(Carta de José Benítez de Lugo a su tío Alejandro del Castillo y Bravo de Laguna, fallecido este sábado)

Se me agolpan los recuerdos en la memoria y con un nudo en la garganta me tiembla el pulso al escribirte por última vez. Mi vida desde que tengo uso de razón está íntimamente vinculada a la tuya. Desde muy pequeño pasaba las tardes contigo. Los martes, todos los martes durante más de medio siglo, íbamos al sur a jugar nuestra partida de golf, y otras tardes las pasábamos escuchando ópera en tu casa. Esa ópera a la que tú amabas profundamente. Y así, en el comedor de casa de mi madre, unas navidades de tantas que pasamos juntos, fundaste ACO.

Fuiste un filántropo y una persona generosa con todo el mundo que se acercaba a ti. Nuestros veranos fueron inolvidables en la casa de Arucas, jugando al ajedrez o partidos de tenis en los que yo hacía de recogepelotas, y por la noche, ponías películas en la biblioteca. Así año tras año junto a mi hermana, en los que la vida discurría de forma plácida, hasta que un día se marchó y se hizo un paréntesis. Hoy os habéis vuelto a reencontrar.

Tenías profundas convicciones religiosas que marcaron tu camino. Aún recuerdo cómo reías el día de mi confirmación, en la que tú fuiste mi padrino, con el Obispo Pildain, que nos encerró en la Iglesia de Santo Domingo. Fuiste como un segundo padre para mí y te profesé siempre un cariño inquebrantable a pesar de los avatares de la vida.

Mientras escribo estas líneas con la vista perdida en el infinito quiero enviarte todo mi cariño allá donde estés, junto a toda la familia, con la certeza de que continuarás ayudándonos a todos. El día que volvamos a vernos, con tu bonhomía infinita, retomaremos al compás de “una furtiva lacrima" que hoy se desliza por mi mejilla, y podremos al fin abrazarnos de nuevo. Cuando el destino nos vuelva a reunir .