Eran las doce y media cuando por la calle Real de la Plaza de Teror suenan pito y tambor. Francisco Cabra es el que abre la comitiva detrás de nueve caballos peinados de crines y colas.

Cabra regala el Olé, olé, el Para qué quiero más tormento, Lloran los pinos del Coto, y el remate con Desde Canarias al Rocío, montando la fiesta al llegar a la plaza de la basílica con decenas de romeros del Rocío que lanzan vivas a las vírgenes, a la Blanca Paloma de Almonte y a la del Pino, hermanándolas una vez más, como desde hace ayer cuarenta años.

Con la misa cantada y la sentida ofrenda floral que le rindieron en el interior de la basílica culminaban dos jornadas de jaleo, que comenzaban el sábado al mediodía con otra eucaristía cantada por el coro de la Hermandad del Rocío en la iglesia del Cristo, en Guanarteme.

Ese era el punto de arrancada para comenzar con el traslado del Simpecado desde la capital a la villa mariana, esta vez sin la tradicional carreta tirada por bueyes que, ayer, se echó en falta. Francisco, que además es secretario de organización de la Hermandad, tuvo que explicar no pocas veces que se encuentra en plena restauración, después de esas cuatro décadas de subidas a la localidad de medianías, un 'kilometraje' que le ha pasado factura a tablas y remaches.

Esa tarde y noche del sábado acamparon en los solares de La Marina, donde se encendió la fogata, se le dio hervor a caldos y sopas y se arrancó por bulerías. Y no un rato. "Toda la noche", con un alto para rezar el Santo Rosario a las once en punto como subraya Francisco Cabra. Una vigilia de fervor y fiesta para guardar el Simpecado, el blasón con la figura del Rocío que simboliza el hermanamiento de dos pueblos con el escudo bordado de Las Palmas.