La Provincia - Diario de Las Palmas

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San Bartolomé de Tirajana

"Yo solo quiero llegar a la gran España"

La residencia Las Lagunas, en la localidad de Tunte, alberga a 113 migrantes desde el mes de noviembre

Un paraje en calma.

La mañana es clara en el pueblo de Tunte y los rayos caen cálidos sobre la piel. Las vecinas recogen las hojas caídas de los patios, los turistas pasean y algunos corredores impulsivos salen al camino. Los altos del municipio de San Bartolomé de Tirajana respiran tranquilos y en esa parte del mundo, como aislada en una burbuja, están sentados en la acera, caminan y murmullan en el silencio reinante las 113 personas que conviven desde el mes de noviembre en la residencia Las Lagunas.

Los saludos se suceden, una pequeña sorpresa en la apatía del día despierta el interés y forman un corrillo. El centro, gestionado por el voluntariado de Cruz Roja, da cama y comida a Bredji Didi, a Rawane, a Samba, a Moujsa, a Alfa, a Abu, a Hammad y a todos sus compañeros que entremezclan la comunicación gestual con un popurrí de expresiones e idiomas que van desde el francés, el árabe y a dialectos de sus lugares de origen. Dos chicos se alejan rumbo a la plaza, riéndose y preguntando con señas qué pasa, Samba no les hace caso y se adelanta para ofrecerse como traductor espontáneo y hablar de las inquietudes de los demás. Pero, primero, cuenta su historia.

Samba tiene 34 años y procede de Senegal, dentro de la inmensidad del territorio su pueblo, dice, no es muy grande, y se llama Tamba, el diminutivo de Tambacounda. Allí pasaba los días dedicándose al pastoreo de las cabras que daban el sustento a su hermana, su padre y su mujer, "pero no tengo dinero para vivir con ellos, por eso salgo a la calle para buscar algo y darles de comer". Las palabras, en un esfuerzo por expresar todo un mundo interior, a veces encierren en tres sílabas una vida entera. "La habitación en la que vivía era muy pequeña, y no sabemos cuándo vamos a ir a la capital", dice. Cuando habla de capital se refiere siempre a Madrid, incluso a Barcelona, "yo solo quiero llegar a la gran España y trabajar".

El periplo comenzó en el país senegalés y lo llevó hasta Marruecos, en donde tuvo que hacer otro pago para poder embarcarse en las aguas atlánticas. Durante estos tres meses y medio no piensa en otra cosa que no sea trabajar, y ríe quedamente cuando se le pregunta si se arrepiente: "No tengo miedo". Aquí, custodiado en Las Lagunas, desconoce qué problema hay para proseguir su camino y el de quienes lo acompañan y, si bien el balanceo de los pinos no le recuerdan a las acacias africanas que pueblan los rincones, reconoce que "he salido para ver la vida".

Moujsa está todo el día escuchando música. Va moviéndose y ocupa el centro del círculo. El viaje para él pasó por Libia y reconoce que tiene problemas con su familia. En estos momentos, como permite la religión musulmana, ha rechazado a su esposa y busca a una próxima compañera que construya con él un nuevo futuro en el País Vasco, donde dice que cuenta con allegados. La pintura ha sido su único saber en estos últimos treinta años y quiere seguir volando, construyendo, diseñando, para seguir creciendo. Hay cicatrices recientes en su rostro y, con el mismo sigilo, desaparece del corrillo.

La ruta por Mauritania

Una voz gutural pide atención. El seseo francés va subiendo y bajando por la garganta de Abu y el tono marca un imperativo que se entremezcla con la preocupación que destila su voz. Comienza a hablar demasiado rápido y Samba admite abriendo los brazos que no puede seguirle. Entonces, Bredji se acerca con la sudadera azul eléctrica y se ofrece a traducir del francés al árabe. Las palabras se amoldan a la garganta y poco a poco relata la desazón de su amigo. Abu proviene de Costa de Marfil, ha estado toda la vida trabajando con hombres enchaquetados que pagaban una miseria y prefiere no hablar de esos problemas para que la gente de su localidad no se entere. "Mis hijas ayer me decían que están cansadas, y sufro por ellas, no duermo por las noches pensando, sufro aquí", admite. Las recuerda constantemente, una de 6 y otra de 7 años. Sabe que, ahora mismo "no tiene nada".

