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Teror

La influencia onubense en las tradiciones de la Virgen del Pino

La imagen más antigua que se conserva de la Virgen se encuentra en Tenerife y la primera referencia a su advocación se sitúa en Niebla, en la comarca de Huelva

La Virgen del Pino, durante la procesión en las Fiestas de este año. JUAN CASTRO

Mencionar en Canarias a nuestra Virgen del Pino es sinónimo relativo a la excelsa Patrona de la Isla y a la villa mariana de Teror. Otros pagos isleños que también ostentan como titular a Nuestra Señora del Pino lo asumen como derivados de la que dio origen a esta entrañable advocación isleña en los presumibles albores de la conquista. Sin embargo, la verdadera historia documentada delata que los antecedentes de la entronización en el Archipiélago de la devoción del Pino se debe a la influencia del establecimiento de la extensa colonia onubense, gaditana y extremeña en las Islas, y mucho antes de que apareciera la onomástica mariana en la villa terorense, la advocación de la Virgen del Pino recibía ya culto en los albores del siglo XVI en un pequeño oratorio de la isla hermana de Tenerife.

La tradición a través de los siglos

Una vez que finalizó definitivamente la conquista de Gran Canaria, en abril de 1483, no hubo en las crónicas de la contienda referencias del milagroso acontecimiento de la aparición de la venerada imagen en lo alto del frondoso pino. Y resulta curioso que se haya producido en el llamado siglo de las conquistas, cuya misión principal era la de evangelizar las nuevas tierras ganadas para la Corona de Castilla y la fe de Cristo. De haberse producido el extraordinario suceso en aquellos años no debió de habérsele escapado al celoso obispo canariense, Juan de Frías, que además ostentaba la calidad de conquistador, para que dejara noticias del venerable incidente, máxime cuando al prelado la tradición lo relaciona con la aparición de la Virgen en Teror, a cuyo lugar se dice que acudió para comprobar los sorprendentes fenómenos que relataban los aborígenes canarios.

Tampoco se destacó lo sucedido en los pastorales de la época por el sucesor en la mitra, don Diego de Muros, que antes de que acabase el siglo XV ordenó construir para la celebración de los cultos varios oratorios en Gran Canaria y fue quien entronizó en la Isla la presencia de la Virgen María a través del más antiguo grabado que aún se conserva en nuestra Catedral. En los diez años de su pontificado, el obispo Muros celebró los dos primeros sínodos diocesanos y tuvo ocasión de realizar visitas pastorales por los principales templos del Archipiélago.

Otros cronistas y clérigos destacados en las postrimerías del siglo, como Andrés Bernal, conocido como el Cura de los Palacios, y el tesorero catedralicio, Hernando Álvarez, tampoco dejaron huellas en sus escritos y epístolas del episodio milagroso que 150 años después se da por primera vez la fecha de lo ocurrido en la primavera de 1481.

Al despuntar la nueva centuria, en el siglo XVI se documentan, en relación a la Virgen del Pino y Teror, las dos primeras noticias relacionadas con Nuestra Señora. La más antigua con el nombre del Pino data de 1508, y aparece en el testamento del onubense Pedro de Hervás, vecino estante en la isla de Tenerife, que en su disposición de últimas voluntades deja la limosna de una dobla de oro para el arreglo del oratorio donde se encontraba la imagen. El andaluz indica que sea para la iglesia de Gran Canaria en donde se encuentra la efigie.

Siete años más tarde es cuando el obispo de Canarias, Fernando Núñez de Arce, anexiona el pequeño templo del pago terorense a la Catedral de Santa Ana, indicando en el decreto episcopal que el oratorio se encontraba bajo la advocación de Santa María de Terore. El hecho de no mencionarse en aquel momento la onomástica de la imagen con que los cristianos de la época le rendían culto, ha originado en la historiografía insular diversas controversias.

Hacia la década de 1520 se fecha la llegada de la actual imagen de la Virgen del Pino que se venera devota en la Basílica de Teror y que, según acreditan las viejas crónicas, fue traída para sustituir a la talla primitiva, que debía, más que encontrarse deteriorada, de pequeñas proporciones para que figurase en adelante en la alta hornacina de la nueva iglesia construida. También consta por testamento su vinculación con otro onubense destacado en la comarca, Juan Pérez de Villanueva, quien la trajo a su costa de Europa y desde entonces estuvo vinculada al patronato fundado por su extensa familia.

En el transcurso del patrocinio de los Villanueva ocuparon la mitra de Canarias doce obispos, quienes en sus visitas pastorales a la feligresía de su diócesis no destacan la presencia en el templo de la venerada Virgen del Pino. Solo serán los Pérez de Villanueva y las familias vinculadas a la estirpe, como las de Falcón, Ortega y Arencibia, quienes se relacionan con la onomástica de la imagen y en torno a ella se instituye la cofradía del Pino, que va a ser mencionada por primera vez en la documentación de la época de 1558.

