En estos días que se recuerdan a los difuntos, los ranchos de ánimas tienen un especial protagonismo en las islas, aunque sus actuaciones siempre estuvieron más vinculadas a las navidades que a estas fechas que se celebran este fin de semana. Actualmente solo quedan tres ranchos de ánimas en Gran Canaria: La Aldea de San Nicolás, Arbejales (Teror) y Valsequillo.

Los ranchos de ánimas conforman una manifestación ecléctica sobre el significado de la muerte y el purgatorio del imaginario religioso cristiano. Su antigüedad los convierte en una expresión singular de las zonas tradicionales y rurales. Su misión siempre ha sido cantar por los difuntos y entregar el dinero obtenido a las parroquias de las comunidades donde se canta para que se ofrezcan misas por la salvación de las ánimas.

Los rancheros más viejos de Gran Canaria siempre han considerado que estas agrupaciones nacieron de los judíos, "concretamente de la Guerra de los Macabeos", señala el cronista oficial de La Aldea, Francisco Suárez Moreno. Tras su introducción en las islas en los primeros siglos de la colonización, en el XVIII quedan configuradas las principales parroquias, que cuentan con su cofradía y su rancho de ánimas. "Todos ellos actuaban por la Navidad, aunque en algunos lugares salían por el Día de los Difuntos", añade.

El rancho de ánimas de Teror cuenta con unos 25 miembros y más de la mitad son mujeres. "Hay dos o tres más mujeres que hombres", afirma el ranchero mayor de Arbejales, José Rivero, de 67 años. Los más jóvenes del grupo tienen 40 años y el mayor es octogenario. "Hay niños que van con los padres a ensayar, pero la juventud ha entrado poco en el rancho", aunque él no cree que sea un problema para el relevo natural del grupo en el futuro. Rivero empezó con seis años. "El 14 de diciembre hacemos la primera salida y luego estamos así hasta marzo. Las actuaciones de los ranchos de ánimas no tiene que ver con el día de los difuntos, a pesar de las creencias populares", opina.

Rivero asegura que la tradición del rancho de ánimas no se ha perdido y que la gente los sigue llamando para que toquen y canten por las almas de los difuntos. "No se ha perdido la tradición. El futuro está garantizado porque hay jóvenes interesados", añade.

El rancho de ánimas de Valsequillo "está mejor que hace 20 o 30 años", según dice su destacado componente Agustín Calderín. "Antes habíamos cuatro o cinco y hoy hay 18 o 20, y gente joven. Ahora mismo hay siete u ocho chiquillos de 12 o 14 años. Hay un buen grupo de chiquillos buenos. Los mismos que están verseando con el punto cubano han salido de aquí", explica.

Algunos de los nuevos miembros del grupo, que ensaya en Las Vegas, son familiares de los que ya están pero también hay gente que ha llegado de afuera. "Menos un abuelo de un chico que está en el grupo y yo, que ya hemos cumplido los 80 años, los demás son entre 15 y 20 y sobre los 40 años", explica.

Cree que la tradición va a seguir y que no peligra aunque hay una creencia popular de que los hombres han sido los que han acaparado los ranchos de ánimas, Calderín lo desmiente. "Yo he visto mujeres desde toda la vida. Tengo 83 años y llevo 75 años en el rancho", indica.

Vínculos familiares

Está en el grupo por tradición familiar. "Mi padre y mi abuelo estuvieron ahí toda la vida. Nuestra labor está dedicada a los difuntos pero nuestro rancho no ha salido nunca a actuar el día de los difuntos. Hay una confusión con ese asunto. Nosotros nunca hemos salido el día de los difuntos, aunque sí colaboramos con las misas de los difuntos", continúa.

"Existe una clara jerarquía entre los rancheros. Por una parte están los que 'echan alante' o improvisadores", afirma José Pedro Suárez, conocedor y estudioso del rancho de La Aldea.

Al principio eran unos catorce en total, aunque a veces se añadía alguno más de forma esporádica. "El acompañamiento instrumental era seguido por siete panderos, una pandereta grande, una pandereta más pequeña, una guitarra, la espada (instrumento de metal en forma de espada al cual se le golpeaba llevando el ritmo), las castañuelas, el triángulo y la flauta de caña. El que improvisaba generalmente no tocaba ningún instrumento", dice Suárez.

Los rancheros eran en su mayoría personas mayores, aunque algún joven se incorporaba en el grupo. La mujer también participaba en el rancho. Los niños en ocasiones acompañaban a los mayores, sobre todo por los caminos cuando iban de casa en casa. "Cuando el rancho era invitado a alguna casa, se les daba la cena. Al terminar ésta comenzaba una especie de ceremonia. Con mucha fe y recogimiento, se levantaban para iniciar los cantos", concluye.