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La Cumbre tras el desastre

"El 112 me dijo: corran"

Airam González fue la primera persona que alertó del incendio de Valleseco l Su madre, su pareja, sus dos hijas y sus 19 perros abandonaron en un todoterreno su casa, envuelta en llamas

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Airam González, el primero en avisar del incendio de Valleseco

La serenidad con la que Airam González relata cómo escapó del abrasador fuego resulta encomiable. Lo hace mientras se pasea por la que era su casa, convertida por las llamas en un horno que fusionó un reloj con su pared, que derritió su televisión -"que todavía se ve, aunque más oscura", como él cuenta sorprendido- y que destrozó completamente el dormitorio, convertido en una negra estancia de la que nada se pudo salvar. La de Airam no es una historia al uso: ha escapado con vida de dos incendios y, en el caso del terrible fuego de Valleseco, fue la primera persona que avisó al 112 porque éste se originó a escasos metros de su hogar.

Para todos los grancanarios en general, y para Airam González y su familia en particular, un sábado cualquiera se convirtió en un día devastador. Sobre las 15.20 horas del 17 de agosto, cada uno cumplía con las rutinas de un día cualquiera. La madre de Airam González, Amelia Jordán, fregaba la loza en la cocina mientras que su nuera, Cathaysa Segura, andaba fuera con el teléfono móvil. De repente, Segura comenzó a ver humo detrás del Pozo de San Mateo. Con el susto en el cuerpo tras el primer incendio, entró a avisar a su pareja. Cuando Airam González salió a curiosear, ya no era el humo lo que daba miedo: las llamas habían comenzado a devorar los árboles a una espeluznante rapidez. "Llamé al 112 y la operadora me hizo las preguntas de rigor: cuál era la emergencia, de qué zona se trataba, etcétera. Me dijo que iba a comprobar lo que le estaba contando, que me mantuviera a la espera. Un minuto después, un helicóptero pasó volando por encima de nuestras cabezas y cuando estaba dando la vuelta, la operadora retomó la llamada y sólo me dijo: Corran. Salgan de ahí ya".

Un mensaje claro y contundente que este joven pilló a la primera: "Fue todo superrápido. Si nos coge durmiendo, no lo contamos. O trabajando. Ahora me alegra haber estado en el paro en ese momento", comenta aliviado.

También el viento jugaba en contra de esta familia como perfecto aliado de las llamas. Las hizo crecer y avanzar y, aún más, girar inesperadamente hasta rodear la casa. Con la misma calma de su pareja, Cathaysa Segura explica cómo cogió a sus hijas -Marley, una niña de cuatro años, y Vaiolet, un bebé de apenas uno- y a sus 19 perros y los metió a todos en un simple todoterreno. "Son parte de la familia. No me podía ir sin ellos. A casi todos los he recogido porque estaban abandonados, mucha gente los deja por el campo. Airam me dijo que me daba tiempo a cogerlos y los cogimos". Los cuatro perros grandes iban delante, la cama con siete cachorros de chihuahua, en el centro, y el resto en la zona de atrás. Sólo dos pequeños no pudieron salvarse. Sus pequeñas siluetas continúan marcadas en las cenizas del suelo del baño, a donde acudieron para protegerse. Caso distinto fue el de los gatos: aupados por su rapidez y su instinto de supervivencia, se refugiaron en un cuarto de aperos y lograron sobrevivir, alimentándose de pequeños gazapos.

Las pesadillas de Marley

La tranquilidad de la pareja contrasta con el desasosiego de la matriarca de la familia. "Estoy en tratamiento psicológico. No duermo bien", explica Amelia Jordán."Mi nuera me dio a las nenas y las metí en el coche, ellos comenzaron a meter a los animales y cuando salimos, el fuego avanzaba más y más, iba más rápido que nosotros", recuerda todavía afligida. Precisamente, en uno de los vídeos que aquellos días circularon por la redes sociales y por whatsapp en el que se captaba el inicio del fuego, se escucha a la persona que graba: "Mira el del Land Rover, qué loco". El coche en cuestión era el que conducía Airam a toda velocidad para escapar de las llamas. "Pero la gente no sabía que vivíamos aquí, la casa no se ve a simple vista, está bastante escondida", comenta comprensiva Cathaysa, a quien también le llegó la grabación a través de un familiar.

