Iker le señala a sus compañeros del colegio y profesoras del CEIP Manuel Balbuena Pedraza los alrededores de su casa, un chalecito blanco, de campo, que se encuentra a las faldas de un pinar del barrio de Fontanales, en Moya. Es jueves y, a la hora del recreo, han salido a dar un pequeño paseo por la localidad, el primero del curso. Entre un alboroto de chiquillos de todas las edades y un perrillo que no para de jugar, a Iker se le escucha decir que "una higuera que hay por detrás de la casa ardió por lo menos cinco veces". Se quemó en uno de esos días del mes de agosto en el que el último incendio forestal que se desató en Gran Canaria arrasó alrededor de 10.000 hectáreas.

Iker, que en este día de clases ha ido vistiendo orgulloso una camiseta del Cuerpo de Bomberos de San Bartolomé de Tirajana, siente una admiración total por todos aquellos que trabajaron para sofocar el fuego, tanta que, a sus 10 años, cuando se le pregunta qué quiere ser de mayor, no duda en responder que en un futuro quiere ser uno de ellos. A su corta edad, ya piensa en poder algún día ayudar a los demás como los bomberos lo han hecho con él, su familia y todo su pueblo. "Podría haber sido peor, pero gracias a ellos y a los medios aéreos no fue más de lo que podría haber sido", asegura. Para él, son los salvadores de Fontanales y de su propia casa, que se vio rodeada por el fuego.

El chaval recuerda bien aquellas jornadas de incertidumbre, miedo y nervios en las que las llamas que comenzaron el sábado 17 en Valleseco avanzaban rápidamente por el monte y se acercaban, sin encontrar obstáculo alguno, a Fontanales. El pensar en qué podía pasar le quitó el sueño y no le dejó pegar ojo. "Estuve despierto toda la madrugada por si acaso nos desalojaban y, por si al final pasaba, poder avisar con tiempo a mis padres y a mi abuela, que tiene 92 años", explica el niño.

Dicho y hecho. A la mañana siguiente, el fuego estaba tan cerca que, a las nueve en punto, él y su familia fueron evacuados. Con poco más que lo puesto, se marcharon a la casa de su abuela y desde allí, enganchado a las noticias y a las ruedas de prensa que informaban sobre la evolución del fuego, no perdió de vista lo que sucedía. "Desde la casa de mi abuela siempre estuve atento al fuego", cuenta el pequeño.

En un momento dado, escuchó que el campo de fútbol había sido pasto de las llamas y el pánico, como era de esperar, le invadió. "Mi casa está a cien metros, más o menos, de allí, por lo que pensé que le quedaba poco para quemarse", recuerda. Su perro, además, no se había ido con ellos cuando fueron desalojados, por lo que Iker no sabía exactamente si se encontraba bien, ni siquiera sabía a ciencia cierta dónde estaba. Entre tantas, los bomberos y los medios aéreos trabajaban sin descanso en Fontanales para salvar su casa y la de sus vecinos.

El día 20, cuando la situación estaba ya más calmada, pudo regresar a su hogar y comprobar por sí mismo lo que las noticias contaban y lo que había visto en algunas fotografías: el fuego se había encontrado frente a frente con su casa. Los terrenos de su alrededor, los arbustos y buena parte del pinar habían sido calcinados. Así las cosas, Iker se topó con una estampa oscura y lúgubre, pero entre tanta desolación, ocurrió el milagro: su casa estaba en perfectas condiciones y su perro, también. El campo de fútbol, además, tampoco se había quemado como se había dicho.

Reconocimiento

Ante tal panorama, recuerda que le invadieron sentimientos contradictorios. "Cuando volví me sentí aliviado y muy contento al ver a mi perro, pero también triste porque veía todo quemado alrededor y eso no me gusta", comenta aún con cierta pena. Pero él no cree mucho en los milagros, y no tiene ninguna duda de que si el incendio no invadió su hogar ni el barrio fue gracias al trabajo de los servicios de emergencias.

Su gratitud ante ellos era tan grande que no perdió la oportunidad de comunicárselo cara a cara a cada uno de ellos. El día 7 de septiembre cogió un barco junto a su padre rumbo a Fuerteventura, donde se citaría con los bomberos de Tuineje que se habían desplazado hasta Gran Canaria para luchar contra el fuego. "Les di un detalle, una placa con el pueblo de Fontanales, por haberlo salvado", relata mientras busca algo en su mochila. "Y a mí ellos me dieron esta camiseta y esta pulsera que tengo puesta", dice sin poder parar de sonreír y visiblemente ilusionado.

