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Crisis del coronavirus ANÁLISIS

Primera vacuna de la viruela en Canarias

En diciembre de 1803 recaló en el Archipiélago la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna a América y Filipinas, que pretendía erradicar la enfermedad en toda la Corona Española

Casa de don Isidoro Romero, en Teror. LA PROVNCIA/DLP

El 10 de diciembre de 1803 llegaba a la bahía de Santa Cruz de Tenerife la corbeta de doscientas toneladas María Pita que había zarpado del puerto de La Coruña el 30 de noviembre de aquel mismo año. El barco venía cargado con lienzo para vacunaciones, 2.000 pares de vidrios para mantener el fluido de viruela de vacas, barómetros, termómetros y 500 ejemplares de la traducción de la obra Traité Historique el practique de la vaccine realizada por el médico del Real Colegio de Madrid Pedro Hernández.

Todos los recursos humanos y de intendencia que harían posible la campaña de vacunación contra la viruela en los territorios del imperio español. Tal como aparece en el estudio que realizara al efecto Carlos Cologan Soriano, se dejó constancia de la llegada y sus circunstancias. "Esta madrugada entró en este puerto con 10 días de viaje de la Coruña que va con la Expedición de la Vacuna para la América. Vienen 22 niños y ya están alojados en tierra y permanecerán aquí un mes. Se les hizo un espléndido recibimiento".

Esta expedición era la consecuencia de los estudios sobre esta enfermedad, realizados por el médico inglés Edward Jenner (1749 - 1823) que en su práctica diaria en la localidad de Berkeley, Gloucestershire, advirtió que las personas que por su contacto con ganado vacuno habían contraído la viruela de estos animales demostraban después una inmunidad a la viruela padecida por los seres humanos y que a fines del siglo XVIII era una de las principales pandemias de la humanidad.

El método de la inoculación se practicaba desde siglos en el Lejano y Medio Oriente y se conoció en Europa gracias a lady Mary Wortley Montagu, hija del primer Duque de Kingston (1689-1762) y esposa del embajador inglés en Turquía. En una carta suya afirmaba: "... la viruela, tan mortal y habitual entre nosotros está aquí casi erradicada ....hay un equipo de ancianas que cada otoño en el mes de septiembre cuando el calor remite se dedican a preguntar en qué familia ha habido viruela ...las ancianas vienen con una nuez llena de viruela y ...ponen una pequeña cantidad de viruela... estoy tan segura del experimento, desde que lo probé con mi hijo pequeño. Soy lo suficientemente patriota como para traer esta útil invención a Inglaterra".

Su teoría interesó en tal medida a la princesa de Gales, que hizo lo mismo con sus dos hijas y dirigió experimentos con presos y huérfanos. El éxito obtenido en todos los casos no fue suficiente para evitarle la oposición de la Iglesia y de la clase médica que siguió desconfiando del método. No obstante, Jenner sí le prestó atención y comenzó a realizar experimentos que durarían veinte años hasta que en mayo de 1796 tratando de demostrar su teoría extrajo pus de la mano de Sarah Nelmes, una lechera que se había contagiado de la viruela vacuna e inoculó de la misma al niño James Phipps. Éste desarrolló una insignificante enfermedad sin la menor complicación, por lo que el 1 de julio del mismo año se le inoculó la viruela humana mediante pequeñas incisiones en la piel sin que el niño llegase a enfermar.

Así se llevó a cabo la primera experiencia médica en el campo de la vacunación.

Posteriormente, se descubriría que la vacuna se podía transferir entre seres humanos sin perder estas cualidades inmunizadoras. Todas sus teorías y las conclusiones de su trabajo fueron divulgadas por el mismo Jenner que en primer momento continuó sin recibir el apoyo de los científicos ni del clero en su propio país ni en otros países europeos.

El que se manifestó como férreo defensor de sus teorías fue el francés Jacques-Louis Moreau de la Sarthe autor del libro Traité Historique et practique de la vaccine que en marzo de 1802 sería traducida al castellano.

Francisco Xavier de Balmis i Berenguer, nacido en Alicante en 1753 y cirujano honorario de cámara del rey Carlos IV fue el encargado por la Corona de hacer posible el proyecto Real.

