Dejarlo todo para ir a vivir al campo, trabajar la tierra y cuidar cientos de ovejas. Parece una fantasía, un sueño o un retiro espiritual. Sin embargo, es la realidad por la que han pasado decenas de hombres y mujeres que actualmente se dedican a las queserías. Un negocio que parece no tener cabida en los tiempos modernos y, contra todo pronóstico, ha atraído la atención de bastantes jóvenes en los últimos años.

La Fiesta del Queso de Montaña Alta -en el municipio de Guía- es una de esas ocasiones en las que la experiencia de la vejez y la frescura de la juventud se únen para mostrar y vender sus productos a los vecinos y al resto de foráneos que se acercan deseos de probar los curiosos quesos que se producen en los municipios norteños: Gáldar, Moya y Guía. El buen tiempo acompañó en una jornada amenizada por la música folclórica, la artesanía y la buena comida, que además coincidió con la celebración del día de la madre.

Francisco González y Tania Rivero, matrimonio de treintañeros, ejemplifican a la perfección esta realidad social. La falta de trabajo estable, de ilusión y de ganas les encauzó por los caminos que llevan al mundo campestre, donde el aire es más puro y los olores queman las narices. En el Cortijo de Galeote desarrollan su actividad desde hace cinco años. Su jornada comienza con el mismo despertar del sol, frente a un paraje verde de las medianías de Gáldar. Un trabajo que no tiene horarios, ni descansos. Un sacrificio constante al que no quieren renunciar. "Renuncié a todo, pero esto no lo cambio por nada", asevera con una sonrisa Rivero, procedente del municipio de Telde. "Me dedicaba a la administración de un comercio, y actuaba como dependienta en ocasiones concretas", explica la muchacha, a quien el amor la impulsó a cambiar de profesión y de vida.

González se crió entre animales. Sus padres se han dedicado a la ganadería, así como gran parte de su familia. Cuando decidió, junto a su mujer (a quien conoció en la adolescencia), relevar la tarea de sus progenitores y dedicarse al ganado, obtuvo mucha ayuda. "Los primeros años fueron muy complicados para nosotros, sin mi suegro no sé que hubiéramos hecho", asevera con una risa nerviosa la joven, recordando aquella época. Rivero habla de Ángel González, mejor conocido en la zona como 'Lalo'. Por otra parte, aunque les llena de orgullo continuar con la tradición de este ámbito del sector primario, Rivero y González le aportan algunos toques de modernidad al negocio. "Estamos invirtiendo para crear una página web donde poder anunciarnos y permitir que los clientes habituales hagan sus pedidos", sostienen con emoción. "Internet es lo que vende hoy en día, aunque nosotros tenemos una clientela fiel", aseguran.

Jóvenes pastores

El matrimonio fue escogido en esta edición por el Ayuntamiento de Guía para brindarles un homenaje. Un acto que se realiza cada año como forma de agradecer a los queseros su sacrificada tarea, que asimismo perpetúa la tradición canaria y el patrimonio artesanal de la Isla. "Para nosotros es un orgullo: lo recibimos con alegría, ilusión y algo de timidez", admiten con sinceridad.

El berrido de las ovejas, el zumbido de las ovejas y el olor a potaje de jaramago recién hecho inundan una jornada de tradiciones, donde los queseros del norte son los auténticos protagonistas. Quesos de todos los tamaños, colores y sabores son expuestos en las decenas de puestos instalados en el pequeño pueblo de Montaña Alta. "Nuestra especialidad es el queso de tuno indio; una rareza por la que somos reconocidos", afirma Esmeralda Santana, una mujer joven que lleva siete años dedicada al mundo de la ganadería junto a su marido, Airam Rivero. Ambos proceden de Las Palmas de Gran Canaria, donde tienen afincada a su ganado compuesto por más de 500 ovejas y desarrollan su labor en el Cortijo de El Gusano. El matrimonio también es un ejemplo de esa atracción que sienten algunos jóvenes por el mundo del campo.

"Ninguna de nuestras familias se dedica a los animales, ni al sector primario: todo comenzó por unos amigos", asevera Rivero, en referencia a los queseros de el Cortijo de Caideros, Benedicta Ojeda y Cristóbal Moreno. El cambio de sus vidas fue completamente radical. De las fuerzas armadas, en el caso de Rivero, y de una pastelería, en el de Santana, al oficio tradicional. "Somos de los pocos ganaderos que realizamos la trashumancia: la hacemos desde San Lorenzo hasta Gáldar", aseguran orgullosos. Su estilo de vida salpicó a sus familiares y amigos. "Al principio poca gente lo entendió; pero, por ejemplo, mi padre se impresionó tanto que dejó su empleo como chapista para dedicarse a pastorear", aseveró Rivero con una sonrisa.

Historias similares le han ocurrido a otros queseros del Norte. Milagrosa Moreno elaboraba queso a pequeña escala cuando era pequeña, para acompañar a su madre. Nunca pensó que llegaría a dedicarse a eso de forma integral en un futuro, pero lo hizo. Cuando conoció a a José Juan Gil, su marido, lo dejó todo para dedicarse a las ovejas y las cabras. "Fue complicadísimo, pero gracias que tenía a mis suegros para enseñarme", sostiene. Ahora, de este oficio no la saca nadie. "He defendido nuestros productos, de la Quesería Campo de Guía, por todas las ferias; nos va muy bien así", asevera. De hecho, afirma que fue una de las primeras queseras que se asomó en la primera edición de la Fiesta del Queso. "Los pastores, que son personas de campo de los pies a la cabeza, no querían promocionarse: a mí no me importaba, trabajé muchos años en un supermercado y tenía soltura de cara al público", explica sonriendo.

Esta edición de la Fiesta del Queso en Montaña Alta transcurrió con alegría e ilusión. El Ayuntamiento aprovechó para reconocer, por sorpresa, a Santiago Suárez, párroco de Montaña Alta en la década de los 70 cuando nació esta celebración de la cual fue uno de sus principales artífices. "Suárez llegó a llenar la Iglesia de semillas de papas, porque los agricultores no tenían almacenes: apoyó muchísimo a la agricultura", afirmó emocionado el alcalde de Guía, Pedro Rodríguez.

El campo y sus animales. Un trabajo que se desarrolla de sol a sol, todos los días de la semana. Un no parar, agotador para los que no lo viven y gratificante para quien lo hace. Los oficios tradicionales hacen un llamamiento a la sociedad. Y los jóvenes responden con respeto, y con ganas de aprender.