El hecho de que se repita verano tras verano el incendio de nuestras medianías y cumbres, con el agravante de que en este caluroso mes de agosto sean ya tres los fuegos que queman los pinares, matorrales e incluso la laurisilva que tanto ha costado reintroducir en Gran Canaria, hace que me pregunte cuál es la política de las autoridades competentes en materia de prevención de incendios. Por supuesto que existe, pero no está siendo eficiente, al menos en este año y el anterior.

Caminando entre los cuidados pinares de La Granja de San Ildefonso, en Segovia, en un día tórrido de principios de este mes de agosto, pero en el agradable frescor de la umbría generada por las copas de centenarios pinos, pregunté, a mala hora, a uno de los amigos que me acompañaban y guiaban en la excursión, cuál era el motivo de que no se prendieran fuego esos bosques. La respuesta fue rápida y contundente: porque los vecinos de Valsaín cuidaban y vivían del pinar. Aun así observé mucha leña y amplias zonas secas en las laderas de los montes que atravesamos. Tan solo minutos después de que regresásemos, tras cinco horas de ascenso hasta la base del pico de Peñalara y descenso a una de las zonas residenciales de la localidad, el pinar se incendió. La base de mando de las operaciones contraincendios se estableció a la vera de la casa en la que me alojaba por la hospitalidad de unos amigos de siempre, por lo que consternados observamos desde el jardín a los helicópteros, aviones, maquinaria pesada, coches cisternas y numerosos bomberos y personal de protección civil luchar contra el fuego. Un dantesco y preocupante escenario.

La pesadilla, sin embargo, se agravó días después, cuando a través de la prensa digital me enteré desde el extranjero que también en Gran Canaria se había producido un primer incendio cerca de Artenara, un segundo en Cazadores y para remate un tercero en la bonita zona de los Andenes, cerca de Valsendero, ejemplo de la laboriosidad de las heredades de agua para captar y conducir hasta la última gota de agua y del milagro de la reforestación con laurisilva, que desgraciadamente ha llegado a Tamadaba.

Como asiduo caminante observo cada sábado cómo los pinares están siempre cubiertos de pinocha, los matorrales y maleza cubren rápidamente los senderos, la leña y árboles caídos no se recogen y las hojas secas de las palmeras están por todas partes. Fácil pasto para que prenda rápidamente por la simple negligencia de una colilla medio apagada, el efecto lupa de cualquier cristal o plancha metálica, y no digamos por la criminal actuación de los enfermizos amigos del fuego. No contemplo, empero, la existencia de amplios cortafuegos que eviten lo que inexorablemente está sucediendo cada vez con mayor asiduidad: que cualquier fuego en las medianías se traslada a velocidad vertiginosa hasta la cumbre y desde allí, al igual que los caminos de la mesta que siguen estacionalmente los ganados, continúe bajando al albur del viento, desolando paisajes, devorando ilusiones y generando una gran sensación de impotencia entres los vecinos de las zonas devastadas y de los grancanarios en general.

Cada verano creemos que al menos la intensidad de los asoladores fuegos servirá para que no vuelvan a repetirse, para que las autoridades competentes prevengan con tiempo las acciones necesarias para evitarlos. Pero desgraciadamente no sucede así y al siguiente estío, ante las recurrentes olas de calor, vuelve a repetirse la misma ignominiosa situación. Es por eso por lo que la sociedad civil ha de enfrentarse de lleno a este problema y arbitrar las soluciones necesarias para al menos evitar que los incendios sigan devorando el paisaje de medianías y cumbres, ahora patrimonio de la humanidad en buena parte de la geografía insular.

La recogida de pinocha en el pasado para cama de los animales y protección de las manillas de plátanos mantenía limpios los pinares. Habrá que arbitrar las medidas necesarias para que se siga recogiendo, aunque económicamente no sea rentable, porque sí lo es socialmente si evitamos con ello que se propague el fuego. Alguna utilidad se le podrá dar a esa pinocha, razón de que sea necesario oír ideas, contrastarlas y llevarlas a la práctica cuando sean valiosas. El "sacho" y la labor de los campesinos cuidando el campo deben ser justamente valorados y subvencionados. Las cadenas de terrenos hoy baldíos levantadas sobre gruesos muros de piedra seca son testimonios de la ardua y dura labor de nuestros agricultores hasta 1960, pero también de la desidia actual.

En el primer libro que publiqué sobre La Cumbre de Gran Canaria en 1999 mostraba dos fotos a doble página: la primera con la imagen del catastro en 1957, en la que se observa que no existía un solo pino en las cumbres entre la Cruz de Tejeda y el Roque Nublo; la segunda se tomó en 1998 y el verdor de los pinares daba magnificencia y esplendor a la zona para orgullo de los grancanarios y deleite de nuestros visitantes. Si seguimos con los incendios pronto volveremos a la situación previa a la política de reforestación iniciada con tanto éxito por el Cabildo de Gran Canaria. Para evitarlo es necesario prevenirlos y en esa labor no deben quedar solas las Instituciones, sino que ha de implicarse la sociedad civil con nuevas ideas, propuestas y acciones concretas.

A las instituciones más representativas de la sociedad como la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, El Museo Canario, la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria y la Fundación Foresta han de unirse todos los colectivos que luchan activamente en la prevención, para abrir un amplio debate liderado por expertos en la materia que digan cómo debemos evitar los incendios en Gran Canaria. Las conclusiones serán trasladadas a las autoridades competentes para su previo estudio y ejecución en su caso. Seguro que las ideas más preclaras y acciones más contundentes y eficaces están en manos de los técnicos del Cabildo, pero no podemos permitirnos permanecer de brazos cruzados ante el fuego que cada verano destruye nuestro apreciado y escaso verdor y humilla a los grancanarios ante su reiteración. Tres incendios en un solo mes es demasiado para el frágil ecosistema de una isla tan densamente poblada, pero hago mía la frase del voluntario en la extinción de uno de los incendios: Gran Canaria no se rinde.

Salvador Miranda

Calderín. Economista