También fue a ver a los bomberos de San Bartolomé de Tirajana, quienes le regalaron la blusa que lleva puesta. Allí no cabía en su alegría. "Me enseñaron el parque y me subí a un camión", cuenta sin perder la sonrisa. Algún día, cuando sea mayor, lo hará para salir a apagar algún fuego y ayudar a alguien. Su última acción ha sido escribirle unas cartas a Federico Grillo para agradecerle todo lo que hizo por ellos, algo que ha hecho junto con sus compañeros nada más volver de las vacaciones y comenzar las clases. "Podía haber sido mucho peor, pero gracias a usted, a los bomberos y a los medios aéreos no pasó nada más de lo que podía haber pasado", puede leerse en su texto.

Vuelta al cole

El inicio de curso de Iker y sus compañeros en el CEIP Manuel Balbuena Pedraza vino cargado de ilusión y ganas, como sucede año tras año en esta pequeña escuela rural de apenas 17 alumnos y un claustro de dos profesoras. Pero este septiembre, después de un final de verano protagonizado por el incendio, el comienzo estuvo lleno de emoción y gratitud, pues la escuela logró salvarse.

El colegio se encuentra a unos pocos metros de la casa de Iker, a escasos 5 minutos andando, por lo que el miedo a que el fuego llegara también a la escuela era común entre sus alumnos, familias y vecinos. "Esta escuela es importantísima para Fontanales", subraya Lorena Benítez, profesora y directora del centro. "Aquí, la población es cada vez menor, por lo que yo estoy segura y convencida de que si algo le hubiera pasado, no iban a construir otra", sostiene.

A Benítez se le entrecorta la voz y se le llenan los ojos de lágrimas cuando recuerda ese momento en el que la madre de Iker le envió una fotografía en la que el incendio amenazaba con envolverla. "Estaba rodeada de fuego y dije 'hasta aquí'...", cuenta emocionada. "Yo llevo trabajando en este colegio 16 años, casi desde que empecé, y para mí es como mi segunda casa. Estaba muy preocupada...", explica sin poder terminar de hablar, pero acaba añadiendo que "milagrosamente sigue en pie". "Esta ha sido una vuelta al cole diferente, pero agradecida", asevera.

Las familias de muchos de los alumnos de esta escuelita rural que cuenta solamente con dos clases, una para los pequeños de infantil y los niños de hasta segundo de primaria y otra para los cursos de tercero a sexto, se dedican a la agricultura y la ganadería, algunas de manera exclusiva y otras como actividad de ocio. Aquellas que dependen del sector sufrieron no solamente por ellos mismos, sino por sus trabajos, por sus medios de vida.

Es el caso de un familiar de Rodrigo, un alumno de 10 años, que explica que un primo de su madre es ganadero y que, ante el avance del incendio, tuvo que evacuar a su ganado. "Se los llevó a la Fragata, en Moya", cuenta. Los animales del niño, en cambio, se quedaron en su casa de El Tablero, un barrio a dos kilómetros de Fontales, pero no les faltaron los cuidados. "Mi padre y mi abuelo entraban y salían para darles de comer", explica el niño, que aún sorprendido recuerda cómo el fuego se quedó "a un kilómetro de mi casa".

Al igual que a Iker, le costó conciliar el sueño aquella primera noche del incendio y apenas durmió unas pocas horas. "Me acosté a las tres de la madrugada y a las seis me desperté para preparar mis cosas por si nos desalojaban". Él ya tenía la mochila hecha, y esa misma mañana, tuvieron que salir de casa.

Lo mismo cuenta Katia, una compañera de clase de 9 años, que fue evacuada a las cuatro de la madrugada y se dirigió junto con su familia a Santa Cristina, donde reside su bisabuela. "Desde allí veía el fuego, cómo salía mucho humo por Fontanales y cómo lo apagaban, pero al poco tiempo salía por otro lado, y así todo el tiempo. Estaba muy nerviosa", relata evocando aquellos momentos de angustia.

El primer día de clase los alumnos comentaban lo que había sucedido. Los mayores hablaban de los nervios y el miedo que sintieron y de la alegría de poder volver a sus casas y ver que no habían sido afectadas por el fuego. Los pequeños cogían sus colores y pintaban dibujos en los que describían sus experiencias. Este año, los alumnos van a estudiar y a trabajar sobre los incendios forestales en esas horas que todos los cursos dedican a los temas medioambientales, concienciación y sensibilización.

Es ya mediodía del jueves, y los 17 niños y niñas vuelven de dar su paseo y ver los alrededores de la casa de Iker. Una vez en el patio, Zoraida Sosa, la otra profesora del centro, les dice que se han portado muy bien y que, por eso, pueden descansar un rato más. Nada más anunciarlo, todos los chiquillos entran corriendo en el edificio a por sus desayunos y uno coge una bolsa de chocolatinas para repartir entre todos los niños del colegio. Y juegan y se ríen, los más grandes y los más pequeños. "Somos una gran familia", mantiene la directora.