayor parte de su vida en Las Palmas de Gran Canaria. Aprendió muy joven el oficio de calado con su madre, Eduvigis Pelayo, quien abrió una empresa de calado en el barrio de Triana después de quedarse viuda con solo 24 años. Madre e hija, junto a otros empleados, atendían allí encargos, vendían directamente sus creaciones o las distribuían a otras tiendas, mientras impartían cursos de formación.

Milagros no solo heredó el oficio de su madre, sino también su vocación y un carácter emprendedor que la llevó a evitar que la actividad desapareciera a raíz de los cambios sociales y económicos que se produjeron en la segunda mitad del siglo XX. Por ese motivo pide cuidar la artesanía y transmitirla a los jóvenes.

Rosario Molina, transmisora del oficio de la cestería

La cestera de palma Rosario Molina, de 88 años, nació en Tejeda y en la década de los cincuenta se trasladó con su familia a La Aldea para trabajar en los tomateros porque era una de las pocas oportunidades para tener un empleo, y allí se quedó. Aprendió este oficio junto a su madre porque era una práctica que realizaban todas las mujeres de la familia. Así comenzó a elaborar diferentes modelos de sombreros, esteras y serones.

Desde entonces ha trabajado la palma para vender los artículos y también ha enseñado esta labor en riesgo de desaparecer, además de aprender a tejer para realizar también este oficio. Aunque ya está retirada, participa en ocasiones en los cursos de palma que imparte el Proyecto Comunitario de la Aldea.

Francisco Socorro, el moldeador de metales

El forjador y latonero teldense Francisco Socorro de 86 años comenzó a trabajar en el sector del metal con solo 16 años cuando entró como aprendiz en el taller que tenían los hermanos Hernández Ramírez en el barrio de Ejido, en Telde. A partir de entonces, el modelado de los metales ha estado siempre presente en su vida.

A lo largo de su extensa trayectoria ha realizado una variada producción, no solo de objetos para cubrir distintas necesidades del día a día, sino también obras artísticas para su admiración.

Francisco del Pino perfeccionó el oficio observando los cestos

La caña y pírgano es la especialidad de Francisco del Pino, que nació hace 83 años en Valsequillo y posteriormente se trasladó con su familia a Santa Lucía. Aprendió el oficio desde muy joven gracias a las enseñanzas de un cestero de su pueblo, quien le mostró el camino para elaborar diferentes modelos de cestos con fibras vegetales de los barrancos de la zona, como cañas, pírgano y mimbre. Pero fue la "radiografía" que le hacía a los artículos que veía en las ferias lo que le llevó a perfeccionar esta técnica.

Este oficio lo compaginó inicialmente con otros trabajos para después dedicarse a él en exclusiva. Al igual que el resto de artesanos premiados, ha participado en numerosas ferias e impartido cursos en diferentes municipios de la Isla.

María Castro, tejedora de Ingenio y una luchadora

Por último, la tejedora de Ingenio María Castro de 83 años aprendió desde muy pequeña los trabajos con lana junto a su madre, abuela y tías. La familia compraba este material a los vecinos que tenían ovejas y, tras convertirla en hilos, tejían en los telares diferentes paños para venderlos por varios puntos de Gran Canaria.

Ya con 15 años tuvo que enfrentarse sola a un telar para confeccionar las prendas, labor que debió compaginar con el trabajo en los tomateros y en los almacenes de empaquetado en el sur grancanario. Un duro trabajo para lograr que sus hijos estudien una carrera por lo que no duda en asegurar que es una madre coraje.