Hubo susto, pero todo quedó en nada. Varios vecinos de Tejeda reconocen haber sufrido un sobresalto y temido lo peor cuando aparecieron unas llamas entre la calima la mañana del domingo. Procedía de la Umbría, a unos cinco kilómetros de distancia, en una zona con muy pocas casas.

"Desde aquí se veía el fuego, pero enseguida llamaron y se controló. Los bomberos lo apagaron rápido e incluso vinieron por aquí a almorzar", comenta Gloria Trujillo, dueña del único restaurante del pueblo que abrió es día por los estragos de la calima, el Sombras del Nublo.

"Gracias a Dios que fue pequeño y lo atajaron rápido, pero llegó un momento que no sabíamos si era fuego o tierra, porque eran las dos cosas a la vez y no se veía nada, hasta que ya por la noche empezó a despejar y vimos que no había nada", relata Isabel Quintana, una de las vecinas que regenta la Dulcería Nublo. Ambos fueron los únicos establecimiento que abrieron.

Ceguera

Porque los efectos de la calima, tan densa como para ni siquiera se viera el Bentayga enfrente, fueron tremendos. " Cuando vi aparece a un señor, me dije: '¿Qué hace este hombre aquí? ¡Si parece que viene del desierto!' Veíamos la calle porque estábamos aquí y lo conocemos, pero no se veía absolutamente nada", señala Isabel, que cerró la dulcería a las cinco de la tarde en lugar de a las ocho o nueve, como suele hacer los domingos.

"No se podía estar en la calle", sentencia uno de los lugareños más mayores del pueblo, sentado en un banco. Una trabajadora de uno de los restaurantes que cerró sus puertas justifica la decisión de sus jefes. "Con la tierra esa, ¿quién viene a trabajar?", espeta mientras quita la tierra de las mesas con una manguera.

Tampoco abrió el supermercado. No lo hizo únicamente por la presunción de que habría poca clientela, sino por el peligro que suponía para las dependientas llegar a Tejeda. "Podrían haber caído piedras, árboles... El sábado por la noche ya había en la carretera", revela Alicia Quintana. Estragos, en definitiva, de la peor calima en décadas.