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ANÁLISIS

Una Rama para Don Sebastián Monzón

Con Chano como concejal de Fiestas, a finales de los años 60, la Rama pasó de ser una fiesta familiar a generar la preocupación de cómo contener la avalancha de gente

Sebastián Monzón. LP / DLP

Entre las crónicas del siglo XV sobre la conquista de Gran Canaria, en las que se relata el desembarco de Alonso de Lugo en la rada de las Nieves al frente de las tropas castellanas, con la consiguiente fundación de Agaete en el año 1481 y las diatribas contemporáneas en cuanto al origen, que no al destino de la Rama de Agaete, hay de por medio una serie de noticias y crónicas periodísticas sobre la Villa Marinera y sus Fiestas de las Nieves dignas de destacar, que arrancan en el siglo XIX y que no han cejado en el tiempo porque Agaete, a diferencia del viejo coronel de la novela de García Márquez, siempre tuvo quien le escribiera.

En esas crónicas festivas y noticias, cuyo contenido ha coadyuvado a la construcción y consolidación del mito que para mí es Agaete, se encuentran los modestos relatos con los que llevo contribuyendo -más aún si cabe- al fortalecimiento de la causa, y que por motivos -todos ellos confesables- dedico a Don Sebastián Monzón Suárez (Gáldar, 7 de diciembre de 1929- Agaete, 16 de agosto de 2019), en vísperas del primer aniversario de su fallecimiento.

Conocí a Don Sebastián Monzón ejerciendo su magisterio, primero en el Valle de Agaete y luego en el casco urbano de la Villa Marinera, donde estableció su residencia al contraer matrimonio en el año 1959 con Doña Angélica García Álamo, sin que por ello dejara de ser un galdense de pro hasta el último día de su vida; de tal manera fue así que durante muchos años dedicó una parte de su tiempo libre a la fecunda labor de investigación en los archivos parroquial y municipal de su ciudad natal, lo que le valió el nombramiento y reconocimiento de Archivero Municipal e Hijo Predilecto de la misma.

Llegadas las Fiestas de las Nieves, en unos momentos tan sensibles como los actuales, en los que son impensables las celebraciones multitudinarias por motivos de la Covid-19, no puedo por menos que retrotraerme e imaginar la desazón que también supuso para el pueblo de Agaete el ver cómo se le chafaban, en parte, las Fiestas de las Nieves a consecuencia del devorador incendio que redujo a cenizas la antigua Iglesia de la Concepción, aquel trágico domingo 28 de junio de 1874, en el que junto con el edificio "? las llamas destruyeron el Santísimo Sacramento, alhaja de plata dorada de bastante mérito por su elegante figura y sus preciosos grabados y relieves, las imágenes del Crucificado, de la Purísima Concepción y de Ntra. Sra. de los Dolores, las tres de tamaño natural, y obras de gran mérito artístico, debidas al talento del célebre escultor canario Don José Luján Pérez?"

Tanto antes como ahora, o al menos así lo espero, el sentido común se impuso a la pesadumbre y unos meses después de aquel incendio, Agaete vivió con júbilo los cuatro días de estancia en la Villa del obispo Don José María Urquinaona y Bidot, con motivo de la colocación de la primera piedra del nuevo templo un domingo 18 de octubre de aquel mismo año; efeméride de la que se hizo eco la prensa de entonces recogiendo con todo lujo de detalles los pormenores de la visita, desde el recibimiento del obispo por parte del pueblo agaetense en los Llanos de San Isidro, los actos religiosos motivo central de la visita del prelado, la fructífera mediación de éste para aplacar las rencillas entre bandos políticos de las que Agaete tenía fama desde aquel tiempo, hasta la despedida en el Puerto de las Nieves para embarcar con rumbo hacia La Aldea, no sin antes orar en la ermita de Ntra. Sra. de Las Nieves "? en cuyo acto cinco niñas vestidas de blanco arrojaban flores al aire junto al altar?".