Este monarca, afectado por el fallecimiento de su hija la Infanta María Teresa por esta enfermedad, para dar ejemplo ordenó el mismo año inocular a sus hijos y demostrando una visión muy superior a otros gobernantes de su época, pese a la imagen que de él nos ha dejado la historia, puso en sus manos la organización de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna a América y Filipinas, que pretendía erradicar la viruela de todos los dominios de la Corona Española, forjando con su decisión el inicio de la primera vacunación a nivel mundial de toda la historia de la humanidad.

Para ello se publicó en la Gaceta de Madrid una Real Orden, que aclaraba las intenciones del monarca: "Deseando el rey ocurrir a los estragos que causan en sus dominios de Indias las epidemias frecuentes de viruelas, y proporcionar a aquellos sus amados vasallos los auxilios que dicta la humanidad y el bien de estado, se ha servido resolver que se propague a ambas Américas, y si fuera posible a Filipinas, el precioso descubrimiento de la vacuna, acreditado como un preservativo de las viruelas naturales".

Asimismo ordenó también asistir a los gastos de la Real Expedición de las arcas públicas por medio de un edicto encaminado a que los funcionarios y autoridades del clero de los territorios españoles apoyaran a Balmis en los propósitos de la misma. A éste le acompañarían los ayudantes Dr. José Salvany y Lleoparte, Manuel Julián Grajales y Antonio Gutiérrez y Robledo, los cirujanos Rafael Lozano Pérez y Francisco Pastor Balmis, los enfermeros Basilio Bolaños, Ángel Crespo y Pedro Ortega, y una única mujer, Isabel Sendales o Zendal, enfermera coruñesa y rectora de la Casa de Expósitos de La Coruña, cuya misión radicaba en atender a los niños y estar alerta para que no se rascaran las heridas, ya que el virus se mantenía vivo pasándolo de niño a niño siguiendo la técnica "brazo a brazo" de Jenner. Debía cuidarlos tal como establecía el monarca para que fueran "bien tratados, mantenidos y educados, hasta que tengan ocupación o destino con que vivir, conforme a su clase y devueltos a los pueblos de su naturaleza, los que se hubiesen sacado con esa condición".

Para una correcta conservación del virus, Balmis había decidido trasladarlo en el organismo de esos niños que irían siendo inoculados sucesivamente con el virus extraído de las pústulas de los vacunados la semana anterior. Transportaban asimismo una carga de linfa de vacuna guardada entre placas de vidrio.

La expedición partió de la Coruña el 30 de noviembre de 1803 y su primera escala se produjo diez días más tarde en el puerto y villa de Santa Cruz de Tenerife. El obispo de entonces Manuel Verdugo, apoyó totalmente el proceso de vacunación de la población canaria, con lo que las reticencias que existían fueron fácilmente superadas. Así, junto a actuaciones como la del Escribano José Álvarez de Ledesma, escribano del Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, que intentó difundir un manuscrito con el que "quería probar que impidiéndose los estragos de la viruela, se resiste la voluntad de Dios, y de consiguiente se atrae su ira a quien se valga de aquel remedio", aparece el apoyo del clero más ilustrado que se vio en hechos como el de que el Beneficiado de Santa Cruz de La Palma Manuel Díaz exhortara a sus feligreses para que se aprovecharan de los beneficios de la vacuna recordándoles los luctuosos días porque había pasado la isla en los años de 1787 y 1788 a consecuencia de la viruela.

Para ayudar en la difusión y facilitar la ejecución de la vacuna, se publicó una Breve instrucción para los que se dedican a vacunar en los campos, donde no hay profesor revalidado, escrita por el doctor Juan Bautista Bandini Gatti e impresa por Francisco de Paula Marina y Suárez como Impresor de la Real Sociedad de Amigos del País cargo que ocupó desde 1801 hasta 1816.

La primera imprenta llegada a Gran Canaria tal como nos informa el amigo Juan José Laforet el 25 de abril de 1794, sería la encargada de dejar constancia de este relevante documento de la historia médica de las Islas.

Juan Bautista Bandini, profesor médico de la Real Armada y después médico de cámara del obispo Manuel Verdugo desempeñó una cátedra de Agricultura para la Real Sociedad en el Seminario Conciliar, publicando luego el primer tomo de las Lecciones de Agricultura que llevan su nombre. Fue secretario y archivero de la Real Sociedad y socio correspondiente de la Academia de Ciencias de París.

Su Instrucción? fue difundida y acercada al pueblo por el clero obedeciendo las órdenes de Verdugo y comenzaba con la aclaración de que "Vacunar es la acción de aplicar la materia, ó flúido vacuno a la persona tierna ó adulta que se quiere precaver de las viruelas?"