Resulta inevitable pensar cómo afecta una situación tan anómala y estresante a dos menores de edad. Marley, de cuatro años, es una pequeña curiosa e inquieta que se enteró perfectamente de todo lo que pasaba. "Al principio se puso un poco nerviosa porque veía a su madre de aquí para allá, pero luego le dije que tenía que ir al coche y allí fue, toda segura, y se quedó esperando en la puerta guardando la calma", explica orgulloso su padre. Una chica valiente a la que, sin embargo, haber tenido el fuego demasiado cerca le está pasando factura. "Tiene pesadillas por las noches, se despierta a veces llorando y gritando ¡mamá, corre! En ocasiones ve las nubes y cree que son humo, y cuando observa el reflejo anaranjado de las luces de la ciudad, piensa que son llamas y se asusta", comenta Airam. Hasta ahora, no había visto el estado en el que quedó su casa y las expresiones de sorpresa ante lo que captan sus pequeños ojos son constantes.

Mejor lo está llevando Vaiolet, de apenas un año, que goza de esa valiosa inocencia que le evita ser consciente de lo que ha ocurrido a su alrededor. La pequeña no ve objetos quemados, no sabe de recuerdos perdidos, no echa en falta su cuna calcinada. Sólo juega con su abuela, que fue quien salvó las fotografías de la familia, todas ellas en una maleta que estaba preparada para volver a huir. Porque es la segunda vez que esta familia logra burlar al cruel fuego. El primer incendio, el originado el 10 de agosto por las chispas de quien soldaba sin sentido su puerta en mitad de un caluroso día, casi los atrapa. "Las llamas llegaron hasta esos árboles", asegura Airam, señalando un lugar que se encuentra a apenas unos metros de su ahora devastado hogar.

"Hacía apenas cuatro días que habíamos vuelto, por eso yo tenía la maleta con las fotografías dentro", explica su madre. Suena a augurio, a casualidad o tal vez a mera precaución. La misma virtud previsora que heredó su hijo: la noche anterior, Airam no se fue a dormir hasta que no cambió los frenos y las ruedas del todoterreno "por si pasaba algo". "La lógica era que si volvía a haber fuego, éste nos cogería a nosotros porque iba a afectar a toda la zona que no estaba quemada", asegura. Eran las dos y media de la madrugada. Doce horas después, las profecías se cumplían y las llamas regresaban.

Una casa convertida en horno

En el primer incendio, su hogar no sufrió daños. Pero cuatro días después, el fuego había ganado en crudeza y, aunque sólo logró destruir 15 casas, la de esta familia fue una de ellas. Existen dos zonas muy diferenciadas en el antiguo hogar. La cocina y el salón se mantienen, pero se convirtieron en un auténtico horno. Todo lo que había dentro del frigorífico, que sigue funcionando, se quemó. Las papas que había en una olla aparecieron sancochadas. El agua del acuario hirvió, "pero los bomberos lograron llevarse a los pececitos", aclara con ternura Cathaysa Segura a su hija mayor. La televisión y el equipo de música se derritieron y alteraron su forma, pero todavía funcionan. Aún no saben qué suerte habrán corrido las videoconsolas. "Me llevé todo lo de valor que se había salvado por miedo a que alguien entrara a robar porque la casa estaba abierta para que saliera el calor", explica Airam.

Nada se pudo salvar, sin embargo, del dormitorio. Se quemaron las camas de las niñas, los DVD con sus dibujos animados y una estantería llena de libros, una de las grandes pasiones de Cathaysa. Nada quedó en pie en esta estancia. En el exterior, las grietas rodean la construcción: "Es como si las llamas hubieran agarrado la casa y la hubieran partido en dos", explica muy gráficamente Airam.

También fuera se encuentra una curiosa estampa que dejó de piedra incluso al propio perito que acudió a evaluar los daños: "Dijo que nunca había visto nada igual y me pidió permiso para fotografiarlas". La perplejidad de un profesional que habrá visto cientos de escenarios calcinados por el fuego puede dar una idea de lo extraño del caso: decenas de cadáveres de gallinas chamuscadas aparecen perfectamente colocados sobre la tierra. El corral de aluminio en el que estaban estas 40 aves se deformó totalmente por el intenso calor y las gallinas no pudieron escapar, a pesar de que antes de irse, su dueño había dado una patada a la puerta para brindarles una oportunidad. "Es raro que no lo hicieran, que no salieran corriendo o volando y que hayamos encontrado a gran parte de ellas justo al lado de los comederos, donde las dejamos", asegura sorprendida Cathaysa.

Más extraordinario resulta aún imaginarse a esta familia formada por tres adultos y dos niños montarse en un todoterreno estándar con nada más y nada menos que 19 perros. "Es curioso, tengo recuerdos muy nítidos de aquel momento, pero a la vez no sé cómo pasaron ciertas cosas", explica Airam. "Sí recuerdo tener la boca seca. No por el cansancio o el esfuerzo, sino por el intenso calor".

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