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El Valle de Agaete se realoja entre aplausos

"A mis 88 años me vinieron a sacar de mi casa", suspira Josefa Sosa l "Pasamos horas sin ningún tipo de extinción", recuerda Germán Sosa

Las columnas de humo en los focos activos en el Parque Natural de Tamadaba. TONY HERNÁNDEZ

Por la carretera que serpentea el lateral izquierdo del Valle de Agaete se desliza un Seat blanco que gira en la intersección de una parada techada de Global entre los aplausos de un corro de vecinos reunido a pie de calle. "¡Por San Pedro!", se aproxima uno de ellos, y asoma su sonrisa por la ventanilla delantera. Al fondo, la quietud del paisaje se funde con el rugido de los hidroaviones y la humareda del incendio en algunos focos aún activos en el Pinar de Tamadaba, la joya patrimonial que preside este Valle agreste, pero sus vecinos y vecinas ya pueden regresar a salvo a sus casas.

"A mis 88 años me vinieron a sacar de mi Valle", suspira Josefa Sosa Santana, desde uno de los asientos traseros del coche. "Nos vamos a casita después de dos noches fuera y estamos contentas, porque cogieron el fuego bienísimo, pero también estamos muy tristes porque, en los 88 años que llevo en el Valle, no hemos salido de aquí por nada ni por nadie, así que haberme sacado ahora con este susto en el cuerpo me parece muy triste", declara.

Su hija relata que pudieron realojarse en casa de su cuñada y que acudían a almorzar cada día al Polideportivo Municipal de Agaete, articulado como refugio temporal camino del Puerto de las Nieves. Y al reanudar su marcha con rumbo al Lomo de San Pedro, Josefa se inclina sobre el asiento y añade: "Muchas, muchas, gracias a los bomberos que acabaron lo más pronto que pudieron con esta desgracia".

Pareciera que los litros de agua que descargaban los medios aéreos sobre el Parque Natural de Tamadaba hubiesen limpiado el alma de los agaetenses del Valle, que, poco a poco, retomaban su rutina cotidiana en la estela de las recientes fiestas de la Rama y de la peor herida que pudiese abrir el fuego en el corazón de su singular paisaje fértil. "Es que han sido días de muchísimos nervios, tensión y angustia, como una pesadilla que no se iba a terminar nunca", señala Sandra Cabrera, informadora turística de la Isla afincada en la urbanización de La Suerte, en el Valle.Estertores

Sus sonrisas de alivio, los perros jugando en la carretera y el goteo de coches representan la extinción de la pesadilla, o sus últimos estertores. A ratos, muchos elevan la mirada hacia Tamadaba y tuercen un gesto de pesadumbre. "Este pinar da de comer a muchísima gente del Valle, así que no son solo pinos que se queman, es un sentimiento", revela Sandra.

A su lado, Germán Sosa, técnico de la Agencia de Desarrollo Local del Ayuntamiento de Agaete, recuerda el pavor que heló sus almas cuando el viento dirigía el fuego hacia el Valle de Agaete. El mismo Carmelo José Medina Pérez, teniente de Artillería del Ejército de Tierra, que se trasladó junto a 15 compañeros militares a Agaete para colaborar con la Policía Local en el desalojo, manifestó que la situación era de "alarma e incertidumbre" por la amenaza de esta posible dirección. Y esta vacilación del viento fue lo que acongojó al Valle entero.

"Nosotros veíamos cómo el fuego iba avanzando por toda la parte alta de El Hornillo y estuvimos 24 horas abandonados sin ningún tipo de extinción, porque había que priorizar otras zonas, naturalmente, pero nuestra sensación era que el fuego tenía cancha total para actuar y bajar", relata Germán. "Finalmente, lo empezaron a atacar durante el martes, pero la gente sufrió mucho porque esperamos durante muchas horas hasta que llegaron los servicios aéreos y vimos que realmente se estaba actuando".

El Valle de Agaete se suma a esta conmovedora nómina de municipios grancanarios que tejió una red vecinal de solidaridad en las peores horas de las llamas. La mayoría de vecinos y vecinas se trasladó a casas familiares radicadas en el pueblo de Agaete y sus proximidades, pero Sandra, cuya casa no fue desalojada debido a su ubicación transfronteriza fuera de peligro, instaló bajo su techo un retén de café, agua y bocadillos. También su vecina María Pilar Lugo y su hermano Tillo montaron un despliegue análogo, unos caseríos a la derecha.

"El domingo me fui por precaución pero, como mi casa no estaba desalojada, volví al día siguiente para ayudar, porque necesitaba sentirme útil y, además, seguir de cerca la evolución de nuestro Valle, pese al miedo", relata, en medio de otra ráfaga de aplausos al paso de los coches.

"Al final se montó un punto de encuentro donde la gente se juntaba para compartir alimentos e inquietudes, porque lo que se creó, sobre todo, fue un punto de encuentro de emociones y sentimientos, porque la presión psicológica que se sufre, hora tras hora, cuando tu propia casa está en peligro, solo se sobrelleva al lado de los otros", sostiene Germán.

El bastión que levantó Sandra en su casa constituía, además, una conexión directa con el resto de la isla, puesto que comparte un grupo de WhatsApp con el resto de sus compañeros ligados a la oficina de información turística de Gran Canaria, que depende del Patronato de Turismo. "Los informadores turísticos de la mayoría de los municipios de la Isla estamos en este grupo y hemos estado continuamente en contacto desde el fin de semana, informándonos de todo, de modo que se creó otra red de apoyo paralela con noticias de primerísima mano procedentes de otros pueblos", explica.

En este sentido, destaca que "hemos pasado esta angustia conectados, porque todos somos unos enamorados de nuestra isla". "Y nunca olvidaré lo emotivo que fue saber que, poco a poco, cada barrio podía ir regresando por fin a sus casas", añade.

Y así, el Valle de Agaete sigue repoblándose entre más aplausos y descargas lejanas de hidroaviones. Pero resulta mposible no seguir alzando la vista hacia el Pinar de Tamadaba, al que los expertos conceden un período de dos décadas para su recuperación total. "Eso sí que duele", concluye Germán, "porque Tamadaba es un sentimiento común de todos los grancanarios".

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