Los desangelados cementerios de Gran Canaria se llenan en estos días de bulliciosos visitantes que recuerdan a sus seres queridos. Pero son pocos los que se fijan en algunos secretos que guardan determinados camposantos. En el cementerio municipal de Arucas, en concreto, un pequeño mausoleo en piedra azul del lugar espera desde hace 76 años por los restos de un voluntario de la División Azul, muerto en el frente de batalla ruso, el cuerpo de Antonio Jiménez Martín, primer alcalde franquista de Arucas.

En el exterior de la cripta, dos placas de mármol blanco describen: Teniente Antonio Jiménez Martín, ¡Presente! Fundador de la Falange Local, Camisa Vieja-Alcalde de Arucas. Voluntario de la División Azul, caído el 3 de marzo de 1942. No hace falta más información: en esa fecha y en el destino de su protagonista están resumidos una parte de la tragedia colectiva del siglo XX de este país, la gran diáspora que le llevó a luchar y a morir tan lejos de donde había nacido. Este vecino de Arucas fue mortalmente herido en los campos rusos durante la primera fase de la Segunda Guerra Mundial. Tras su muerte, el sepulcro que ornamenta un nicho común fue labrado por un cantero local con la intención de albergar los restos mortales del teniente, pero estos nunca llegaron. Fue uno de los miles expedicionarios voluntarios que Franco formó en el verano de 1941 para apoyar a Hitler, compartiendo con los soldados alemanes el rigor del durísimo invierno ruso y la amargura de la derrota.

Antonio Jiménez había nacido el 1 de julio de 1914 y era uno de los hijos del matrimonio formado por Antonio Jiménez Ramos y Agustina Martín Ramírez, destacados vecinos de Bañaderos. Se afilió a Falange Española en 1935, convirtiéndose con apenas veintiún años en uno de sus fundadores y jefe local de este partido de extrema derecha y corte fascista. Su historia se parece mucho a la de los cientos de seguidores de José Antonio Primo de Rivera de los años treinta del siglo pasado. De orígenes humildes, era un joven trabajador para sacar adelante a su familia de siete hermanos pronto queda cautivado con el mensaje falangista. Afiliado al partido con 20 años se convierte en un ferviente activista de Falange Española y de la JONS, ganándose el respeto de sus compañeros y ascendiendo diversos puestos en el escalafón interno de un partido aún minoritario, pero que tenía a gala proclamar que la mejor dialéctica era la de las pistolas.

Arucas en el abismo

El sábado 18 de julio de 1936, cuando la Historia de España estrenaba uno de sus más tristes episodios, la Guerra Civil, aquel muchacho falangista de 22 años recién cumplidos se sumó arteramente a un golpe de Estado ya en marcha, tomando parte junto a otros camaradas para hacerse con el control militar de su localidad natal, pero fueron rechazados por un número superior de defensores del Gobierno legítimo de la República que se hicieron fuertes en el Ayuntamiento.

Ese día Arucas se convirtió en un fortín republicano, apoyado por decenas de vecinos, concejales, el maestro Juan Doreste Casanova, primer alcalde del Frente Popular, seis guardias municipales y hasta el fosero de Cardones, Francisco Medina, alias el bragado, que se mantuvieron leales a la legalidad republicana en el interior de las casas consistoriales después de volar con dinamita el puente de Tenoya. Sin embargo, las cosas se complicaron en el transcurso de las horas por la gran cantidad de medios con la que contaban los sublevados que, aparte de los refuerzos traídos de la capital, al mando del comandante de Artillería, Ramón Hernández Francés, lograron apostar una ametralladora de trípode en la torre campanario. Una ráfaga de disparos y un proyectil de cañón de campaña que impactó contra la fachada del viejo ayuntamiento bastaron aquella mañana del domingo para vencer la recia oposición y poner en fuga a los defensores republicanos.

A pesar de la violenta contienda, solo el jornalero José Gómez Viera, vecino de la Acequia Alta, resultó muerto como consecuencia de un disparo de las fuerzas militares. El médico Anastasio Escudero Ruiz lo atendió en la azotea del edificio del mercado donde se había refugiado, armado con una vieja escopeta de caza, pero no pudo salvarle la vida. Los cabecillas de la revuelta huyeron en una falúa de Agaete a La Aldea, con el objetivo de seguir rumbo a África, camino de un frustrado exilio.

En aquellos instantes la calle asistía a un peligroso escenario de las obsesiones sin que la población fuera aún consciente de los graves acontecimientos que se avecinaban, desatándose persecuciones, practicándose numerosas detenciones y revanchas sobre los vencidos. Al amparo del colapso de la legalidad provocado por el levantamiento militar, había comenzado en Gran Canaria una cacería humana de la que todavía hoy se desconoce el número exacto de víctimas arrojadas a los pozos. Entretanto, a las once de la mañana del domingo, y en el salón de sesiones del ayuntamiento, el comandante militar nombró una junta gestora municipal, eligiéndose al vecino Antonio Jiménez delegado gubernativo y alcalde de Arucas, cargo que abandonaría apenas 49 días después, porque el sábado 5 de septiembre de 1936 decidió formar parte de la primera expedición de voluntarios de Falange de Las Palmas, con más de 600 hombres y diverso material bélico, que partió del puerto a bordo del vapor Dómine con destino a la Península.

