Más de mil efectivos combatieron en Gran Canaria el incendio más importante que ha vivido este año España, un fuego con un voracidad pocas veces vista y que expulsó de sus casas a 10.000 personas. Y recibieron un aplauso inédito: durante meses han sido los héroes de toda Canarias.

Con miles de personas temiendo por el destino de sus casas, de su ganado o de espacios naturales tan valiosos y emocionalmente identificados con los habitantes de la isla, como Tamadaba, en Gran Canaria aquellos días la gente aplaudía en las playas y los paseos marítimos a los hidroaviones y helicópteros cuando cargaban agua, mandaban cartas de agradecimiento a los brigadistas, se turnaban para ofrecerles comida caliente o les dejaban regalos en su hoteles.

La redacción de la Agencia EFE los ha seleccionado por ello como personajes de 2019 en Canarias. Y, en su representación, al técnico que asumió la responsabilidad de decirle a la gente lo que nadie esperaba oír, que algunas noches el fuego estaba fuera de toda capacidad humana de control. Es Federico Grillo, el coordinador de Emergencias del Cabildo de Gran Canaria, el jefe de su unidad de élite contra los incendios forestales, los Presa.

"No habíamos vivido esto nunca. Es una de las conclusiones más bonitas de este incendio", confiesa en una entrevista con Efe realizada en la Universidad de Córdoba, donde esta semana participa en un máster. "La gente ha visto no solo lo que se ha quemado, sino sobre todo lo que se ha salvado".

Han pasado ya cuatro meses desde que se controló el incendio de Valleseco, ¿qué piensa ahora al recordar aquellos días?

Fue una prueba de fuego para el sistema contraincendios y para la población en general. En los últimos 20 años hemos tenido en Gran Canaria cuatro grandes incendios y este es el segundo más grave. Fue un golpe importante. Ahora estamos notando las secuelas a nivel personal. Tenemos gente muy afectada psicológicamente, dado el nivel de exposición. La población sufrió muchísimo. Y todavía quedan secuelas por llegar, las lluvias, pérdidas de suelo...

En aquellos días se dijo que por primera vez nos enfrentábamos en España a un incendio de sexta generación, de esos que habíamos visto en California y Portugal. Incluso se formaron pirocúmulos.

Habíamos tenido ya incendios con pirocúmulos en Canarias, pero este es el primero con dos. Son nubes convectivas que se elevan varios kilómetros de altura, con el riesgo de que te dispersen cenizas a muy larga distancia. Nos preocupaba mucho el sur de la isla, calculábamos que iba a quemarse muchísimo más, sobre 25.000 hectáreas (finalmente ardieron unas 10.000). Y, además, esa columna convectiva se puede desplomar, formándote una tormenta de fuego que se extiende en todas direcciones con un comportamiento muy agresivo.

Para hablar de un incendio de sexta generación tiene que estar implicado el cambio climático. Sabemos que eso está, pero a la hora de aplicarlo en los territorios todavía nos faltan datos. Sí que tiene cosas que se le asemejan: veníamos de una sequía importante, de una primavera con muy poca lluvia, la vegetación estaba muy seca y disponible... Y luego el fuego creo sus propias condiciones meteorológicas propias, eso es verdad. Por momentos sí lo fue.

¿Nos tendremos que acostumbrar a este tipo de incendios?

Desgraciadamente. Sobre todo, en esas partes del territorio que nunca se han quemado. Esas luego son las peores. Son sitios que han acumulado vegetación durante años. Si a eso le añades la presencia de personas por la interfaz (el espacio en el que conviven bosque y aldeas), las viviendas diseminadas, el cambio de uso del territorio rural... Tendremos que acostumbrarnos. Debemos aprender a vivir en entornos de riesgo.

Y, curiosamente, se nos da la paradoja de la extinción. Cuanto mejor eres, cuantos más medios tienes, peores incendios has de afrontar. Lo apagas todo, lo apagas todo, y en ese pequeño porcentaje al que llegas tarde... En el caso de Valleseco el fuego comenzó en un lugar inaccesible, al que nos costaba mucho llegar y era bastante peligroso, con laderas muy escarpadas donde podíamos hacer poco.

¿Cómo afrontaron el reto de decirle a la gente que el incendio tenía tal potencia que no había nada que hacer?

En Canarias llevamos cerca de cinco años con una política de comunicación a la población clara, de informar de los riesgos y de la realidad de las cosas. Y entendemos que la prensa forma parte del sistema de Protección Civil, de hecho figura así en los planes. Hay que informar de la realidad del problema, reconocer que no es sencillo. A los mejores operativos del mundo se les quema el territorio. Lo hemos visto en Estados Unidos o Australia. No depende solo del operativo en sí. Y, sobre todo, es un problema muy agravado en los países del primer mundo por el abandono del medio rural.