La constituida hermandad y los cultos celebrados en su honor debieron de originar efectos positivos en la feligresía terorense y en la Diócesis, porque ya se empieza tímidamente a destacar en las visitas pastorales de los obispos, a partir de 1578, el nombre de Virgen del Pino. La nueva iglesia que una vez más se tiene que construir para sustituir a la anterior que amenazaba ruina en las últimas décadas del siglo XVI, se acuerda timbrarla con la onomástica de la Patrona.

Nuestra Señora poco a poco se va introduciendo en el corazón de sus vecinos y feligreses y sus hijos comienzan a señalarla de Madre protectora, como se puso de manifiesto cuando las compañías de milicias de Teror bajaron a la capital para defenderla de los invasores, llevando en sus banderas, pendones y estandartes grabada la Virgen titular de la Villa. La victoria que obtienen las tropas canarias frente a los asaltantes capitaneados en 1595 por Francis Drake, y posteriormente por el holandés, Pieter Van der Does en 1599, va a ser el definitivo detonante que otorgue a Santa María de Terore la fidelidad y amor de su pueblo. Hasta entonces, la festividad del 8 de septiembre, que conmemora la Natividad de la Santísima Virgen María, se celebraba en la ermita portuaria de Nuestra Señora de La Luz.

Este tardío reconocimiento se comprueba por el silencio que con anterioridad demostraron dos insignes clérigos vinculados a la historia, a la Iglesia insular y a la comarca de Teror, como fueron los eminentísimos Alonso de Espinosa, autor del libro de la aparición de la Virgen de la Candelaria en la Isla de Tenerife, y el sacerdote y lírico Bartolomé Cairasco de Figueroa, que solía pasar largas temporadas de verano en la villa mariana.

Las apariciones

Del fraile dominico, Alonso de Espinosa, que fue párroco de la iglesia de San Juan Bautista de Arucas entre los años 1580 a 1587, y que al trasladarse a Tenerife escribió la historia mencionada en homenaje a la Virgen de la Candelaria, dedica en la obra un extenso capítulo a las más señaladas apariciones de la virgen por diversos lugares del orbe católico. Indica los extraordinarios sucesos de la Virgen de Loreto en Italia, Monserrat en Cataluña, el Pilar en Zaragoza, la Peña en Francia, la Antigua en Sevilla y la Consolación en la localidad de Utrera, e incluso, al referirse a la isla tinerfeña, señala ciertas apariciones prácticamente desconocidas, como Nuestra Señora de Garachico, Nuestra Señora de Tajo y Nuestra Señora de Guía de Isora. En este documentado trabajo de Espinosa no se hace mención a la Virgen del Pino y a su presencia milagrosa en el legendario tronco de un árbol.

Lo mismo sucede con el virtuoso Cairasco de Figueroa, autor de su famoso Templo Militante, en cuyos escritos cita a las principales advocaciones religiosas que por entonces existían en Gran Canaria y no incluye en sus textos alusión a nuestra Patrona. Ambos silencios parece que quieren denunciar que a lo largo del siglo XVI la Virgen del Pino no tenía implícito en la Isla el reconocimiento y veneración que empezó a desarrollarse al iniciarse la centuria siguiente, cuando comienzan a producirse las primeras bajadas de la imagen a la catedral de Santa Ana.

Las razones pueden derivarse de que la onomástica de Pino no estaba aún aceptada por la Iglesia canaria. La institución religiosa se refería por aquella época a mencionar la advocación por el nombre de Nuestra Señora de la Natividad. Y prueba de ello es que durante siglos no existió ninguna fémina bautizada con la filiación de María del Pino, produciéndose el primer ensayo con una negra esclava procedente de La Guinea, que recibió las aguas del Jordán en la iglesia de Teror en 1667. Las mujeres de las casas aristocráticas de la Isla comenzaron a recibir el gentilicio de la Santa Señora en el último tercio del siglo XVIII.

Otro factor importante que debió de silenciar el nombre de Nuestra Señora del Pino lo achacamos a los siempre enfrentados frailes dominicos y franciscanos, que eran los que a lo largo del siglo XVI regentaban los templos y oratorios insulares, y como resultaba lógico, se preocupaban de extender el culto de las insignes patronas de sus respectivas órdenes: Nuestra Señora del Rosario, la Candelaria y la Inmaculada Concepción. Este dato significativo se advierte en la testamentaría de la época, en la cual el vecindario terorense dejaba sus dádivas y limosnas a las vírgenes dominicas, a cuyas importantes cofradías pertenecían la mayor parte de los hijos de la comarca.

