El paisaje es desolador. Lo que antes era verde, ahora se ha convertido en un manto negro que cubre los más de 25 kilómetros que van desde Lanzarote hasta la presa de Lugarejos, previo paso por Fontanales y Fagajesto. Este es un viaje, triste, del panorama que deja tras de sí el voraz incendio ya controlado y en fase de extinción que durante nueve días afectó a 9.200 hectáreas y provocó el desalojo de unos diez mil vecinos de ocho municipios.

El trayecto comienza donde se inició el incendio, en Cueva Corcho. Aunque el impacto visual llega un par de kilómetros antes, en la curva de la carretera con la que se deja Lanzarote atrás y los ocupantes del vehículo se topan con el barranco de La Virgen. Es un giro de izquierdas tras el que se abre una imagen que se puede calificar de lunar. Lo que hasta ahora eran barrancos y montañas repleta de árboles de todo tipo, con prevalencia del pinar, se convierte ahora en un campo oscuro, con pequeños claros verdes, que demuestra la voracidad del incendio.

En Cueva Corcho algunos castañeros y pinos sobrevivieron al paso del fuego. Al fondo, los barrancos de Corcho, Crespo y del Andén son un reflejo de que las primeras llamas caminaron con gran fuerza, incontrolables, en dirección a Aríñez. Si el paisaje en general es desolador, el de esta zona es devastador. El incendio arrasó en algunos tramos con todo lo que se encontró por delante. Los hitos kilométricos y otras señales de tráfico fabricadas con plástico penden dobladas de las vallas de la GC-21.

El camino continúa por una carretera prácticamente desierta. La ciudadanía ha hecho caso a las indicaciones de las instituciones, que desaconsejan subir a las áreas afectadas. Sólo un coche de alquiler de unos despistados turistas está aparcado en el mirador de Pinos de Gáldar. A sus faldas, bosques y pastos tiznados. De cara a la Cumbre, la imagen es diferente. El fuego respetó el Montañón Negro y el pinar parece haber mantenido el tipo ante las tormentas de fuego que llegaron a poner en jaque a los efectivos.

Una finca situada junto a la carretera GC-70 muestra un vergel entre el paraje completamente calcinado de Monte Gusano durante el trayecto hacia Fontanales. En el pueblo, el fuego se paró a las puertas. La vegetación húmeda que preside el conjunto de edificios blancos hizo de pared ante la llegada de uno de los flancos. Las casas están intactas.Los rebaños, sin pastos

Monte Pavón, Lomo del Palo y Galeote son las siguientes paradas. Los pastos, que durante la época fría se visten de un intenso verde para mudarse al amarillo en verano, están ennegrecidos. La comida de los ganados de oveja que pastan por estos cortijos, en los que se elaboran lo reconocidos quesos grancanarios, ha quedado calcinada. Algunas de las viviendas están derruidas. El paisaje vuelve a ser el mismo: el pinar, desde Artenara hasta la Cruz de los Moriscos, afectado por la acción tanto del primer incendio, que se inició el 10 de agosto en Arvejales, como del tercero.

Introducirse en la arboleda significa, a su vez, ver un paraje de troncos calcinados. Así hasta llegar a Fagajesto, donde Antonio el Pinocha departe en el interior de su bar junto a Domingo Mendoza. Lo hacen sólos, como casi todos los días de las últimas dos semanas en los que ha podido abrir. Asegura que el incendio está siendo "una ruina". "Por aquí no pasa nadie". "Hemos perdido unos siete u ocho mil euros", cuenta, mientras hace la lista: los días que estuvo cerrado, los sueldos de sus empleados y los alimentos que tuvo que tirar. A ello se unió la comida que tenía preparada para el pasado domingo. "No subió nadie", apunta. Por eso espera que, cuanto antes, los clientes regresen a la Cumbre para probar la gastronomía de la zona. Antonio señala que trabajó como operario en la extinción de incendios unos años ha, pero que fuego como este "no había visto nunca". "Esto era el fin del mundo, un infierno", añade. Un infierno que, para los comerciantes de los pueblos afectados, aún continúa once días después.

El trayecto acaba en la presa de Lugarejos, por una estrecha carretera que pende de una ladera de cientos de metros en cuyo fondo nace el valle de Agaete. La vista de Tamadaba duele, pero menos. Las hojas de los pinos canarios intercalan el verde con el marrón, que dan una apariencia de falso otoño a un bosque que nunca ha sabido de estaciones. Es la imagen menos mala del parque natural, que en otros puntos mantiene cicatrices de uno de los peores incendios que ha conocido Gran Canaria.