Entre las personas que más empeño pusieron en que la expedición cumpliera los objetivos marcados fue el regidor de Gran Canaria Isidoro Romero y Ceballos, autor del diario que detalla los sucesos más importantes ocurridos en las islas en la segunda mitad del siglo XVII y principios del XIX que en el caso que nos ocupa interesa para comprobar los pasos que en aquellos momentos se daba en nuestra tierra, adelantándonos en años y en visión de futuro al resto de casi toda España.

Isidoro Romero había nacido en Caracas en 1751 y, después de muchos avatares familiares y "habilitado ya en la facultad de Leyes" regresó en 1772 desde la península a Gran Canaria para ocuparse de regir sus propiedades, de las que había quedado por mor de esos avatares, como único heredero. Casó con Josefa Magdaleno Estrada Sánchez, y tuvo once hijos, de los que le sobrevivieron siete. Todos ellos fueron inoculados por su padre sucesivamente y contra la opinión de todos a lo largo del siglo XVIII;al igual que Jenner en Inglaterra y muchos adelantados en otros países como en la misma Venezuela donde sería el tinerfeño Juan Perdomo Bethencourt quien la aplicaría en la ciudad de Caracas durante la epidemia de 1786.

El diario de Romero comienza a recoger datos contemporáneos desde 1780 aunque aparecen los "sucesos ocurridos en Canaria" de años anteriores. Y gracias al mismo podemos comprobar que fue hombre de mentalidad avanzada y que acertó a comprender el proceso de inmunización mucho antes que la Expedición de Balmis arribara a las Islas.

Y gracias al diario sabemos por ejemplo que después de 21 años sin padecer el ataque de la viruela en el mes de agosto de 1780 quedó la ciudad contagiada de este mal por dos hombres procedentes de Tenerife, y, aunque en el mismo diario se aclara que "no fueron virgüelas, sino chinas?" lo verdaderamente interesante fue la determinación que tomó don Isidoro: comenzó la inoculación en personas sanas con secreciones de otras que habían padecido la enfermedad por el método llamado variolización, aunque tal como él mismo aclaraba su propuesta tuvo "antes de empezarse a ejecutar un partido muy contrario en esta ciudad, que hablaba de ella como de un proyecto contrario a las máximas de la religión y de la humanidad?"

No obstante, convencidos por la mejoría que se observaba en muchos casos más de 150 personas consintieron en inocularse de otros enfermos de las que sólo fallecieron dos niños de pecho. Podemos suponer que el consentimiento obtenido para ello se basaría en el prestigio que Romero tenía en la sociedad isleña, y de ello resultó que ésta "fue la primera vez que en Canaria se practicó semejante proyecto, siendo yo uno de los que lo practiqué con bastante felicidad, gracias a Dios y a la intercesión de Nuestra Señora del Pino?"

Con un espíritu científico extraño en esta época en las Canarias anotó don Isidoro cada una de las fases que observaba, los días en que comenzaban las pústulas, cuánto tiempo tardaban en comenzar a mostrar calenturas o cuando se caían las caspas o debían colocarse los parches. Y tuvo ocasión nuevamente de demostrar lo útil que le eran sus anotaciones siete años más tarde, en 1787, cuando, aparecidos unos casos en las cuevas del Castillo de Mata los utilizó, bajo su propia responsabilidad para inocular y proteger a tres de sus hijos. Junto a esta científica clarividencia nos ofrece también remedios de otra época pero que saliendo de donde salieron tienen el atractivo de significar en nuestra tierra un intento de liberarse de este mal: "Se olvidó prevenir que para lavar los ojos de los virgüelientos se hace un cocimiento de linasa, sevada blanca, asafrán de la tierra y malvao; y para gárgaras otro de lantén, cabesas de rosas y sevada, y para suavizar la garganta lamedor de moras; y para precaver el que salgan por dentro de ella se pone desde la 3ª calentura, quando quieren empezar a pintar, un poco de asafrán de fuera por devajo de la varva, en el gañote, que toque a la carne, sugetándolo con un listón ancho de lienzo".

Por todo ello, era lógico que cuando en 1804 llegó la Real Expedición a las islas fuese don Isidoro un entusiasta propagador de la misma y dejase constancia exacta de lo que aconteció: "Y aviéndose savido en Canaria, inmediatamente escogió el Ayuntamiento siete niños, nombró un sirujano y practicante y al esscribano mayor de Ayuntamiento, y fletó barco para que fuesen a dicho puerto y trajesen a Canaria la materia para su propagación. Hasta el puerto acompañó a los niños una diputación de la Ciudad, uno de los quales individuos fui yo, y el señor corregidor?".

