La Provincia - Diario de Las Palmas

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CORONADIARIO. DÍA 10

Aquel fenómeno llamado nieve

En circunstancias normales el isleño ya estaría en la Cumbre retozando en la materia - El irresistible vínculo entre el copo y el canario indica que en algún momento hubo aquí un glaciar

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Nieve en la cumbre de Gran Canaria

Ahí afuera, en algún punto determinado de las alturas de la isla de Gran Canaria, cayó ayer nieve, y la nieve para el isleño es como la Coca Cola cuando le echan una pastilla de Mentos, que sube. Rián para la Cumbre. Cueste lo que cueste.

El isleño intuye cuándo va a caer nieve. Así como los elefantes detectan lluvia a unos 250 kilómetros de distancia, el indígena también se huele algo, es una percepción incierta pero hay un momento en el que suelta: "Chacha, que esta noche va a nevar", y aunque Victoria Palma explique que lo que viene es un sofocante siroco, va y nieva.

Esto es porque son muchos los grancanarios que barruntan lo mismo a la vez, que suele ser por lo general a última hora de la tarde anterior, y emiten ondas de baja temperatura a los niveles altos de la atmósfera creando la que pudiera ser, a falta de certeza científica, una de la pocas DANAs generadas por combustión humana.

En cierto estadio de nuestro desarrollo como Homo tamaraciensis quedó marcado genéticamente el vínculo entre este accidente meteorológico y nuestras entendederas, y en todo caso debemos acudir a ella como si no hubiera un mes que viene.

Una explicación de tanteo sin ánimo de sentar cátedra podría ser quizá la presencia de un antiguo glaciar del cuaternario entre Los Pechos y Lagunetas, en el que de antiguo desarrollamos un característico estilo de vida inuit.

Ello explicaría no solo la abrumadora presencia de la papa arrugada en nuestra gastronomía, o el irradiante poder calórico del chorizo de Teror, sino también las sorprendentes características hidrófugas de la manta del pastor, que algunos estudios la comparan en su capacidad repelente con el poliéster de cloruro de polivinilo.

De aquella era cuaternaria, si la hubo, el isleño fue criando en el tronco del oído una suerte de barómetro molecular que, al igual que ese fraile de cartón, o higrómetro del tiempo que se vende por 20 euros y que con un palo te indica si el tiempo te viene seco o revuelto, el isleño atina igualmente con la predicción con una probabilidad de error rayana en el cero absoluto.

Además, el aborigen, en ese lapsus temporal que comprende desde que ya sabe que va a nevar hasta que se comienza a materializar la profecía en el interior grancanario, rezonga desinquieto y aunque viva en un bloque de pisos con vistas al patio común tiende a alargar el pescuezo para tratar de captar algún indicio o radiación criogénica proveniente de Tejeda o Llanos de la Pez.

Si a las dos de la mañana caen los primeros copos, en su duermevela se le dibuja el capó del coche familiar con un muñeco constituido de la sustancia que nos ocupa y con barbas de pinocha. Es esta, de todas ellas, una de las ensoñaciones clímax del grancanario pro, en una euforia proporcional a la bajona posterior de ver a su regreso cómo se funde la maravilla a medida que el motor va recuperando la calor.

Ya de mañana, a nieve puesta, agarra del ropero prendas de abrigo de la época del radiocasete que han sobrevivido al cambio climático única y exclusivamente por este motivo, además de condumio de emergencia por si queda aislado en un puerto de montaña. Llena un topergüé con almendras y revisa los niveles de agua y aceite, así como la presión de los neumáticos para hacer frente a la expedición. Ahora espera a que los chiquillos salgan de clase para salir pitando al nevado del Nublo, aunque hay quien sale con el niño puesto desde el alba porque existen papás-tutores que lo entiende como una práctica lectiva de Ciencias Naturales.

Y se forman colas de tráfico en tamaños y densidades correspondientes al volumen de la precipitación en nieve partido por el número de carriles que continúen abiertos. Pero estos obstáculos no desaniman al Homo tamaraciensis, sino que acrecientan su ansia y jase jase por la visión del más mínimo indicio.

Pasado Cueva Corcho, si la nevada es de tipo histórico, y si detectaran unos copos en la cuneta, ¡amigo!, los ojos de Juan Canario, Juana Canaria y el hijito Juanito Canario se ponen como chernes. Cuando llegan a la zona cero el chiquillo se cree en Frozen 2. Papá Juan tira bolas a mamá Juana, y ésta le saca un bugui al enano. Juan, cuando ve la ocurrencia, se desarreta y empuja a Juanito enralado por una cuesta. Y no lo ve más. Está allá abajo empotrado en toda Cueva Corcho.

Ayer esto no pudo ser, pero el año que viene sí que será.

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