La verdadera historia comienza a desarrollarse cuando el canónigo del cabildo catedralicio e hijo de la villa mariana, Baltasar Fernández, se encarga de magnificar el culto de la imagen, y el obispo de turno, Cristóbal de la Cámara y Murga, se convertirá en el primer cronista de Nuestra Señora, quien la ensalza y dará el inicial relato de la hasta entonces desconocida aparición, en sus sinodales de 1629.

La cronología de los hechos

La más antigua referencia que hace alusión a la advocación del Pino se sitúa en el condado de Niebla, de la comarca andaluza de Huelva. La historia refiere que al conceder el rey Alfonso X un Fuero Real a favor de la Casa de los Guzmanes, con el fin de obligarla a su repoblación cristiana, se propició la construcción de templos y el asentamiento de órdenes religiosas.

En aquellos turbulentos años guerreros, el conde Enrique de Guzmán el Bueno protegía a sus tropas y dinastía poniéndolas bajo la protección de la llamada Reina de Lavapiés, la virgen que como la nuestra se apareció en el pino de un arroyo a un pastor. En aquel lugar ya consta históricamente que desde 1349 se encuentra en la iglesia de Nuestra Señora de Lavapies una pequeña imagen gótica que representa a la Virgen con el Niño, que del mismo modo recibe la onomástica de Virgen del Pino, celebrándose sus fiestas patronales, al igual que la nuestra, el 8 de septiembre. Se supone que la advocación de la Virgen del Pino procede de otra más antigua, como parece atestiguarse en el testamento de Urraca Fernández, vecina de Niebla, quien el 10 de febrero de 1349 le dona para su culto dos maravedíes. La gran devoción tributada a la égida y soberana Reina de Lavapies se quiso que se extendiera y llenara de "gracia el inmenso y tenebroso Océano", cuyo cauce se iniciaba en el vetusto arroyo donde había aparecido la santa y milagrosa Señora.

Este deseo y el amor que desde entonces profesaron los habitantes del Condado de Niebla propició que sus hijos extendieran la devoción de la Virgen del Pino allende los mares.

Hoy la advocación de esta devota imagen se encuentra entronizada, aparte de nuestras Islas, en la iglesia gótica de Santa María del Pino de Barcelona. Sobre ella dice la tradición catalana que su nombre viene de haberse encontrado en un tronco de un pino en julio de 1480. Otros autores refieren que el pino se plantó después para simbolizar la pureza de la Virgen "como ejemplo al entendimiento humano, que debe siempre mirar al cielo".

En la localidad soriana de Vinuesa, perteneciente a Castilla, se encuentra otra iglesia dedicada a la Virgen del Pino. Su templo gótico renacentista se comenzó a construir en el año 1591. La tradición que mantienen los sorianos es que Nuestra Señora se apareció en un pino en el lindero del pinar existente entre Vinuesa y el pueblo limítrofe de Covaleda. Ambas localidades se siguen disputando la propiedad de la imagen, y entre sus fiestas populares se conmemora cada año la lucha entre los vecinos de los dos lados defendiendo los derechos de propiedad.

Otra de las teorías que conservan los sorianos no ha quedado aclarada del todo, pues entre sus creencias suponen que posiblemente los antecedentes se originarían de un conjuro ancestral encaminado a conseguir fecundidad en bosques y cosechas. Los mozos del pueblo son los encargados de organizar en mayo una famosa pinochada, consistente en replantar los dos mayores troncos de pino hallados en el monte. Para cumplir con la tradición, y entre otras peculiaridades de sus vecinos, se sigue manteniendo la antigua hermandad de Nuestra Señora del Pino, compuesta solo por hombres casados.

Sin conocerse sus antecedentes históricos, también en Sevilla se encuentra entronizada la Virgen del Pino, cuya imagen da nombre desde antiguo a una popular calle que se sitúa en las inmediaciones del Hospital Infanta María Luisa y en la ruta de la Basílica de la Macarena. Recientemente, la colonia canaria ha introducido la presencia de una imagen de la Virgen del Pino en la pequeña iglesia de San Nicolás de Bari, en el barrio de la judería sevillana

La advocación en Canarias

Consta en ciertos archivos municipales de la comarca de Huelva, que finalizando el siglo XV el IV Conde de Niebla, Enrique Pérez de Guzmán y Fonseca, entregó a su capitán, el leonés Juan Rejón, entonces comisario de la Santa Hermandad de Andalucía, y a su esposa Elvira de Sotomayor, una réplica de la pequeña imagen de Nuestra Señora del Pino onubense para que les acompañase en su traslado a la conquista de Canarias.

No era extraño que en aquel aciago siglo de contiendas evangelizadoras los combatientes llevasen iconos religiosos para la protección personal y el éxito de las empresas.

