Cuando Justo Guerra Quintana cumplió 1 minuto de edad, la primera luz del mundo le llegó por El Toscón, acunado entre lo monumentales farallones y desfiladeros de la Tejeda aún más interior. De aquello hace una vida entera, y la que le queda por disfrutar a sus 67 años bien llevados, pero a Justo Guerra Quintana aquél hecho geodésico se le tatuó en el ADN: "la tierra donde naces estará siempre en tu mente, allá por muy lejos dónde estés".

Guerra se encuentra en uno de los infinitos puestos que con la siempre polinizante fiesta del almendro en flor, Tejeda agasaja a isleños y de para fuera con lo mejor de sus huertas y alacenas. Tejeda tira la cumbre por la ventana para exponer lo que no está dicho en materia de conduto, y lo hace con organización y disciplina de trasierra.

Cada uno de los pagos que conforman el municipio, y que en la localidad son tan múltiples como dispersos y asombrosos, se posan calle arriba y calle abajo con una representación de sus vecinos que, días antes, a veces semanas, han puesto a bullir calderos, a pelar cosas y a mezclarlas entre ellas hasta conseguir alquimias de salivar.

Ahí va Justo y compañía con tortillas de calabaza, garbanzada, papas arrugadas y, atención, "carne fiesta". Sin el 'de', que da más fiesta.

Para lograr este parrandero plato, "llevamos semanas haciendo la compra", y luego horas majando la cebolla y el ajo, "el pimiento rojo y el verde, echando tomillo y orégano, y poniendo en adobo lomo de cerdo para que coja concentrado". Solo falta una sartén a fuego de infiernos para pegarle un vuelta y vira.

Esto se está poniendo bueno. Son apenas las diez de la mañana. Oficialmente acaba de empezar el Día del Turista, que es el que el programa festivo dedica al señor de afuera, ya sea comunitario como extracomunitario, para exhibirle cómo se las gasta un tejedense agasajando una visita. Pero aún no han llegado las guaguas, y de momento es territorio genuinamente isleño.

Da tiempo aún para remover el recetario. Allá al fondo huele que hipnotiza. Emana de una perola como de 150 litros de chikpea stew, o garbanzada de toda la vida . La cortesía local prevé cartelones en inglés para confort del guiri, y que se encuentran situados en lo alto del puesto junto con el simbólico precio de la degustación: 1 escuálido euro.

Detrás del asunto está Dolores García apoyada por su hijo Yeray Sarmiento en representación de La Higuerilla, barrio del que ya nadie queda viviendo fijo, desde que hace 32 años se fueran sus propios padres, los últimos de La Higuerilla. Pero al igual que ocurre con Justo, Dolores se aferra a los colores de su pago en cuesta, presidido por un colegio que hoy parece varado enmedio de la ladera en la que se apoya el propio Bentayga para no caer a naciente. Los irreductibles del lugar, menos de una decena ya, "siete u ocho seremos", reivindican su existencia organizando los veranos una comida en el desierto colegio o montando las carrozas con las que celebran a la Virgen del Socorro, día principal de Tejeda. Pero también, ayer, con un caldo pollo, tortillas de calabaza y el susodicho chikpea stew, sustancia que mantiene a Dolores y Yeray desde las cinco de la tarde del viernes a pleno rendimiento: "coges carne cochino y un trozo de res, beicon, tomate, cebolla, pimiento y otra pizca de secreto", no de carne de secreto, sino de algo que no quiere decir, directamente.

De queso tierno y membrillo

"Te pones dos horas para hacer el fondo, y cuando acabas lo pones otros cuatro horas a fuego lento, lento para que se vaya haciendo el resto". Vuelve abrir la tapa, y de allí salen los mismos humos que en su momento emergieron desde el núcleo de la tierra por La Higuerilla para formar la cuenca de Tejeda toda.

Justo enfrente de la 'embajada' de su barrio se encuentra la de Cuevas Caidas, con mayor suerte en el censo.

Allí se encuentran María del Carmen García y Diva Vinhas con queques caseros, tartas, pinchos de tortilla, empanadillas de pollo y, quietas las máquinas, ¡bocadillo de queso tierno y membrillo!, una fórmula estrictamente binaria que rima por sí sola y que ratifica el concepto de que la simplicidad es el todo, o que menos es más.

Añádesele un buchito de ron miel, o abocado, y de salida, queque de almendra.

Poco más allá, la delegación de El Carrizal, con Dori Gómez Molina arropada con un amplio personal, y que presenta chocolate caliente, queque y sardinas asadas, además de papas arrugadas. Y mojo de almendra, esto es, según su compañera Carmen González: "pimiento rojo, almendra, salsa de tomate Starlux, comino, aceite, vinagre, sal, pimiento rojo, amor y cariño".

Y tras ellas , el consulado de El Juncal. Elsa Huertas explica que su Juncal, si bien no aporta pruebas objetivas, "es el más bonito y el más fiestero", algo que apoya citando las parrandas que dedican a Santa Teresita y a Martín de Porres, santo que decía aquello de que "yo te curo, Dios te sana", antes de que triunfaran otras fórmulas más populares como el "sana, sana, culito de rana".

Lo que si tiene El Juncal, sin lugar a dudas, son los chicharrones. Lo explica José Huertas, padre de Elsa. "Se coge la parte baja del cochino. Se pica. Se lava y se adoba. Y ojo, se precocina en su propia manteca".

Ahí se produce otro poltergeist. José Huertas enseña en un tuper los chicharrones aún en estado prelatente. Estáticos sobre su buena capa de manteca. Y abre la tapa. Ah, en varios metros a la redonda se produce una deformación espacio-tiempo y numerosas napias apuntan a la delegación juncalillense. Si eso es en frío, cuando caliente explota.

Explota que llega a El Chorrillo, que tiene su embajada a cientos de metros, bien dentro de la calle grande del Dr. Domingo Hernández y en cuya 'oficina' se encuentra Manuel Hernández, aún con el susto en el cuerpo. En agosto el fuego llegó a quemar las cortinillas de su casa, y escapó loco lo suyo, menos los cuartos de aperos y una treintena de matos frutales, que eran higueras, ciruelos, naranjos, papayas, aguacates..., y el sin par paraguayo. Una mutación del melocotonero, se pone a explicar, "que da un fruto buenísimo, aplastado". Manuel pasó lo suyo en verano, pero se ve que no hay incendio que lo aplaque, ratificando el pregón que ya por la noche ofrecían Angie Jurado, del propio El Chorrillo, Isabel Suárez, de La Solana, e Irene Martín de El Espinillo: "Somos hombres y mujeres recios, que renacemos cada día para cuidar nuestro campo y cuidar las tradiciones. Aprovechemos esa rabia y coraje que nos dejó el fuego para resurgir y volver a cultivar nuestra tierra. La naturaleza, sabia, nos recompensará el esfuerzo".

Y así fue.