Ocho días y ocho pueblos después de estar rogando agua para rebrotar los montes quemados por el incendio del pasado agosto, y en las últimas dos horas de recorrido se cerró el cielo para jarrear sobre la Virgen del Pino y los miles de fieles que la acompañaron, ayer, en el último tramo de su periplo, el que la acercaba hasta su basílica procedente de Valleseco.

Para unos un milagro, para otros caprichos propios de la meteorología, y para los sabios del campo, "con la hora de agua de riego rozando ya los 30 euros, lo que tocaba por justicia a estas alturas del mes, "y además con retraso"

La pedía también José Torres, que en su Caideros de Gáldar vivió desde aquél 17 de agosto junto con todo su vecindario un infierno de fuego que a punto estuvo de arrasar con el pago, y que no solo amagó sino que fulminó gallinas, cabras y hasta gatos. Fue Torres mentarla y caer los primeros goterones.

La comitiva arrancaba en Valleseco con cielo despejado, pero con nubes de evolución, que diría un meteorólogo, con hora prevista de llegada sobre las dos de la tarde, previa parada y plantada de un mato en la flamante Avenida de la Virgen del Pino en la entrada de Teror a la una de la tarde. Pero nada iba ayer sobre lo previsto, salvo la multitud que esperaba que acompañara a la imagen y que no defraudó, con una hilera de personas que se extendían tras la urna y el templete unos tres kilómetros más atrás.

La velocidad calculada recibió también una merma, por los cantares, por los rezos, a veces frenada por los vivas a la Virgen, los "se siente, se siente, la Madre está presente", y otras más por el vehículo del Ejército del Aire que la transportaba, y que no pudo escapar de la física de las cosas. A esas velocidades no hay radiador que en 7,7 kilómetros de recorrido refresque la culata y menos aún con el fuselaje carrozado, lo que obligaba a hacer algún que otro alto en el camino para recuperar el resuello del fotingo. Todo ello arrojaba una velocidad media de poco más de 1 kilómetro por hora, dadas las siete horas transcurridas entre origen y destino.

Nombres en sal

A la raya del mediodía en la plaza principal de Teror seguían llegando personas, a cientos, que parecían haberse inventado un quinto punto cardinal, en aglomeraciones que hacían peligrar la integridad de la alfombra y de los nombres en sal de los municipios que recibieron esta semana a la patrona plasmados en el suelo de la calle Real: Agaete, Gáldar, Guía, Moya, San Mateo, Tejeda y Artenara.

Desde ese mismo lugar una gran pantalla en la fachada del templo iba ilustrando al público de por dónde andaba la peregrinación, y sobre la una de la tarde comenzaban las cábalas, y los recálculos de tiempo.

Marisa Santana, con casa en San Mateo y visitante habitual de la villa le echaba a ojo, "unas tres horas más". Y acertó de pleno.

El mismo cómputo debieron hacer Los Gofiones, establecidos en la banda izquierda de la basílica y que ofrecieron un repertorio capaz de olvidar por momentos a toda aquella parroquia de la existencia del reloj.

Hasta que por fin, sobre las tres de la tarde, en las imágenes los pinos y eucaliptos que durante horas flanqueaban el camino daban paso a las primeras casas. Era la pista de que ya estaba en las lindes de Teror.

Poco después se veían Los Llanos, donde paraban de nuevo para plantar un pino y descubrir la placa que daba nombre a la avenida. Allí se sumaría a la comitiva, con un Ay Teror, qué lindo eres, la banda de música de la villa, con la que entraba en el centro urbano, "empapados pero contentos", todos los peregrinos para hacer escala en la esquina del Muro Nuevo.

Allí atronaron voladores invisibles, que silbaban sobre unas azoteas casi tapiadas por una niebla que cada vez volaba más bajo por el peso de un agua que, al entrar en la calle Real, volvió a descargar para alfombrar el pueblo de paraguas de proa a popa. Agua también en los ojos de las muchas lágrimas que se fundieron con la lluvia, y precipitaciones de pétalos a mitad de la calle con los que se llegaron la patrona y los peregrinos hasta los pies de la basílica. Eras las cuatro menos cuarto.

En el edificio entró la imagen con vehículo incluido..., y se cerró de par en par la cancela. En esos minutos flotó el desconcierto por la misa prevista en la plaza y que oficiaba el obispo de la Diócesis Francisco Cases.

Las dudas se disiparon cinco minutos más tarde, el tiempo que tardó el conjunto en dar la vuelta en el interior del templo, para alivio de la asistencia.

Ahí fue cuando se firmaba el acta de recepción por el alcalde de Teror, Gonzalo Rosario, y el párroco y custodio de la imagen, Jorge Martín de la Coba. "La Virgen ya está en casa", anunciaba el vicario Hipólito Cabrera, quién aseguraba que llegaba de esta visita extraordinaria, "con el corazón ensanchado".

Tras el descubrimiento de una placa, y la entrega a la Iglesia de un pino "nacido en Osorio", se dio paso a la misa. Era una eucaristía pasada por agua que iba reduciendo gota a gota el número de feligreses, muchos de ellos arrastrando durante horas la ropa mojada. Tanto fue el chubasco, que antes de finalizar la homilía hasta la luz acabó desfalleciendo, eso sí, justo a tiempo de la misión cumplida.