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La medianías en carne viva del trashumante Domingo Moreno

Si las lluvias del próximo octubre llegan tempranas el pasto comenzará a recuperarse

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Domingo Moreno Moreno, pastor transhumante de ovejas

Domingo Moreno Moreno está apostado en el mirador de Pinos de Gáldar. Llegó a la raya del mediodía en una Kangoo amarilla pilotada por su gran compadre Pedro Juan López, y va apuntando con el dedo romo los diversos accidentes geográficos que se extienden desde la puntas de sus botas hasta la orilla del océano.

"Entró en Pavón. Y más allá, a Horcajadas, Galeote, en La Herradura, Palomino, Los Andenes, Saucillo, Llanos del Poleo". Moreno exhibe la precisión de un Google Maps con cachorro de fieltro, naife en la cintura, y un matojo de llaves colgando de la vaina del cuchillo. Incluso detecta lo que dejó el fuego allá donde no ve. "Entró en El Sao, El Laurel, Cortijo de Maninidra...".

Dos veces Moreno es uno de los últimos pastores trashumantes de Gran Canaria. Tiene 67 años, tres hijos, 232 ovejas, 50 cabras y el saber de tres quesos: flor, semiflor y cuajo.

Escapó loco. Con su enorme ganado en Caideros de Gáldar salió de la zona cero apenas unas horas antes de que a las cuatro menos cuarto de la tarde del sábado 17 saltara en Valleseco el chisquero que convirtió en fósforo la isla. Con Comisario y ocho hombres emprendió la salida a la otra banda de la isla, a la costa, que es como llaman los pastores a su mitad sur aunque estén en los altos de Ayacata, convirtiendo en litoral todo lo que se encuentre al solajero. Para cuando el fuego tomaba rango de cataclismo, Domingo ya era un refugiado.

Desde ese viernes no ha podido ir a casa ni hablar con sus parientes. "Son de teléfono fijo y se incendió la electricidad".

Echa otro ojo al panorama. Son claros y oscuros. Esas medianías quedaron como un damero. Un cuadrado verde, otro amarillo, otro negro. La diferencia entre lo limpio, "por donde andan los animales", donde por suerte no brincó y lo que definitivamente estaba para el arrastre.

Se confiesa triste, "muy triste, aquí no está bien nadie" y desde el sábado "tengo como pesadillas en la cabeza. Pero mire", frena en seco reseteando el pensamiento, "lo esperaba peor y lo encuentro más recogido porque tampoco debemos decir lo que no sean cosas verdaderas".

Donde el chamusco queda al oreo los caminos diversos de los ganados aparecen dibujados como venas al aire en la piel en carne viva de la isla.

Las toscas, los muros, los paramentos de aljibes, los canteros de acequias y las partonsas ocultas desde siempre por la vegetación antes del majo y limpio de las llamas, y que permiten el funcionar del campo, o están desastradas o a punto de estarlo.

Las lindes de pitas, hierros y acerados han desaparecido, comunicando propiedades unas con otras. "Ahora cada ganado necesitará de dos pastores y dos perros", para que los animales no sollen lo que le es ajeno. "Un problema grande ese".

¿Y las semillas? "La semilla de la tierra no acaba nunca. Pero como la ceniza calienta el suelo tardará un poco más en brotar, si en octubre llegan las lluvias tempranas se podría escapar".

Lo que no escapa es un dardo a la autoridad. "A éstas y a las anteriores, que han ido arrimando a los pastores y a los agricultores hasta el borde de los precipicios. Empezaron subvencionando las leches, los quesos y las cosechas de fuera hasta aburrirnos y arruinarnos. Así es que luego pasa lo que pasa".

La trasera de la conversación son pinos entregados en varios aspectos. Existen como palillos de dientes, sobre todo los que se encuentran a la vera de la carretera que une Cueva Corcho con el mirador. Se ve que allí el fuego acampó, regodeándose de los musgos que ahora cuelgan muertos de las ramas escuálidas. Castañeros que antes del 17A taponaban el cielo con sus copas han quedado con las manos abiertas sin nada que agarrar.

Pasa un águila ratonera a altura de extinción, y hasta la sombra se dibuja en tierra.

Hace siroco y ya es hora de volver a echarle un ojo a los animales. Pedro Juan López le da macho a la furgoneta y enfila el capó a La Candelilla, donde López le presta lo que, hoy nunca mejor dicho, llaman desde mitad del siglo pasado El Refugio, el campo y la casa donde Moreno cumple la trashumancia de agosto a noviembre.

La Virgen de la talla de agua

El camino es seguirle el rastro a la carbonilla de un volador. Es tirar para Artenara, donde toda la cuenca que se hunde hasta Barranco Hondo de Abajo aparece sometida a las brasas. Pasado el pueblo cumbrero se abre la cuenca de Tejeda, una enorme hoya ennegrecida. Hay dónde huele a higo, a higo hervido, y también a pinocha pasada por el fuego, mientras los trabajadores de las telefónicas empatan y reponen cables kilométricos.

En el cruce en Tejeda pueblo, espera un camión cargado de postes de madera. Solo entre Artenara y ese punto hay que reponer unos cien, al peso de unos 200 kilos cada uno, en según sus varios formatos. Pero La Candelilla está aún más lejos.

Hay que sortear la entrada al Roque Bentayga, donde aún esperan personas para poder acceder a La Solana, La Higuerilla y El Chorrillo, pasar Ayacata y enfilar, por fin, el camino de La Plata.

Esa es La Candelilla, con un único restaurante y una pequeña casa de piedra vista en la altura de una loma, anclada al globo por una cueva. Hay que subir la cuesta, salpicada de bebederos.

Ladra Comisario. A esa hora de la tarde, el bochorno obliga a las doscientas treinta y dos ovejas a subir en altura, donde más brisa, y refugiarse a la sombra de un cantil aplastado en la base de un farallón enorme.

Y al que le brota un naciente que en el resto de Gran Canaria ya pasó al olvido. "Las islas están soportadas como en una columna donde el agua salía por su propio peso. Se hicieron pozos, se robaron unos a otros en la postguerra y se secaron los acuíferos".

En las cumbres, ilustra Moreno Moreno, las lluvias entran "por el picón, que es por dónde el volcán respira, y de ahí se reparten hacia dentro por las cuencas. Tanto fue así que de chico habían acequias con caudales que te llegaban a la cintura".

Cuanto más habla de sequía más temperatura coge el lugar. Por eso le llaman La Candelilla, por el calor que se estanca entre sus dos imponentes riscos. "Es tanto, que hasta la Virgen de La Candelilla en vez de corona lleva una talla con agua en la cabeza", asegura mientras invita a refrigerar los cuerpos en su media casa cueva. Al fondo del todo esconde la alcoba más fresca, una huronera de pura roca viva.

Domingo por fin se ríe: "De piedra la cama, de piedra la cabecera, la mujer que me quiera, quererme tiene de veras".

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