El Puerto de las Nieves, continúa la crónica, "? presentaba un cuadro bello y conmovedor tanto en tierra como en el mar: en aquella se observaba una inmensa concurrencia; en este cuatro buques de cabotaje y quince o veinte botes y lanchas llenos de gente que ostentaban sus ondeantes banderas haciendo aquellas numerosas salvas de cañones al llegar al puerto el Sr. Obispo."

Fue tal el grato recuerdo que dejó en Agaete el señor obispo, que cinco años después aún se recordaba aquella visita pastoral en otra crónica escrita por el insigne pedagogo Don José Sánchez y Sánchez, en la que elogiando la labor del cura catalán Don Juan Valls por el ahínco con el que afrontó la reanudación de los trabajos de la nueva Iglesia de la Concepción después de dos años paralizados, recuerda las donaciones del obispo Urquinaona para tal fin, además de las famosas 75.000 pesetas de aquellos tiempos donadas en el año 1881 por Don Fernando León y Castillo, la venta de fruta regalada por los agricultores, el alquiler de las sillas para orar en la capilla habilitada mientras se construía el nuevo templo, resaltando la gran ayuda que supuso el voluntariado de mujeres y hombres agaetenses en los trabajos básicos del acarreo de materiales para dicha construcción y el bazar parroquial al que la feligresía donaba los objetos para vender y que "? en los ocho días que fue lo que estuvo abierto produjo la suma de 2.410 reales de vellón".

Llegado el año 1908 y en plena efervescencia modernista, sería Don José Batllori y Lorenzo, otro ilustre galdense, periodista y cronista de Gran Canaria, el que nos legara para la posteridad una crónica sinfónica en tono mayor, exaltando el Agaete de 'antier' llegadas las Fiestas de las Nieves, sirviéndose del estilo que acuñara Rubén Darío para engarzar con su prosa poética y preciosista, los vestigios del pasado prehispánico y aquel? Agaete con toda su típica hermosura de caserío africano, apiñándose entre palmeras al borde del barranco por cuyo cauce corren sin cesar cristalinas aguas, y subiendo hasta el Valle, cañada arriba entre huertos de tuneras y naranjales, entre riscos recubiertos de pitas y tabaibas y laderas sembradas de higueras y durazneros?, recordándome por su intencionalidad a la pasión contenida en los versos de Tomás Morales en su 'Oda al Atlántico' o el 'Himno al Volcán' con un declamativo a la vez que descriptivo amanecer agaetense no libre de metáfora, propios de las poetisas locales Doña María García y Doña Juana Cabrera (la de Penene y la Aurora respectivamente) en el que "? Brillan heridas por el sol sus azoteas blancas, sus tapias blancas; sobre la cúpula de su iglesia, árabe, como la de las mezquitas mahometanas, revolotean las palomas aturdidas en el ruido de los voladores que estallan en el aire y el repique cansado de las viejas campanas."

Por las conversaciones mantenidas a lo largo de tantos años con Don Sebastián Monzón, no sólo sé que no era ajeno a la crónica de su paisano, sino que más allá del ejercicio de su magisterio, descubrí su inclinación por la escritura cuando siendo un jovencillo me dio a leer la semblanza 'El camino de las Nieves', que había publicado en la prensa el mismo año de su matrimonio y residencia en Agaete, sintetizando con su prosa, también poética pero intimista, la esencia de las Fiestas de las Nieves en la que " El viento trae con su canto loco el rumor alegre de la fiesta. Y desde la mar a la cumbre, otra vez, la leyenda se hace hermosa en boca del pueblo que sueña en las cosas vistas?El monte baja en La Rama que huele a salvia, retama y poleo, y el camino de las Nieves trae el mar entre música de caracolas y voces marineras. Y la noche se hace luz de farolas. Y las promesas se hacen danza en las sombras."

Oculto tras aquel ensayo se adivinaba un alma de poeta, ora timidez, ora sinceridad, cuyas emociones y afectos nos dejó en 'El Otro Mar', cuyos poemas y versos me hicieron cómplice, por solidario, con ese mar al que llama eterno vagabundo sin fronteras o con esa barca varada en la orilla con la que nos vamos vistiendo de años a la sombra silente de los riscos?De tu muerte constante pregonero.

