La Cumbre de Gran Canaria vivió un domingo extraño en todos los sentidos, pues a la desolación del paisaje quemado en la cara norte se unió la calima, primero, y la lluvia, después. Los pueblos quedaron vacíos, pues muchos comercios y restaurantes cerraron tras las recomendaciones del Gobierno de Canarias y del Cabildo de retrasar las visitas a las zonas afectadas hasta que el incendio de Valleseco se declare extinguido, lo que aún tardará unos días o semanas. Incluso las calles de San Mateo, Teror o los altos de Gáldar y Guía, que reciben cada domingo a miles de visitantes, estuvieron semidesiertas durante todo el día.

Desde Santa Brígida ya se notaba que el tráfico era mínimo y atravesar San Mateo, que cualquier mediodía de domingo es un suplicio por los atascos del mercadillo agrícola, se hacía del tirón. En Las Lagunetas, Cueva Grande y Ayacata no se veía un alma en la calle. En los restaurantes de la Cruz de Tejeda se agruparon los pocos grancanarios y turistas que se animaron a dar un paseo por el monte, pues a la alerta de riesgo de incendio se unió el aviso de altas temperaturas y poca visibilidad.

En el pueblo de Tejeda abrieron las dulcerías y un par de restaurantes, pero tampoco hubo clientes para ellos. Incluso muchos residentes se han trasladado a las casas de sus parientes en la capital o en el Sur en espera de que pase esta pesadilla.

Mauricio Bordón también salió pitando a mediodía en medio de la desolación. Jubilado, vive a caballo entre Vecindario y su finca del barrio de La Degollada, adonde llegó el fuego la tarde-noche del lunes 19 de agosto.

Calcinados

El alpendre y el sistema de riego han quedado calcinados. El jueves, tras abrirse la carretera, subió con el resto de la familia para empezar a limpiar el hollín de la vivienda, que escapó de las llamas por solo unos metros, y evaluar los daños en la finca. Eso le hace perder el sueño, confesó ayer, porque las ayudas que se prometen a los damnificados "llegan tarde o no llegan", y ademas obligan a una largo papeleo en las administraciones para justificar los daños.

A simple vista, Bordón ha perdido el tractor, tres carretillas, todos los aperos de labranza y más de 2.000 metros de mangueras, que fueron las que propagaron el fuego por todas sus tierras. Aún se pregunta como pudieron derretirse los tres bidones de 1.000 litros cada uno si estaban llenos de agua.

La reconstrucción total de la finca "será imposible sin esas ayudas", alega, pero no se rinde y ya está pensando en plantar algunos sacos de papas y en recuperar las parras. Salvo un limonero que se chamuscó, los demás árboles frutales se salvaron. En el patio de la casa, desde el que ve el Roque Roque y el Bengayga con solo girar el cuello, también se lamenta porque por la finca rondaban numerosos gatos y solo ha visto a dos.

En La Degollada, El Tablado, El Rincón a solo permanecen estos días los que tienen animales que cuidar o los que no disponen de otra vivienda, porque la ceniza y la tristeza lo inunda todo.

Desde Tejeda a Ayacata se palpa la desolación. En Timagada, el pueblo que estuvo a punto de ser sacrificado con un contrafuego para evitar que el incendio se propagará a la otra mitad de la Isla, solo se veía a mediodía un perro somnoliento. Arriba, vigilante en la carretera, un retén de la Unidad Operativa de Fuegos Forestales (UOFF) del Cabildo, la Bravo 1. Son ocho hombres cansados tras muchos días de lucha contra el fuego en primera linea. "Las zonas que salvamos con gran esfuerzo en el primer incendio de Artenara se quemaron con el segundo de Valleseco y eso fue muy deprimente", comentó el capataz Pablo García.