Él fue uno de los mandos de esa expedición que intervino junto al Ejército sublevado en la toma de Talavera de la Reina, obstáculo importante en el camino al frente de Madrid, para continuar la ofensiva en el Alcázar de Toledo. En 1937, junto a otros 90 canarios, se integró en la bandera de Falange de Marruecos hasta el final de la guerra. El 18 de diciembre de ese año ascendió a alférez provisional de Milicias por méritos de guerra y después de finalizar el curso de oficial, el 31 de diciembre de 1938, se incorporó de nuevo a su unidad con el grado de teniente de Infantería, graduación que compartía con otro hermano. Poco después regresó a su pueblo para disfrutar de un permiso, poniéndose al frente del consistorio de forma accidental en la primavera de 1940, pero su deseo era seguir de nuevo combatiendo en primera línea de fuego, mientras en la retaguardia se llevaba a cabo las tareas represivas, practicándose paseos y fusilamientos en medio del rencor y el odio homicida de algunos de sus paisanos.

La partida a Rusia

Al finalizar la contienda civil fue destinado al Regimiento de Infantería nº 90 de guarnición en Melilla. Y en la primavera de 1941, cuando ya se rumoreaba el ataque de Hitler contra la Unión Soviética, Jiménez fue uno de los primeros voluntarios en alistarse en la División Española de Voluntarios contra Rusia, denominada comúnmente la División Azul por el color de las camisas de los falangistas que formaban la mayor parte de los miembros.

El 13 de julio de 1941 marchó en el primer tren expedicionario que partió de Madrid para continuar su cruzada "contra el marxismo-leninismo" en la lejana Rusia. Hasta ese momento había permanecido como miembro del Ejército. Estudiantes y muchos de los veteranos y oficiales falangistas que habían combatido en la guerra, los autoproclamados camisas viejas, fueron encuadrados en el Batallón de Reserva Móvil 250, integrada dentro del Ejército alemán como la División de Infantería, debiendo jurar fidelidad al Führer.

Un año después, Antonio Jiménez luchaba en la aldea de Semtizy, en Voljov, en la desembocadura del lago Ilmen. Era su bautismo de fuego y de sangre. Los duros contraataques rusos, que rompieron el frente e irrumpieron en la retaguardia, formándose la llamada Bolsa de Volko, provocaron que se estancara la ofensiva de la División Azul al otro lado del río y que, a partir de entonces, diera lugar a un rosario de pequeños pero sangrientos combates por el control de las posiciones. Los españoles, mandados por el general Muñoz Grande, atravesaron un infierno helado de 30 kilómetros, con temperaturas de más de cuarenta grados bajo cero, añadieron aún más dramatismo a la situación de los voluntarios de la División Azul. El 3 de marzo de 1942, el teniente aruquense se topó de frente con la muerte. Una bomba de mano le dio en la espalda, recibiendo sepultura en la fosa nº 6 del cementerio de Novgorod, en un cercado atestado de sepulturas de otros expedicionarios españoles que cayeron en las frías estepas rusas combatiendo en una guerra ajena. No había cumplido aún los 28 años.

Su muerte fue un acontecimiento que durante décadas perduró en la memoria múltiple de esta localidad, mientras alrededor de una casa de Bañaderos se producían murmullos de oraciones y el ir y venir sobrecogido de familiares y conocidos que iban llegando al domicilio al conocerse la noticia. El malogrado divisionario encarnaba el paradigma del héroe franquista, joven, "bravo y bizarro", muerto por la patria en combate, a quien el lunes 27 de abril de 1942 le fue concedida la Cruz de Hierro de segunda clase (EK II) por su valor en la batalla. Al día siguiente, las fuerzas vivas del pueblo le tributaron un sentido homenaje. La misa funeral del teniente Jiménez, celebrada en la iglesia parroquial de San Juan Bautista, representó en la época todo un acto de fe y patriotismo en una en una iglesia abarrotada, con una muchedumbre flanqueada por flechas y balillas y las primeras autoridades, los sones de la Banda Municipal, en un tiempo en que la que la retórica propagandística del régimen invadía todos los ámbitos de la vida social.

Misivas

La estafeta de Correos era portadora de noticias que llegaban día tras día a decenas de hogares. Y en ellas se tenían el sentimiento de comunicar que el hijo, el marido o el hermano no volverían jamás.