¡Cuánto de tierra, de amor y de amistad en su poesía! ¡Cuánto de paisaje y de paisanaje en sus versos! Cuánto de afecto, de mar y también de Rama en nuestras venas cuando "? el viento trae en su canto rumor de fiesta. En el camino de las Nieves la leyenda corre nueva. Y en las luces de la noche la mar que en azul y verde, gris y malva a la sombra de Tamadaba, añora la Virgen roja, que un día ansiando suaves tierras se hizo peregrina sobre las olas?"

No será este año 2020 la primera vez en la historia reciente que Agaete no celebra las Fiestas de las Nieves con su Rama, esta vez por motivos de la pandemia de la Covid-19, anteriormente como consecuencia del voraz incendio que dejó al pueblo de Agaete sin ganas de verbenas ni cuerpo para celebrar las fiestas con todo su esplendor.

Durante los años de Guerra Civil Española tampoco se bailaron Las Ramas, por razones obvias y, aunque a pesar del conflicto bélico no se suspendieron los actos religiosos, una vez reanudada La Rama en el año 1939, hubo que esperar hasta mediados de los años cuarenta para que se incorporaran y bailaran nuevamente los papagüevos, que dormían el sueño de los justos en la herrería antigua (en la calle del Carmen) y que después de mucho insistir, por parte de la juventud, el alcalde Don José Armas Galván, finalmente autorizó.

'Señoras, simples espectadoras'

Todavía en el año 1965, y por insistencia del cura párroco del momento, la alcaldía publicó un edicto propio de aquella España en blanco y negro -tanto por la época como por el contenido- con el típico encabezamiento de: ' el alcalde de la esta Villa hace saber?', según el cual y para que no se produjeran anomalías ¿en contra de la moral?, tanto en La Rama como en La Retreta "? se autorizaba a los vecinos y público en general a bailar sueltos e individualmente, quedando prohibido bailar cogiéndose las manos, formar corros, hacer cadenas, así como los modernos "bugui-bugui", "rock and rock", twist, etc., absteniéndose las señoras y señoritas de tomar parte en los referidos actos, en pantalones de hombres, limitándose en todo caso a presenciarlos como simples espectadoras".

Y allá que vimos al cura en el momento de la salida de La Rama echando a las mujeres que bailaban con pantalones como quien expulsa a los mercaderes del templo, repitiéndose la misma escena al año siguiente en el que además había logrado que la Banda de Agaete no tocara lo que después se dio en llamar la canción del verano como fue Juanita Banana.

Precisamente fue en aquellos años sesenta del siglo pasado, y como consecuencia de la crisis que generó el cambio de modelo económico basado principalmente en la agricultura, que Agaete se vio enormemente afectada con la sustitución de los monocultivos del plátano y tomate por el turismo incipiente, que se llevó por delante el empaquetado de tomates, la costura a la pacotilla y el cierre de las dos fábricas de calzado que hasta entonces daban empleo a gran parte de la población, que se vio abocada al desempleo y a la emigración masiva.

Aquella carretera desde Las Palmas hasta Agaete que en honor de multitudes inaugurara Don Fernando León y Castillo el 3 de agosto de 1889, víspera de La Rama, llegados los años sesenta se había vuelto tediosa para las personas residentes en la Villa Marinera en sus desplazamientos a Las Palmas capital, una incomodidad que unida a la necesidad de engancharse a la red eléctrica insular conocida como UNELCO, representaban un hándicap para la nueva actividad turística ante la que Agaete, lejos de arredrarse, se aferró como quien se agarra a un clavo ardiendo a sus dos eslóganes mágicos 'Agaete es Fiesta' y 'Gracia blanca de la costa negra', de la misma manera que lo hiciera en otras tantas ocasiones a lo largo de sus más de cinco siglos de historia.

