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Medio Ambiente

Un estudio sobre las sabinas propone su recuperación para uso maderero

José Julio Cabrera investiga 277 árboles y cree que solo queda un millar | La investigación revela que se reproduce por toda la Isla

José Julio Cabrera, ayer en la presentación del libro en el Gabinete Literario. josé carlos guerra

Gran Canaria conserva un millar de sabinas, apenas una ínfima muestra de esta especie vegetal ( juniperus turbinata sp. Canariensis) que pobló vastas extensiones de terreno en toda la Isla y que fue menguando por la acción humana hasta su casi desaparición. Un tercio de los árboles supervivientes han sido estudiados por el geógrafo José Julio Cabrera Mujica (Las Palmas de Gran Canaria,1948) con el objetivo de recuperar los bosques de sabinales desde una triple perspectiva: medioambiental, paisajística y económica.

Cabrera, experto en gestión ambiental y expresidente de la Asociación Canaria de Defensa de la Naturaleza (Ascan), analiza en profundidad las características de 277 ejemplares en el libro La sabina en Gran Canaria, presentado ayer en el Gabinete Literario junto a Carlos Velázquez, ingeniero forestal del Cabildo de Gran Canaria, Jorge Naranjo Borges, doctor ingeniero forestal del Gobierno autónomo, y Pablo Checa, representante de CanariaseBook, la editorial que ha publicado los 250 primeros ejemplares por el sistema de micromecenazgo ( crowdfunding).

El libro es el resultado de cuatro años de investigaciones de campo del autor y de varios colaboradores, que al inicio del proyecto solo pretendían acceder hasta los árboles, a veces con gran riesgo físico, para crear una fuente de semillas con las que recuperar la especie en otras zonas de la Isla.

Lagartos y mirlos

"Mientras realizábamos ese trabajo de campo hicimos varios descubrimientos y aportaciones científicas, entre ellas que el lagarto de Gran Canaria y el mirlo actúan como dispersores de las semillas", comentó Cabrera, quien subrayó que el objetivo del libro no es ganar dinero con su venta, sino repartirlo por centros de enseñanza e instituciones públicas para concienciar a la población de la importancia de recuperar los sabinales.

Una prueba de la relevancia de esta especie es la cantidad de topónimos en muchos municipios grancanarios. En el libro se recogen 64, la mayoría en San Bartolomé de Tirajana, La Aldea, Tejeda, Artenara y Mogán.

Aparte de El Sabinal, el lugar más conocido por sus hospitales, entre Tafira y Marzagán, y donde curiosamente no se conserva ningún ejemplar, existen topónimos repartidos por toda la isla, como Cañada de Aguasabina, hasta tres barranquillos de La Sabina, Lomo de la Sabinilla o Sabina Gorda.

Cabrera y sus colaboradores han contabilizado 301 plantas, pero solo han podido acceder a 277 de ellas, que están georeferenciadas y con información sobre el lugar, el suelo sobre el que ha crecido (ladera, risco, llano, cantil, pared, grieta, andén), longitudes del árbol, altura sobre el nivel del mar, estado de la sabina (perfecta, sin cortes, cortada, ramoneada, quemada) y el aprovechamiento de las potenciales semillas.

El libro incluye dos mapas, uno de la distribución de las sabinas localizadas y otro de las zonas con más potencial de recuperación para un uso maderero, pues Cabrera sostiene que la plantación de sabinas puede ser un buen negocio, incluso a corto plazo, por la gran calidad y nobleza de su madera. Según sus indagaciones, un metro cúbico de sabina se puede cotizar por encima de los 600 euros y es un árbol que crece con poca tierra, incluso sobre riscos, y necesita poca agua.

A su juicio, la sabina puede tener un aprovechamiento forestal en cualquier lugar de Gran Canaria, salvo en los bosques de laurisilva porque tendría que competir por la luz con árboles más altos. Las zonas de altura intermedia de San Bartolomé, La Aldea o Mogán serían apropiadas.

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