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Crítica

Artenara, tierra de cuentos y sueños

Como cualquier actividad nacida de la imaginación, la literatura universal está repleta de territorios surgidos, en mayor o menor medida, de la fantasía

Artenara, tierra de cuentos y sueños

Como cualquier actividad nacida de la imaginación, la literatura universal está repleta de territorios surgidos, en mayor o menor medida, de la fantasía. No me refiero a lugares completamente ficticios como Narnia o El país de Nunca Jamás, sino a topónimos inspirados en lugares reales como el condado de Yoknapatawpha, situado al noroeste del estado de Misisipi, en el que transcurren varias novelas de William Faulkner o el Macondo de Gabriel García Márquez.

Aparte de estos dos ejemplos, sin lugar a dudas los más célebres, los topónimos imaginarios son innumerables, porque los escritores han recurrido en numerosas ocasiones a esta excusa literaria, transformando espacios reales en otros más o menos imaginarios en los que situar sus obras. Tal es el caso de ciudades como Mágina, creada por Antonio Muñoz Molina como trasunto literario de su Úbeda natal; Vetusta, inventada por Leopoldo Alas Clarín para representar a Oviedo en La Regenta; u Orbajosa, ideada por Benito Pérez Galdós como espacio para la trama de Doña Perfecta.

Pero en muchas ocasiones el escritor ha preferido fantasear acerca de un lugar real respetando su nombre, como fue el caso de Juan Rulfo con Comala, ciudad mexicana que existe, pero que en su novela Pedro Páramo se convierte en un espacio completamente onírico.

A medio camino entre ambas opciones se encuentra Covanara, que a pesar de asemejarse a la localidad burgalesa de Covanera es un topónimo literario creado al combinar la palabra cueva con Artenara.

Debemos esta creación a la fértil imaginación de José A. Luján Henríquez, que abandonando por un momento su papel como cronista oficial de Artenara se transforma en cuentista, y como todos, mezcla realidad con fantasía para componer diez relatos que se mueven entre ambos mundos y que forman Zaragoza. La mujer que hablaba con los muertos.

De este modo Covanara se convierte en el espacio mítico en el que se mueven los personajes de una serie de cuentos atravesados por la realidad y la ficción. El primero de ellos, que da nombre al libro, trata acerca de una mujer que existió realmente y se llamaba Zaragoza Cabrera Díaz, presunta médium fallecida en 1981 a los noventa y cuatro años.

Como si se tratara de una introducción a la obra, el resto de relatos siguen abundando en lo sobrenatural, como el dedicado a Manuela Santana, quien además de haber sido la última alfarera de Lugarejos actuaba como intermediaria entre los vivos y los muertos en su papel de especialista en interpretar las promesas incumplidas de los difuntos para que sus descendientes pudieran efectuarlas.

El narrador de todos estos cuentos se llama José Victoriano, un personaje literario que por mucho que José A. Luján se esfuerce en disimularlo tiene mucho de autobiográfico, como asimismo el paisaje de Artenara se metamorfosea en el de Covanara adoptando formas curiosas. La más impresionante de ellas es su cementerio, que aunque se asemeje sorprendentemente a la cueva de las mil momias, en realidad está inspirado en una montaña egipcia que el autor admiró en un viaje que realizó a la tierra de los faraones y que su imaginación fundió posteriormente con el Roque García de Artenara por su forma piramidal.

Sin embargo el más fantasioso de todos los cuentos es el que tiene por título "El misterio de Risco Caído", en el que el arqueólogo Julio Cuenca, su descubridor, es conducido a un malogrado final. Como el propio José A. Luján confiesa, se trata del resultado de todo el rechazo que generó su versión oficial acerca de la función de dicho almogarén situado en Barranco Hondo.

Pero siguiendo cotas menos elevadas lo fantástico continúa uniéndose a la realidad hasta el final del libro, porque Zaragoza. La mujer que hablaba con los muertos concluye describiendo un devastador incendio forestal claramente inspirado en el que afectó a la isla durante el pasado verano, sólo que en esta ocasión cobra vida, transformándose en una monstruosa salamandra, que al igual que dicha criatura legendaria brota del inframundo a la superficie de la Tierra.

José A. Luján reconoce que el origen de este curioso ente se encuentra en una declaración de Federico Grillo, coordinador de emergencias del Cabildo que afirmó "tenemos una fiera desatada en la cumbre". Dicha frase, llevada al plano literario, más concretamente al universo dantesco, se convierte en un monstruo ígneo que amenaza con arrasar toda Gran Canaria hasta que gracias a la colaboración de todos es arrinconado en un barranco.

Llegados a este punto, es evidente que un tema que recorre toda la obra es la constante interacción entre la destrucción y la reconstrucción, dualidad que quizás sea más evidente en el cuento "El estelero de Covanara y Padre Sánchez", en el que el lector asiste al proceso de reconstrucción de un muerto a partir de su esqueleto.

En definitiva, Zaragoza. La mujer que hablaba con los muertos supone una recreación literaria y fantástica de la realidad de Artenara, surgida de la pluma de un autor al que únicamente conocíamos como su cronista, pero que al haber abandonado por un momento la crónica histórica para pasarse a la literatura más o menos fantástica nos ha revelado una faceta desconocida no sólo de sí mismo sino de Artenara.

Decía André Bajta que la patria de un escritor es un paisaje después de la batalla, y esta obra no es una excepción.

Quienes tras haberla leído nos consideramos covaneros de adopción esperamos que esta localidad nos siga deleitando con más cuentos.

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