La desolación tiene en el negro tizón su color y en la carbonización de lo arrasado por las llamas, su dolor, su quebranto. Vehículos, dos viviendas y una cabaña de las 17 existentes, mobiliario, palmeras, algunas con humo saliendo aún de su interior, y seis guacamayos sin alas -las únicas víctimas mortales del incendio desencadenado sobre las 15.30 horas del sábado-, dejan al hotel rural Molino de Agua, en Fataga, con heridas de quemaduras de tercer grado y a la espera de las obras que vuelvan a rehabilitarlo y supere su desgracia.

El suceso le ha hecho perder temporalmente su belleza, enclavado en un precioso e idílico paraje para los amantes del senderismo y de la flora autóctona. Un remanso de paz que durante horas se convirtió en un infierno de fuego que amenazó con su destrucción. Aunque dañado de gravedad, el establecimiento ya trabaja en su recuperación, ya que su clientela, mayoritariamente extranjera, elige este lugar en invierno, si bien los fines de semana son los canarios los que disfrutan de sus virtudes.

Ayer era un día de calor en este pueblo de San Bartolomé de Tirajana, la sartén de Gran Canaria se le denomina en verano, pero la temperatura nada tenía que ver con la sufrida el sábado, 16 de marzo, donde el termómetro marcó 32 grados centígrados. Había menos, pero se sentía su presencia. Sin olvidar el viento, nunca más acelerante que nunca para no solo extender el fuego a más velocidad y contribuir, además, a que las llamas llegaran hasta los 50 metros de altura, como recuerda Eduardo, jefe de mantenimiento del recinto, quien admite que "todavía me encuentro en estado de shock".

Un apresurado desalojo

Los comensales y los clientes alojados, tras la sorpresa y temor iniciales, fueron desalojados por los empleados por un sendero que los alejaba del avance del fuego y les ponía a salvo. También se pudo liberar a tiempo del efecto de las llamas a los caballos, el pony, el burro y las cabras, que ayer volvían a su sitio habitual.

No tuvieron la misma suerte los seis guacamayos encerrados en una jaula. Antonio, un operario del hotel, evoca la escena con tristeza mientras observa los restos calcinados de las seis aves. Cinco de ellas, lo que quedaban de sus cuerpos, estaban apiñadas en un extremo de la gran jaula, mientras uno se encontraba en el interior de una jaula. "No pude salvarlos, había un candado en la jaula y no tenía la llave, no hubo forma de sacarlos", explica con pesar. Tres automóviles totalmente quemados se encontraban a la entrada del recinto, aunque la llamarada también quemó dos camiones y una moto.

Sentado para tomarse un breve descanso en una faena que inició a primera hora de la mañana, describe como una experiencia "horrible lo que sucedió el sábado, con toda la gente muy asustada, con mucho miedo cuando vieron cómo el fuego se acercaba hacia donde estaban comiendo". El restaurante grill ubicado junto a la piscina de este complejo turístico era una masa negruzca uniforme, totalmente calcinada y que nada recuerda al lugar donde se asaba las viandas para los clientes. En la piscina, de una profundidad de medio metro en su zona más baja y de 1,20 metros en la más alta, restos de madera y de mobiliario flotaban en el agua con cloro.

En el entorno, las hamacas, de color negro, habían padecido los rigores del fuego, aunque en menor medida que las instalaciones de la cocina y la barra. Pareciera como si el color negro de las tumbonas las hubiese mimetizado, poniéndolas a juego con el resto de la instalación.

Un recorrido por el desastre

Una toalla chamuscada en una de las hamacas, además de varias mesas, una de ellas con un cartel de reservado, testimonian que sus ocupantes salieron a prisa y corriendo ante el avance del incendio. Como decía un operario que trabajaba para la rehabilitación del abasto, "el fuego no solo llegó hasta aquí, sino que no se quedó y siguió su camino hacia el resto de las instalaciones".

Un recorrido por el recinto dejaba escenarios curiosos, como la huerta ecológica, a la que no llegó el fuego, junto a extintores quemados, palmeras con el tronco ennegrecido, pero que han aguantado el embate y ahora solo les queda que su naturaleza, al igual que los pinos canarios, regenere su aspecto y vuelvan a lucir su esplendor y su altura.

Otras, sobre todo las del palmeral exterior del hotel, no han tenido la misma fuerte porque las llamas, en su máxima potencia y ardor, sí lograron con la ayuda del viento derribar y carbonizar prácticamente a todos los ejemplares. Todo en negro de luto por un precioso espacio natural que deberá esperar tiempos mejores para su admiración.

Algunos curiosos entraron al interior para contemplar el estropicio, pero también los hubo que desde una suerte de mirador frente al hotel observaban los trabajos que realizaban los miembros del equipo Presa del área de Medio Ambiente del Cabildo de Gran Canaria.

Una imagen donde se entremezclaba el humo con la tierra excavada por el tractor y que, a distancia, se vislumbra lo horroroso que debió ser lo sucedido el sábado. Mucho queda por hacer ahora en el lugar.

El jefe de mantenimiento del hotel rural Molino del Agua todavía tiene a flor de piel la experiencia pasada el fin de semana. Trabajaba al unísono que los miembros de los equipos Presa que sofocaban los últimos rescoldos de las llamas y recorría las instalaciones para echar una mano con los operarios donde se les requería para paliar el desastre.

Los tajalagues incendiarios

Llevar la comida a los animales que, ajenos al trajín en torno a ellos, comían o se resguardaban del sol, como las cabras, ayudar en las labores de la reconstrucción de las tubería de abasto, entre otras, formaba parte del tercer día tras el desastre. Sin entrar en si fue provocado el incendio, apunta que las condiciones meteorológicas propiciaron que fuera tan voraz y peligroso. "Habíamos tenido una semana con mucho calor, se metió viento y eso hizo que las llamas alcanzaran tanta altura y convirtieran en un infierno ese día", apunta.

Un viento que arrastró por el aire a los tajalagues, la base de la hoja de la palmera, "que al estar con fuego se fue extendiendo por otras palmeras y cayeron en diferentes lugares", provocando que el fuego llegara a más lugares, aunque algunas zonas no fueron afectadas. Su poco peso los convirtió en mensajeros de las llamas, aunque esto no aclara ni el inicio del incendio ni su autoría, dado que desde la corporación insular se sostiene que ha sido provocado por alguien, no por causas naturales.

Asimismo, también será tiempo para la inspección de los seguros para determinar el coste total de los destrozos, una cantidad que de momento no se ha podido calcular. No obstante, visto el estado de la zona, se presume que sea una cantidad considerable el desembolso.