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Opinión

Los fantasmas de Risco Caído

Los fantasmas de Risco Caído

Los fantasmas, sostenedores fundamentales de nuestro deseo, desconocen las fronteras. A decir verdad, su condición constitutiva radica, precisamente, en su facilidad para atravesar cualquier límite o confín, ya que estos no poseen ni sustancia ni esencia ni existencia. De hecho, en el caso concreto de los antiguos canarios, su naturaleza espectral es indispensable para entender la sintonía que los miembros del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS) han mostrado hacia las controversias, remordimientos y asuntos pendientes con nuestro pasado premoderno que les hemos trasladado desde el Archipiélago. No en vano, sin su apoyo hubiera sido mucho más complicado que la Caldera de Tejeda fuera declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad el domingo pasado.

En este sentido, se podría decir que la UNESCO ha asumido un deseo largamente destilado por las personas que viven en las Islas, al incluir las cumbres de Gran Canaria en este inventario transnacional de bienes. Me atrevería a afirmar, incluso, que este acontecimiento jamás se hubiera producido si dicho anhelo fantasmal no hubiera aunado los intereses de diferentes agentes sociales, económicos y políticos sobre un escenario que está siendo resignificado mediante el recurso a las mismas dinámicas que, hace siglos, justificaron su abandono. Por eso, que ahora veamos el corazón de la Isla convertido en una especie de "reserva precolonial", no se debe únicamente al reconocimiento de esta zona como un lugar privilegiado para la representación de aquel pasado, sino también a la posibilidad de que este vuelva a ser conquistado por las pulsiones del capitalismo de consumo.

En medio de un debate creciente a cuenta del modo en que hemos gestionado el legado indígena, la puesta en valor de las montañas sagradas de Gran Canaria también debe resultarnos útil para detectar las huellas de una colonialidad histórica que se ha negado a desaparecer de nuestras políticas de la memoria. Ello explica, asimismo, la agitación fantasmal que nos produce el hecho de que muchos de los cuerpos, utensilios, espacios de habitación, lugares de culto y, también, formas de conocimiento nativas, ocupen todavía un lugar tan desigual en comparación con otros contingentes patrimoniales del Archipiélago.

Con todo, la singularización de yacimientos como el de Risco Caído representa una interrupción de esa dinámica de subalternización de lo guanche. Diría, además, que el silencio espectral que se ha apoderado de este tipo de espacios ha sido quebrado por un proceso de patrimonialización que, entre otras cosas, ha logrado que se produzca una traducción intercultural inédita entre lo que sabemos del fantologizado mundo precolonial y la comunidad científica internacional. Tanto es así que esta nueva clasificación puede interpretarse como un pequeño paso hacia esa justicia entre saberes que reclama el pensamiento descolonial. Aunque es cierto que en la procura de este objetivo existen otros retos igualmente ineludibles, como la detección de los sesgos de carácter racista, sexista, clasista y epistemicida que todavía abundan en el interior de nuestra tradición indigenista.

En cualquier caso, de lo que sí debemos empezar a ser conscientes es del papel que juegan los fantasmas guanches en cuanto tiene que ver con la manera en que heredamos del pasado, en que asumimos el legado que "otros" han depositado sobre nosotros como un caudal que siempre es más de uno e inabarcable. Después de todo, la alegría que hemos podido sentir con la declaración de las cumbres de Gran Canaria como Patrimonio de la Humanidad es sintomática, pues revela que hay algo que nos vincula de manera irreparable a las almas perdidas de los primeros insulares: quizás la eterna promesa de una remisión, el deseo de alcanzar una justicia sin tiempo.

Roberto Gil Hernández.

Antropólogo

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