El pueblo de Tunte, 'capital' de San Bartolomé de Tirajana, vivió ayer uno de las fiestas más escuetas dedicadas a su santo patrón Santiago El Chico, dando por bueno el apelativo.

El meneo desde buena mañana en su centro urbano se reducía a la llegada de los peregrinos, a pie y a caballo, que ya desde primeras horas se llevaban un pequeño disgusto al ver la cancela de la iglesia cerrada por orden municipal y acatamiento clerical, mientras por los caminos que enlazan con el Pinar y la Cruz Grande se echaban de menos los grandes grupos de devotos que años atrás terminaban bullendo a los pies de su imagen, que ayer sobrevolaba solitaria en el interior del templo sobre una nube de anturios.

Era esa la hora de servir algunos refrigerios a modo de avituallamiento en las terrazas de la localidad, sobre todo en las más céntricas, como en la del restaurante D'Romería, que ayer no fue tal, y en las sillas y mesas del Santiago de Tunte, el bar Las Cuatro Esquinas, o en Comestibles López, donde Verónica López, despachaba unos panitos, algo de agua, refrescos "y lo que haga falta", incluido los renombrados chochos "de las fiestas de Santiago", golosina principal de un establecimiento que emergió allí cuando debió fraguarse la mismísima caldera de Tirajana. "Oh, mi madre tiene 82 años, y ya estaba abierto, con eso le digo todo".

Pero en la plaza del pueblo desde esas primeras horas y a medida que iba subiendo la temperatura se iba cristalizando un cierto malestar que lleva días en el run rún del vecindario, un pica pica soterrado que el sorpresivo cierre del templo durante la mañana terminó por fraguar en calentura, si bien la sangre tampoco es que llegara al barranco.

Liturgia covid

Lo explicaba allí mismo Ismael Guerra en nombre "de un colectivo de vecinos", grupo que llevaba toda la semana intentando paliar el cierre total del programa por parte del Ayuntamiento sureño, o más concretamente, según indicaba de su concejal "representante de la zona alta", dignidad que recae en la edil Pino Dolores Santana, cuyo precedente más sonado tuvo lugar con motivo de los festejos el pasado año sin ir más lejos, cuando en una reunión con la comisión de fiestas de Tunte se reafirmó en el cargo:

"Les guste o no, la concejala soy yo y se la tienen que mamar", frase con la que se adjudicó el Premio Tolete de Bronce 2019 recién otorgado hace unos días.

De vuelta a este 2020, y tras una reunión y un escrito presentado al Ayuntamiento, la alcaldesa Conchi Narváez accedió a permitir la convocatoria de una serie de pequeños actos, siempre y cuando, como recalcaba la contestación municipal, pues se respetaran las distancias que marca la pandemia, se utilizaran mascarillas y toda la caterva de elementos que aparecen en el prospecto de la nueva liturgia covid.

Es así como desde el miércoles pasado se han ido entreteniendo en Tunte con la organización de juegos para los niños, de meriendas, torneos de fútbol, en el que se incluye el celebérrimo encuentro entre solteras y casadas, y un campeonato de zanga.

Sin olvidar la imprescindible bajada desde el Pinar durante la tarde del viernes con sus preceptivos faroles y garrotes, y un encuentro vecinal, que también se celebró el viernes por la tarde, del que ayer aún se hablaba de lo bien que lo habían pasado, eso sí, a costa de un cochino negro pasado por la parrilla.

Pero para montar todo este trajín, según seguía puntualizando Guerra, la colaboración de "la concejala representante de la zona alta" fue nula, por lo que la invitaba a replantearse su postura de cara a revocar el amulamiento.

Reevangelizar España

Ismael afirmaba ayer enfrente del D'Romería, que "le habíamos pedido unos tablones, unas mesas, y unas sillas y nos hemos encontrado con su total rechazo, que curiosamente contrasta con el apoyo del resto de su grupo, el de la Policía Local o el de Protección Civil, que no han puesto ningún tipo de problema".

Sin encontrar más explicación posible que unos ojos en blanco, que era lo que se le veía por encima de la mascarilla, un elemento que ayer, en Tunte central el único que no lo llevaba era el cura y el santo. Según se supo el cierre del templo se producía "aludiendo que habían cámaras de televisión". Marco Aurelio, exalcalde hoy en la oposición, resumía la situación con un "que cada uno disfrute de lo que ha votado".

Ya con la misa en andas, con un señor párroco Armado Landeiro, clamando por la "reevangelización de España" en cuyos conventos y monasterios solo quedan monjas y monjes de gente de fuera, y al que le daban hasta "ganas de llorar" por la falta de apego del personal por las cosas de la Iglesia, citando el caso de una barbería sin crucifijo, "pero con seis o siete budas", volvían las aguas a su cauce, mayormente por la discreta pero entrenada animación que iba tomando la plaza y la terraza del D'Romería.

De cuando cayó Bartolomé

Esto con la locución de fondo de Landeiro en el que un momento de silencio general se hizo oír afirmando que lo que allí se celebraba ayer era el día "en el que a Santiago le cortaron la cabeza", haciendo rememorar a uno de los eruditos de las efemérides de Tunte sentado en la plaza, aquél agosto de 2017 en el que peligró la propia cabeza del párroco, cuando otro santo, Bartolomé, -que no solo murió degollado como Santiago, sino desollado también-, se desplomó en el quicio de la puerta cuando salía en procesión, lanzando al cura de bruces "contra el filo del rodapié".

Una procesión que fue suspendida. Tal cual se quiso finiquitar la del pasado año 2019, lo que ilustra la cadena de dificultades que sufre el programa festivo últimamente en las medianías sureñas, tras el bando de alcaldía que prohibía la salida a la calle de la imagen por las altas temperaturas anunciadas en la caldera, "y por el hecho constatado de que todavía las zonas limítrofes presentan un terreno aún caldeado con zonas calientes, que podría favorecer la proliferación de incendios".

Con todo, "hubo motín, porque el párroco, y el cura Vicente Santana no se amilanaron y a pesar de que la Policía Local hizo un intento de frenar el desacato, sacaron al santo para alegría general".

La alegría de ayer quedaba reducida al finalizar la misa en los pétalos volados al aire y vivas a Santiago que le dedicó a la fiesta la vecina Cuqui Megías, refrendado el llamado por el público presente. Debajo de su balcón, María Elena Aguiar, al frente de las dos cajas de turrones Mederos que ayer lucían en el pueblo, observaba el panorama esperando que el mediodía trajera un algo de facturación. Llevaba en Tunte desde antes de las nueve, para vender unos "poquitos paquetes", detrás de una mascarilla y con el termómetro rondando los 30 grados. Lo llevaba con estoicismo heroico, sin queja alguna, "solo algo preocupada por si no vuelven nunca más fiestas como las de antes".