Polo García es agricultor y pastor trashumante de cabras y burros. De las primeras tiene unas 100 y de los segundos 20, que pastorea en trashumancia en los Pirineos, al otro lado de la frontera española, en el departamento francés de Ariège.

Ayer no se encontraba tan lejos. Sino en los Altos de Gáldar, visitando las queserías del Cortijo del Montañón y Cortijo de Caideros.

Forma parte del grupo de 40 pastores, técnicos y cargos públicos de Portugal, Francia, Alemania y España que, desde el pasado miércoles y hasta este viernes, rumbian por el interior isleño para ofrecer conocimiento, y recibirlo, "para empaparse de la experiencia grancanaria en la trashumancia, las quemas prescritas y la creación de paisajes mosaico que eviten la propagación del fuego con las denominadas ovejas bomberos, como detalla la consejería de Soberanía Alimentaria del Cabildo de Gran Canaria.

Polo García está en el patio de la quesería El Montañón y se confiesa sorprendido, primero por las dimensiones de la capital grancanaria, "que no me esperaba tan grande", pero también por la enorme "diversidad del campo de la isla, de sus bosques, de sus cultivos y su riqueza de flores".

Y entra al tema de inmediato, "en la idea de cómo poder construir ecosistemas", que puedan no solo sostenerse a sí mismos y a la población que queda, sino que actúen como imanes para atraer nuevas generaciones para asegurar un relevo que permita, entre otros, luchar contra los fuegos y preservar sus paisajes.

Ahí hila de nuevo con las capitales, cuando el pastor de cabras y burros de los Pirineos apunta a los problemas cotidianos por los que pasan los que deciden dan el salto inverso, de la metrópolis al interior, "que los hay", pero que tienen que ser conscientes, según apunta, de que no van a recibir los mismos servicios, que la escuela de los niños no está en la calle de al lado.

Por eso afirma que debe vertebrarse un cambio radical de modelo, en el que la sociedad asuma la responsabilidad de que todo el territorio es patrimonio colectivo, y no centrar la riqueza en el desarrollo exclusivo de las áreas urbanas.

Pero también subraya que debe originarse un cambio en la forma de desarrollar tanto los cultivos como las explotaciones ganaderas, en impulsar los pequeños números, las granjas de dimensiones manejables, frente a las magnitudes intensivas, "que solo favorece a unos pocos" o a reducir los pesticidas, "que están envenenando las aguas que en el futuro serán las tomarán sus propios hijos". Y se echa un queso. "Está bueno, sí, pero están mejor los nuestros", ríe con malicia.

Todos ellos comparten por igual la despoblación y con ello, el abandono de las áreas rurales con la consiguiente merma de ganado, como explica Paulo Aguas, concejal de Agricultura y Desarrollo de Fundão, Portugal,

El gran desafío del interior, el de aquí y el de "resto de Europa", como vuelve a apuntar García es el de revertir ese camino sin remisión. Y esto a pesar, de un potencial en el caso de Gran Canaria, que tampoco tiene fin.

Solo hay que echar un vistazo a las escalas que durante estos tres días ha disfrutado la delegación, y que ha organizado el Cabildo junto con Aider y Proquemor, dentro de un proyecto denominado Pastores de Fuego cofinanciado por la Unión Europea para mejorar la profesionalidad de los pastores, reducir la incidencia de los incendios forestales y fomentar el cuidado del paisaje.

Un itinerario que pasaba por la Escuela de Ganadería y Pastoreo que se encuentra en la Granja Experimental, que visitaron el lunes, el propio paisaje declarado patrimonio de la Humanidad el verano pasado y que pudieron observar desde la Degollada de Becerra, o la oferta alojativa de Tejeda, declarado uno de los pueblos más bonitos de España y en el que conocieron las particularidades de la trashumancia isleña y las formas de pastoreo en el paisaje cultural y en la Reserva de la Biosfera.

Fue ayer cuando el recorrido se puso goloso. Primero con una visita al Cortijo de Pavón de José Mendoza, donde dieron una caminata por unos prados rebosantes de flora, para luego pasar por los citados del Montañon y de Caideros, en pleno centro del queso flor de Guía.

Era en Los Moriscos, ya entrada la tarde, cuando recibían una explicación de las estrategias en Gran Canaria para la prevención de los incendios forestales, en un todo que abarca desde la elaboración del propio queso al pastoreo y al conocimiento de la mecánica de la biodiversidad.

Un ejemplo de que los pastores duermen fuegos se encuentra en Chano Zacarías, con quesería en la Caldera de los Marteles, y que como detalla el Cabildo, "el trasiego de sus rebaños impidió que el fuego se adentrara en al Barranco de Guayadeque en el gran incendio de 2017". Pero no fue el único. También lo fue Genaro López, en Monte Constantino, "gracias a una pista y al cortafuego creado por sus ovejas".

Y más ejemplos, el último de este pasado agosto, donde gracias "al pastoreo de las ovejas de Félix Medina, de la Quesería Altos de Moya, y las de María del Carmen Pérez, de Quesos Madre Vieja, fueron cruciales para facilitar a los servicios de extinción apagar el fuego y salvaguardar así el pueblo de Fontanales. Al igual que lo fue el pastoreo en la zona del Cortijo del Gusano de Guía, en donde logró salvarse la repoblación forestal de monteverde realizada por el Cabildo en los últimos años del pasado siglo".

Un paisaje resilente

Un paisaje resilente

Carlos Velázquez, coordinador forestal del Servicio de Medio Ambiente de la Corporación insular e ingeniero forestal, apuntaba ayer que son precisamente estos incendios lo que están marcando las pautas para las nuevas formas de gestión del campo.

Destacaba la presencia ayer de una representante alemana de un consorcio de gestión en el que no solo forman parte los especialistas forestales, sino también representantes de ayuntamientos, de empresas ganaderas y agrícolas y población local, "unidos para meter a todos los agentes en la ecuación".

Subraya que el 80 por ciento de la propiedad rústica en Gran Canaria está en manos privadas, y solo un 20 por ciento es de titularidad pública, en espacios ya protegidos, por lo que es en ese grueso donde hay que incidir para lograr la participación de la sociedad para conseguir "un paisaje poblado que sea resistente y resilente".

Pero no es fácil. Pere Artigas tiene 40 años, es de Tarragona, ingeniero y trabajaba como tal. Hasta que decidió vivir del campo. Hoy es "cabrero y quesero". Aplaude iniciativas como las escuelas de pastores, como por la que pasó uno de sus vecinos y hoy se gana la vida con ello. Pero asegura que por cada nuevo pastor que entra, salen decenas, y que si se recurriera el consejo de un economista para dar el paso, nadie lo daría, porque hoy por hoy la única razón para hacerlo "es vocacional, y yo sigo porque me gusta".

Ahí es donde queda en el aire el dilema. O se afronta el futuro del interior con los mismos medios, movilizaciones y pasiones que desatan cuando las catástrofes, o se gastarán todas esas energías una y otra vez llorando las pérdidas por venir.