Las peligrosas travesías a través del océano, el enfrentamiento con el enemigo y la incógnita de que no prosperase la misión encargada por los reyes, debían de asegurarse acogiéndose al abrigo del Todopoderoso. En la historiografía también se acredita que el capitán conquistador, Juan Rejón, trajo a la Isla una pequeña talla de la Virgen María, de la que varios historiadores presumen que pudiera ser la primitiva, la entronizada en la Villa de Teror y que hoy dicen que pudiera encontrarse en la iglesia de El Palmar de la misma comarca.

La colonia onubense

Entre las familias más destacadas de esta procedencia en Gran Canaria desde los primeros años de su poblamiento, destacan los Hervás, Vivas, González de la Puebla, Góngora, Bachicao, Miraval y otros linajes de filiaciones comunes. La mayoría ostentaron altos cargos de responsabilidad, tanto en la gobernación administrativa como en la Iglesia. El andaluz Pedro de Hervás llegó a ser alcalde de la Isla en 1499 por elección del Cabildo de Gran Canaria, y tanto su hermano Alonso de Hervás, Alonso Vivas, como el bachiller Pedro de Góngora ostentaron prebendas en la catedral de Santa Ana. Otro andaluz destacado, Cristóbal González de Puebla, fue el inicial propietario de todo lo que hoy engloba la parte norte del barrio de Triana, desde la muralla de San Sebastián, a la altura del hoy parque de San Telmo, hasta la confluencia del convento de las bernardas en la plaza que hoy lleva este nombre.

De entre los componentes de este grupo social destaca el mencionado Pedro de Hervás, que mueve sus influencias como alcalde por toda la isla. Sus hijas están bien casadas y dotadas en el señorío de la villa de Agüimes, destacando Francisca, que es la mujer del Perucho Martínez de Bilbao, hijo del influyente alcalde de esta comarca. Y, entre otros cometidos, Pedro de Hervás posee la más extensa erala de reses existente entonces en Gran Canaria. Los problemas con sus vacas va a ser el detonante que el onubense lleve la advocación de la Virgen del Pino a San Juan de La Rambla en la isla de Tenerife, en cuyo lugar queda entronizada a principios del siglo XVI, y en donde se le dará culto con su verdadera filiación mucho antes que el que iba a recibir la Santa Señora en Gran Canaria.

El compadre de Hervás, el vasco Martín Ibáñez, denuncia ante el Gobernador Lope Sánchez de Valenzuela que el suegro de su hijo había cometido el delito de haber hurtado una vaca a Blas Afonso, que luego la contramarcó con su hierro y señal.

"Por el odio y mala voluntad que me tenía me infamó de ladrón", -dice el afectado en una declaración ante escribano- y motivó su traslado temporal a la vecina isla de Tenerife, asentándose en la ciudad de La Laguna. Durante la permanencia de Hervás en Nivaria con sus hijos varones, el alcalde depuesto enfermó de gravedad y acudió a la escribanía del lugar a dictar sus últimas voluntades. Entre sus deseos estableció que se entregase una dobla de oro "a la iglesia de Santa María del Pino de Gran Canaria para su reparo".

La talla dejada en San Juan de La Rambla, que aún se conserva como una reliquia y es la más antigua y preciada joya del patrimonio de la iglesia nivariense, aparece en los primeros inventarios. Es de alabastro y de pequeña estatura, de unos 30 cms., aproximadamente, como debía de ser la primitiva de Teror. Esta medida era la aconsejada para que fuese trasportada con más comodidad por los conquistadores y evangelizadores de antaño, como la Virgen de la Peña de Fuerteventura, o la de los Reyes de la Isla de El Hierro. En aquel lugar de Tenerife existe un barrio que sigue llamándose Los Canarios, y según testimonio de sus cronistas, "la imagen fue llevada por un grupo de familias de Gran Canaria que se desplazaron hasta allí". La Virgen del Pino tinerfeña viajó a nuestra isla en 2004 y fue expuesta en la magna exposición de La Huella y la Senda celebrada en la Catedral de Santa Ana en enero de aquel año.

También la Isla de San Miguel de La Palma cuenta en la parte alta de la localidad de El Paso, a la vera de un antiguo camino real, con una pequeña ermita donde se venera a la Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora del Pino, ya que según la tradición, la imagen apareció en el gigantesco pino canario que se alza en la plaza del referido templo. El arbusto es uno de los ejemplares más corpulentos de Canarias y recientes estudios cifran su edad en torno a los 800 años. La Virgen del Pino goza hoy de una enorme devoción en aquella localidad palmera.

Sea como se haya iniciado la historia, el hito mariano de nuestra Virgen del Pino sigue llenando de amor y de alegría a los grancanarios, la seguimos teniendo siempre cerca. La puerta de su casa de Teror sigue estando abierta para que sus hijos puedan seguir manteniendo intacta la fe y venerarla, una fe que se vive como una planta cultivada en el corazón de todos los isleños. Amén.

Miguel Rodríguez Díaz. Memorialista

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