Todos se escuchan entre ellos aunque ya conozcan su historia, o tal vez no. Ahora Bredji toma la palabra y pregunta a qué hemos venido, por qué hemos llegado hasta allí para hablar con ellos. Desconfiado y, a la vez, esperanzado, le pide a Samba que transmita que "no tenemos nada, no hay trabajo, no hacemos nada, estamos aquí sentados, esperando". Para él, el recorrido por el extenso territorio de Mauritania lo dejó en Marruecos, donde distintas asociaciones denuncian que se ha encarecido el precio de la ruta, lo cual provoca que el flujo migratorio se desplace al Sáhara Occidental, Dakhla o Rabat, desde donde parten a Canarias.

"Es muy difícil salir, pero cuando tienes medios y nada que perder, entras en el agua y sales para ir a un sitio que está lejos", admite sin dudar el joven. Lo que desconocía era el final. Pensaba que llegaría a la Península o a Europa, "no sabía que llegaría a Canarias, no sabía si iba a morir". Explica que en Las Lagunas conviven más de diez nacionalidades africanas, pero no especifica ninguna de ellas. La información es un arma de doble filo.

Los chicos que antes se reían ahora quieren hacer gala de su presencia. No saben muy bien por qué todo el mundo está tan serio, se dan codazos e intentan bromear, hasta que Rawane saluda en un español claro. Durante los últimos cuarenta y cinco días se ha ido formando en los talleres de idioma que imparte la ONG en el centro a los migrantes para facilitar su comunicación con el resto de la sociedad. Ha aprovechado las clases, concluye orgulloso y empieza a explicar qué le ha traído hasta Gran Canaria. Procede de un país francófono en el que estudiaba contabilidad y finanzas. "No tengo la posibilidad de algo mejor porque no tengo papeles y mi familia, bueno, querían venir pero no tienen cómo", añade. "Ese es el problema, todos queremos ir a la gran España pero, ¿cuándo va a pasar? Es muy importante hablar -refiriéndose al aprendizaje del idioma-, y por eso quiero continuar mis estudios, tengo que trabajar y ayudar a mi familia, que vive allá". De repente, su gesto cambia al preguntarle por la travesía. Vino con 33 personas más en un zodiac y las palabras son claras: "Fue muy difícil".

Cruz Roja y otras ONG

La convivencia en Tunte es buena, al igual que ocurre con los lugareños de la zona. Salen y entran y, cómo no, entablan conversaciones a su manera. En la plaza del pueblo acuden a conectarse a la red wifi que proporciona el Ayuntamiento para hablar con sus familiares en la distancia mientras los turistas pasean bajo el sol de mediodía. Allí, chapurrean algo de inglés pero la reserva es mayor y prefieren no hablar para no ser reconocidos.

Mientras, algunas vecinas limpian las casas y se apoyan en los muros para charlar de buena mañana y, entre las naranjas que florecen, van comentando la calma que persiste. Vienen de repente y hablan con ellas, las saludan y hasta los hijos de una de ellas va a jugar al campo de fútbol llenando así de griterío el valle por unos momentos llenos de energía. Incluso, en Navidades, por el 25 más o menos, soltaron una ristra de fuegos artificiales que hicieron estallar el cielo en colores, "si tú los vieras, se asomaron a verlos". Detalles como la pasión de la pelota no conoce fronteras, y tampoco la comida. A alguno ha invitado a comer a su casa, con esos olores que salen a la calle y han contribuido con la donación de comida y ropas para las 113 personas que han dado un poco de vida al barrio. "Todo es tranquilo", suspira.

La labor que realiza Cruz Roja ayuda a mantener las exigencias de suministro de comida y ropa diarias para tener una vida digna. Gerardo Santana, presidente comarcal del sur, informa de que atienden todas sus necesidades, incluyendo el tratamiento médico y el suministro de medicamentos. Además, desea agradecer a la gente de Tunte la colaboración que han dedicado a los habitantes de Las Lagunas y reitera su compromiso por seguir proporcionando la mejor atención a estas personas.

La llegada de la última patera el día 22 de enero al puerto de Arguineguín refleja la insistencia y arrojo de quienes se embarcan para llegar a " dios sabe dónde" o morir en el intento. Por ello, durante los últimos meses, Gran Canaria se ha transformado en una red de acogida flexible que busca huecos para albergar a los 433 inmigrantes de este nuevo año 2020. Cubierto el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Barranco Seco, se dispuso del antiguo albergue de estudiantes y, también, Moya y Vegueta, por ejemplo, abren sus puertas. En el caso de los CIE, el Ministerio de Interior reconoce un máximo de 60 días a la persona que se encuentre en él, mientras que los menores tendrán otro cauce administrativo. Si este período se cumple y no puede acordarse un nuevo internamiento, la persona será puesta inmediatamente en libertad.

Sin embargo, en la actualidad, se desconoce qué tiempos maneja la Delegación del Gobierno para saber qué ocurrirá con el futuro de quienes buscan un trabajo para continuar con su vida.

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