Fue en aquellas circunstancias en las que el grupo de mi generación agaetense con inquietudes sociales se encontró con Don Sebastián Monzón en su faceta de concejal de Fiestas del Ayuntamiento de Agaete, una relación que fue fructífera y afortunada y que mantuvimos de por vida, profesándole a él un merecido respeto y consideración que, nos consta, siempre percibió.

Pero el mundo se mueve al ritmo de la economía o, en el mejor de los casos, de la política económica (a la situación pandémica actual me remito) y la necesidad de asomar la cabeza buscándose un hueco en el nuevo contexto insular se impuso frente a la incertidumbre y en muy poco tiempo los eslóganes mágicos se hicieron realidad contando con el mayor potencial que un pueblo como Agaete siempre tuvo como son su paisaje y su paisanaje.

Calendario de fiestas

Y vaya que logramos sacar la cabeza. Entre los años 1968 y 1972, cuando se hacía todo por amor al pueblo y que actualmente le llaman voluntariado, Agaete desplegó un calendario anual de actividades hasta donde el régimen franquista lo permitía y los alcaldes se responsabilizaban, al que se fueron incorporando manifestaciones festivas y culturales como: el Día del Turista en colaboración con el Centro de Iniciativas y Turismo de Gran Canaria, el afamado Entierro de la Sardina tras cuyo nombre se ocultaba el carnaval mal visto por el nacional catolicismo, de la misma manera que lo hacía Santa Cruz de Tenerife- de quien aprendimos- con sus famosas Fiestas de Invierno, el Belén Viviente que ocupaba el tiempo de Navidad, el Día de la Poesía en primavera que corría a cargo de la Sociedad Casino La Luz que además aportaba su Coral Polifónica, la participación de Agaete en la Romería del Pino en Teror, las Jornadas Culturales del Archipiélago compartidas con el municipio tinerfeño de Garachico y, por supuesto, las Fiestas de las Nieves con el icono identitario que ya en aquel tiempo era La Rama y que justo en el año 1972 - el año fecundo-, fue declarada de Interés Turístico Nacional, siendo alcalde Don José Antonio García Álamo, a la sazón cuñado de Chano Monzón, Concejal de Fiestas; reconocimiento del que tanto yo como mis amigos Pedro Armas Boza, Javier Tadeo y Pepe Juan del Rosario, presumimos de ser 'los jovencillos de la Comisión de Fiestas' que marcó un antes y un después en la forma de hacer y gestionar los pocos recursos destinados a cultura y fiestas.

Fueron muchísimas las conversaciones mantenidas con Chano Monzón en su casa de Agaete recordando el giro que le dimos en aquel tiempo a las Fiestas de las Nieves, que pasaron de ser unas fiestas familiares a las que acudía la familia que vivía fuera, sobre todo en Las Palmas capital, la gente de promesas y los pocos asiduos venidos de los municipios vecinos, a generar la preocupación de cómo contener la avalancha de gente la noche que hoy llamamos de amanecida (del 3 para el 4 de agosto) y que resolvimos celebrando a la vez una verbena en la Plaza de la Constitución (entonces del general Franco) y baile en el Casino, prolongándolos intencionadamente hasta las cinco de la madrugada para enlazar con la primera Diana masiva de la historia de las Fiestas de las Nieves como fue la del año 1972, porque hasta ese momento y desde mi niñez, siempre había sido un pasacalles de la Banda de Agaete para anunciar las fiestas, con la diferenciación de que a la Diana del día 5 se le distinguía en los programas con el calificativo de 'floreada'.

De la misma manera recordábamos la recuperación de la Romería- Ofrenda, el día 5 de agosto por la tarde, con la Virgen de las Nieves en el atrio de la iglesia parroquial, y que estando abocada a la desaparición por la quiebra de la agricultura que era el soporte natural de la misma, tuvimos que resucitarla confeccionando las carrozas que años atrás corrían a cargo de las fincas e incorporado grupos de todos los barrios del municipio que ya participaban en otros eventos carnavaleros y navideños, logrando no sólo un revolcón estético y de exhibición de todo el abanico de productos del mar y de la tierra que aún conservaba Agaete y que la Romería necesitaba, sino además la participación masiva, superando las limitaciones sociales más que geográficas que la Villa Marinera aún arrastraba.

