Los iconos culturales son aglutinantes de los sentimientos populares. Los símbolos y las imágenes religiosas son objeto de devoción por parte de muchos feligreses que en su creencia sienten el amparo y la protección ante las adversidades. Durante la presente semana, ocho localidades de la isla de Gran Canaria viven la inusitada experiencia de que la Virgen del Pino, Patrona de la Diócesis, pise su territorio municipal. Dejemos a un lado la controvertida decisión teologal entre la curia y la camarera responsable de la vestimenta de si la Virgen debía de haber llevado el manto verde y no el de color lila, llamado 'manto de las plegarias'.

Este peregrinaje está motivado por el voraz incendio que sufrieron las cumbres y medianías de la isla y que, con este recorrido mariológico, los creyentes y devotos han canalizado sus sentimientos de protección, a la vez que proyectado su agradecimiento por no haber sufrido males mayores. Esta podría ser la narración desde la interpretación religiosa, que es una más de entre los múltiples elementos que han aflorado a raíz del triste suceso del fuego arrasador.

Y es que si la visita de la Virgen a los pueblos afectados ha sido una oportunidad del encuentro con la población creyente, en el marco de una larga tradición de bajadas de la Virgen a la Ciudad de Las Palmas por estragos colectivos, el hecho hay que considerarlo, aparte de su valoración religioso-antropológica, no como un acontecer aislado, sino como un 'historema' más de los que se pueden encadenar en el análisis de lo que se considera una desgracia colectiva. La visita a las ocho parroquias de la isla ha desvelado la asimetría de la isla: pueblo rico / pueblo pobre; en unos, con el desbordamiento en galas callejeras y arte efímero, y en otros, envueltos en la esencia de la fe que siempre (como nos enseñaron en lejanos tiempos) habrá que vivir con humildad y resignación.

La visita de la Virgen a los pueblos de la cumbre ofrece, además, un componente estético singular ya que ha encarado una imagen barroca y urbana con el horizonte del paisaje agreste de nuestra isla, con el perfil de los roques emblemáticos de Gran Canaria. Observamos con atención la bendita, delicada y maternal imagen iconográfica, a la sombra del Roque Nublo y junto a la robusta silueta del Bentayga, y frente por frente al mítico Tamadaba. ¡Qué momento histórico nos ha tocado vivir y relatar en esta crónica!

Sin embargo, más allá de esta retórica personal, se han puesto sobre la mesa los diversos 'historemas' (unidades históricas mínimas como hechos susceptibles de análisis), como pueden ser los siguientes: prendimiento del fuego; causas que lo provocaron; desarrollo del incendio; gestión para su extinción; recursos destinados; desalojo de caseríos; solidaridad ciudadana; estado de riesgo del territorio; falta de prevención a nivel extensivo; abandono medioambiental de cumbres y medianías; cortafuegos; planes de emergencia en los pueblos; peones camineros; daños objetivos; valoración y subvenciones; reacción ciudadana; sensibilidad del isleño por el medio ambiente; cambio climático; proteccionismo radical; desamparo de los usuarios del territorio; consorcios con particulares; iniciativas y tipología de reforestación. Y ya en el campo de lo intangible, la peregrinación y protección sobrenatural de la Virgen del Pino y la encomienda al Apóstol San Matías como Patrón de los pinares de Gran Canaria.

Esta es una relación de los elementos objetivos que se han desvelado en torno al tremendo suceso medioambiental. No nos engañemos con la metodología y deslindemos las necesarias reflexiones técnicas y políticas de los sentimientos mariológicos colectivos. Porque, mientras ahora realizamos este inventario realista, en paralelo observamos la celeridad con la que desde las administraciones públicas se han ido a tapar las heridas causadas por la quiebra de un turoperador turístico.

Tal vez haya sido necesario establecer jerarquías de auxilio en función de sus consecuencias económicas. Cierto. Pero lo que también es cierto es cómo se evidencian dos tipos de economía: la productiva empresarial, siempre capaz de generar sus propios recursos, y la economía medioambiental, siempre necesitada del apoyo de la administración pública.

Y esta segunda, con la afección al sector primario y a personas con nombres y apellidos, pastores y ganaderos, y los pueblos de la trasierra, Tejeda y Artenara, que desde hace años esperan la consideración de municipios de atención preferente (MAP) ya que son comunidades rurales que saben mucho de la dura realidad y poco de tecnocracias de cortas miras.

José A. Luján.

Cronista Oficial de Artenara.