Preferimos ser transparentes. Es absurdo ocultar la realidad. Nosotros podemos con dos metros y medio de llama, pero en varios puntos del incendio tuvimos por encima de 50. No hay operativo en este planeta que pueda hacerse cargo de eso.

Por suerte, el balance de daños solo se midió en hectáreas y euros, no hubo víctimas.

Llevo trabajando en Gran Canaria desde 2001 y siempre nos vamos preparando para esto. Es algo que sabes que va a llegar tarde o temprano y vas preparando el sistema. Formación, equipamiento, entrenamientos, concienciación, planificación... No sabes cuándo va a llegar, pero al final llega. Y ese momento te pone a prueba. El primer incendio (el de Artenara) nos ayudó a rodar el sistema, en el segundo íbamos bastante preparados, aunque cada incendio es diferente. Ese fuego nos entrenó bastante y en una semana tuvimos el segundo. Era un incendio muy peligroso, tremendamente peligroso para el personal. Y hemos aprendido grandes lecciones. Una de las más importantes es la parte de la comunicación.

Siempre que surge una emergencia como esta, se pide más inversión en limpiar los montes. Usted sostiene que eso implica movilizar un volumen de personal e inversión difícilmente asumibles.

Nuestros abuelos y padres vivieron una forma diferente de ver el campo. No existían el butano ni la vitrocerámica. Las familias recogían leña para cocinar desde la mañana a la noche. Eso ya no es necesario y hay un retroceso del sector primario. Toda esa limpieza que hacían antes los ciudadanos en los pueblos ahora se hace con dinero público. Cuando evaluamos los costes, es carísimo, puede salir a 10.000 euros la limpieza de una hectárea de monte y tenemos de 110.000 a 115.000 hectáreas en total para limpiar. Además, habría que limpiar lo ya limpiado cada vez que la vegetación rebrota. Eso es inviable.

Pero sí se pueden hacer cosas. A la administración le toca tratar zonas estratégicas donde podemos evitar la propagación de los fuegos por cenizas o efectos chimenea. Y el ciudadano debe ser consciente, si vive en el campo, de que ha de proteger su vivienda para que las llamas no la toquen.

Los operativos cada vez son más profesionales, cada vez se selecciona mejor personal, la formación es más potente... Podemos trabajar también para reducir los daños. El gran éxito de este incendio es que no muriera nadie. Es un gran logro. Se desalojó a 10.000 personas, pero es que además se evacuaron miles de cabezas de ganado y hubo muy pocos animales afectados. Y de 3.500 viviendas que hay en la zona, solo ardieron quince. Es un éxito tremendo, porque pensábamos que podrían quemarse del 10 al 15 por ciento.

¿Cómo vivieron la ola de admiración que se desató aquellos días en toda Canarias hacia quienes apagaban aquel incendio.

Es una cosa muy, muy nueva. Lo habíamos visto en Estados Unidos, donde ponen carteles del tipo "Dios bendiga a los bomberos" y cosas así. Pero aquí solíamos tener lo contrario, a veces un rechazo importante. Eso afecta a las brigadas, que sufren un desgate enorme en su trabajo. Una jornada de extinción de incendios equivale a correr una etapa del Tour de Francia. Eso deja reventado a cualquiera. Y si cuando sales del incendio, justo antes de subirte al coche para ir a casa, te insultan... la desmotivación es tremenda. Hace tiempo que buscábamos la manera de cambiar eso, de hacer al ciudadano que a veces no apagamos porque no podemos.

En lo que ocurrió este verano tienen mucho que ver los profesionales de la comunicación que había en el operativo y el papel de la prensa. La gente vio lo que pasaba, juzgó por sí misma y en prácticamente en todos los pueblos hemos tenido homenajes estos meses. Ya casi no podemos asistir a todos. Han llegado cartas, mensajes, llamadas, regalos... Probablemente las que más nos han tocado son las de los colegios, cartas de niños que viven esta situación con gran dramatismo, viendo lo mal que lo pasan su padres.

Unidades que vinieron desde la península a ayudarnos se marcharon a casa emocionadas. No habíamos vivido eso hasta ahora y a nivel nacional también fue una cosa sorprendente: que el personal fuera a apagar el incendio y al salir recibieran el calor, el agradecimiento, el aplauso de la gente... Si estás dejándote la piel, batiéndote el cobre y recibes un palmada en la espalda de agradecimiento, es muy bonito. Es una de las conclusiones más bonitas de este incendio, la solidaridad de la gente.

Estamos muy contentos con la población. Casi no hemos recibido críticas, todo han sido ánimos, felicitaciones. Se ha visto no solo lo que se ha quemado, sino sobre todo lo que se ha salvado.