Iluminación a la veneciana

Siendo los niños mimados de Monzón -según decía el sector postureo de la Comisión de Fiestas, que también lo había- Don Sebastián nos puso a nuestra disposición un carpintero profesional -impensable hasta entonces- y nosotros le respondimos entre otros diseños con un gran patio canario, que una vez acabada la ofrenda sirvió de fondo para la terraza que instalamos en la Plaza de la Constitución y que con la ayuda de un gran experto en menesteres gastronómicos como era Don Luis Jiménez, ofrecía comida canaria y chocolate con churros las noches del día 6 y 7 de agosto respectivamente, durante las dos verbenas monumentales como fueron la Marinera y de la Paloma, para las que el recinto lucía decoraciones 'ad hoc' para cada una de ellas y en común la iluminación a la veneciana a base de farolas y farolillos que es lo que siempre escuché a la gente mayor cuando hablaban de las fiestas de antaño.

La visión introspectiva que de poeta tenía Don Sebastián se tornaba espontánea, satírica y burlesca llegado el Entierro de la Sardina, escribiendo y dedicando letrillas a diestro y siniestro tanto al enterrador como al cura, interpretadas soberbiamente por la murga 'Sin ton ni son' de Agaete y que aún las cantamos los de mi quinta cuando nos juntamos, recordando aquella que con música del pasodoble Campanera le dedicó al Pupulo? P or ser el hombre de la basura/ por ser su oficio el de enterrador,/ le silba la gente al Pupulo/ cuando pasa en el camión? o aquella otra que apuntaba al cura párroco como culpable del estado lamentable en el que se encontraba la ermita de las Nieves y su entorno, en su empeño por sustituirla por una basílica y que con la música de la ranchera 'Cuatro milpas' decía ? Ni siquiera los troncos quedaron/ de las palmas de la ermita/ y dicen que el viento/ que vino de noche fue quien las tiró? Letrillas y personajes a los que sólo una personalidad como la de Chano Monzón se atrevería a escribir en aquellas circunstancias.

Con la perspectiva que sólo el tiempo da, y volviendo la mirada al pasado no tan lejano, considero que Chano Monzón, Don Sebastián, ¿consciente o inconscientemente?, tendió puentes y estableció cauces de participación ciudadana desde sus responsabilidades institucionales, que nos vincularían de por vida a los nietos de la Guerra Civil de uno y otro bando, impensable hasta el momento en un pueblo que arrastraba a flor de piel las heridas de la contienda de 1936, como también sé que, sin renunciar a sus principios, fue lo que se dice un hombre con el corazón partido entre Gáldar y Agaete, a sabiendas de que tanto en su ciudad natal como en la villa de adopción dejó una huella indeleble debido a su talento y constancia, a su buen hacer y proceder.

En la ciudad de los Guanartemes reposan sus ancestros, en la Villa de Agaete permanecen sus amores: Angélica, su mujer; Rita, Luz Marina, María Josefa, Pino y Desirée Monzón García, sus hijas y en la memoria colectiva aquella Rama de Agaete que? ' No sé por qué estaba en el desván de la memoria, mudando de lugar viejos recuerdos'.

Al Dedo de Dios

No tuvo Dios más gloria que ofrecerte

ni un canto más solemne de hermosura,

que dejar en tu sueño de negrura

tallada con cincel su mano inerte.

Embriaga contemplarte de tal suerte

perdida la mirada en tu figura,

que el alma se conmueve de ternura

por el gozo que da tan sólo verte.

Siempre al viento en abrazo sometido

como un santo de piedra envejecida

en nítido cristal rezas callado.

Y en honda soledad sueñas erguido

sin temer de las olas la embestida,

eterno, siempre al mar encadenado.

José Antonio Godoy Profesor

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