Así, el 6 de marzo de 1942, tres días después de la muerte del teniente, tenemos constancia de que el general jefe de la División Azul, Antonio Muñoz Grandes, escribió de su puño y letra una sentida carta al padre del oficial fallecido, que fue comunicada al alcalde de Arucas y reproducida en la prensa local (Falange) con expresiones huecas, obligadas y rutinarias: "En medio del profundo dolor por la irreparable pérdida sufrida, puede sentirse orgulloso de ser el padre de este bravo y bizarro Oficial que supo morir valerosamente y conducir a sus tropas con serenidad hasta los momentos más críticos y difíciles. Reciba Sr. mi más sentido pésame como jefe de la División".

El padre del oficial fallecido, que formaba parte de la corporación municipal como teniente alcalde, le contestó con otra misiva en la que le reclamaba los restos de su hijo para que reposaran en su tierra natal, tal y como ya había solicitado el alcalde. "Muy distinguido señor mío: He tenido el alto honor de recibir su atenta carta, fecha 6 de marzo último comunicándome la triste noticia de la muerte heroica de mi hijo Antonio, ocurrida el día 3 de dicho mes luchando en los Campos de Rusia por Dios y por la Patria. Representa un inmenso dolor la pérdida de un hijo, y más, si éste es digno y bueno; pero también constituye un deber sagrado de español, servir a la Patria y darlo todo por ella. Más hijos tengo y todos están dispuestos a sacrificarse por España en la misma, forma que el caído, y cuando no quede ninguno, el padre sabrá ocupar el puesto vacío, si no para defenderlo con el mismo coraje de la juventud, sí con igual entusiasmo y espíritu de sacrificio. Solo me resta, Excelentísimo Sr., solicitar de V. E. se digne acceder a la petición que ya le formuló el Sr. Alcalde de este Ayuntamiento, de ordenar el traslado a esta Ciudad del cadáver de mi pobre hijo, con el fin de darle definitiva sepultura en este cementerio municipal y sea nuestra tierra la que le sirva de mortaja, por cuyo favor le quedaré eternamente agradecido?".

Y es que al saberse la noticia de su muerte se constituyó en su villa natal una comisión local para repatriar sus restos mortales, presidida por el alcalde Ramón Suárez Franchy, jefe local del Movimiento. El deseo de darle una sepultura digna y tenerlo siempre presente no solo en la memoria, sino también en el espacio público comenzó a hacerse efectiva el 22 de abril de 1942. Ese día, el Ayuntamiento de Arucas, reunido en sesión ordinaria, acordó "celebrar una misa de réquiem, realizándose un túmulo funerario"; "rotular con el nombre del combatiente y ex alcalde 'Parque Teniente Jiménez' al situado frente a las casas consistoriales", y "reclamar el cadáver del Sr. Jiménez por la vía reglamentaria en la forma que proceda para darle sepultura en el cementerio municipal del casco en un nicho en cuya lápida se pongan inscripciones que recuerden sus destacadas actuaciones de patriota español?".

En efecto, durante décadas, al menos hasta la muerte de Franco, dicha plaza pública llevó el nombre del oficial aruquense, aunque, en plena democracia, fue rebautizada con el nombre de la Plaza de la Constitución. Entre tanto se cursaban los procedimientos oficiales, un cantero local labró "el nicho especial con piedras de las canteras de Arucas y los mármoles necesarios", el cual fue colocado al fondo del cementerio, a la espera de la llegada de los restos mortales del teniente, pero estos nunca llegaron, adscritos para siempre en una geografía abrupta que le esperaba en aquella gran cita con la muerte.

Los homenajes al héroe falangista no cesaron con los años, celebrándose sus aniversarios con misas de réquiem en la parroquia a cargo de la hermandad de alféreces provisionales, rotulándose a su nombre una calle del pago natal de Bañaderos que todavía hoy se mantiene. Desde entonces, en el cementerio municipal existe una tumba con su nombre en espera de que algún día su propietario la ocupe. Se trata de un pequeño mausoleo, en la que se aprecia un frontal con cierto academicismo en el diseño. La composición se fundamenta en un frontón en el cuerpo principal con otro de remate, presidido por una cruz, bajo la cual se exhibe una corona laureada, que ocupa un lugar preferente, acompañado de ciertos detalles religiosos, una cruz ladeada y el DEP. El mensaje está en los textos de las dos placas de mármol, con una decoración floral más elaborada, que pretende la 'santificación' del excombatiente.

Curiosamente, cerca de este panteón fascista se encuentra, desde hace ocho años, el monumento a la memoria de las víctimas de la brutal represión franquista durante la Guerra Civil. En un difícil equilibrio entre las dos España, 68 republicanos de Arucas, Gáldar o Agaete fueron arrojados sin vida aquella noche del 19 de marzo de 1937 a diversos pozos del municipio tras una matanza demencial.