La Real Expedición continuó su andadura y el 9 de febrero de 1804 llegó a Puerto Rico, continuando luego por toda Sudamérica para luego pasar a Filipinas y Macao.

Con su llegada al puerto de Lisboa el 4 de agosto de 1806, se dio por concluida la primera operación mundial de vacunar a una gran población de una enfermedad tenida por incurable.

Jenner se refirió a ella el mismo año en los términos siguientes: "No me imagino que en los anales de la historia haya un ejemplo de filantropía tan noble y tan extenso como éste".

Probablemente fue en Teror por su relación con la Villa y tener ascendencia y residencia en ella el mismo Romero el encargado de difundir las excelencias de la vacunación y superar con su propia experiencia los lógicos escollos que esta tarea tuvo que encontrar en la sociedad de comienzos del XIX. Para fortuna del patrimonio terorense, su casa está aún en pie con las lógicas adaptaciones de una edificación que ha estado habitada los dos últimos siglos.

Por ello, debe quedar un recuerdo perenne de la historia de la lucha contra esta cruel enfermedad y la aplicación de la variolización como forma de prevenirse contra ella en nuestra isla y la figura del regidor Romero aparece en este evento como una persona de mente preclara que gracias a su avanzado entendimiento, colocó a Gran Canaria en un lugar destacado en la pequeña historia de la medicina y de la superación de muchas trabas, que facilitaron el comenzar a erradicar esta maligna enfermedad.

Isidoro Romero y Ceballos falleció en 1816. Su mansión terorense fue hogar de sus herederos hasta que, por distintos motivos, su nieto, el pretendiente a poeta Pablo Romero y Palomino abandonara la mariana Villa para asentarse en tierras de Valleseco; y al que otra ilustre poetisa popular de la Gran Canaria decimonónica, Agustina González y Romero (la famosa Perejila) también retoño del fecundo árbol genealógico del Bachiller, dedicara muchas de sus puyas satíricas por mor de herencias, capellanías y malos tratos.

No sería mala cosa recordar la figura de este adelantado a su tiempo perpetuando su presencia en esta noble mansión, que si para ello se requieren méritos don Isidoro Romero lo merece como el primero.

El 8 mayo de 1980, la XXXIII Asamblea de la Organización Mundial de la Salud afirmó en Ginebra que declaraba solemnemente que "el mundo y todos sus habitantes han conseguido liberarse de la viruela, enfermedad sumamente devastadora que ha asolado en forma epidémica numerosos países desde los tiempos más remotos, dejando un rastro de muerte, ceguera y desfiguración, y que hace tan solo un decenio abundaba en África, Asia y América del Sur; expresaba su profunda gratitud a todas las naciones y personas que han contribuido al éxito de esta noble e histórica empresa y señalaba este hecho sin precedentes en la historia de la salud pública a la atención de todas las naciones que, gracias a su acción colectiva, han liberado a la humanidad de ese antiguo azote y han demostrado así, cómo el esfuerzo mancomunado de las naciones en favor de una causa común puede promover el progreso humano".

Asimismo, se decidió conservar reservas estratégicas del virus en dos lugares del mundo: Georgia (Atlanta, EE UU) y Nobosibirsk (Rusia) custodiados por el Centro de Investigación Estatal Ruso de Virología y Biotecnología y aunque desde entonces ha continuado el debate de qué hacer con ellas no se ha llegado a un acuerdo mundial sobre ello. Seguir investigando antes posibles rebrotes de la humanidad o el riesgo de conservar vivos agentes mortíferos que pudieran ser utilizados como armas en un enfrentamiento bélico-biológico, son argumentos permanentes en esta controversia.

Pese a ello, la OMS declaró en 1980 que la viruela había sido erradicada por completo en todo el planeta y el que en Teror haya un edificio donde pueda recordarse esta gesta de la Humanidad, todo un orgullo para Canarias que debe ser recordado para las generaciones futuras.

Esperemos que en próximas semanas los estragos sociales, sanitarios y de todo tipo que está ocasionando la pandemia que sufrimos pueda tener una solución y esa vacuna, que ya algunos anuncian, pueda poner remedio a este gran mal gracias al descubrimiento de este proceso hace ya casi un cuarto de milenio.

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