La ola de calor y la recomendación de las autoridades de que, ante el riesgo de incendios forestales, se evitara acceder a las zonas de medianías y cumbres, pasó factura ayer en el mercadillo de Teror. La advertencia se la tomaron en serio algunos de los 60 puesteros, un número que ya redujo el Ayuntamiento de este municipio tras la situación de confinamiento a que obligó el Covid 19, puesto que antes de esta pandemia alcanzaban el centenar, y también muchos de los asiduos a pasar la mañana del domingo en la villa mariana.

Leonora Castellano, su marido, y su hijo Norberto Lezcano habían realizado todas las compras a las doce del mediodía. "Pan, chorizo y un crucifijo, eso lo que nos llevamos", señalaba Leonora, mientras que su hijo aclaraba que el crucifijo era para él porque se ha comprado un coche nuevo, y quería mantener su costumbre de llevar este símbolo religioso en su vehículo. En la plaza de Sintes, donde ahora se localizan los puestos de ropa, gorros y pulseras, porque los de productos de la tierra y objetos religiosos se han reubicado en el entorno de la Basílica, esta familia de la capital grancanaria buscaba donde tomar un refrigerio sobretodo porque el sol, el bochorno, y la mascarilla obligaban a coger resuello a la sombra. A pesar de la reducida afluencia de público, algo extraño en cualquier domingo del año en Teror, Leonora reflexionaba que "para la situación que estamos viviendo, por lo menos hay puestos para que todo se vaya moviendo, y los que viven de los mercadillos vayan escapando".

Para dar un solo un paseo se acercaron desde Telde Águeda Pérez y su pareja Pedro Guadalupe. Desde que comenzó la pandemia no habían hecho esta visita a Teror, y por eso decidieron que ayer tocaba.Fue breve, un recorrido por el casco y un bocadillo de chorizo para compartir. "Nos vamos ahora mismito" señalaba ella, sin detenerse más que para guardar el cambio que le dió el vendedor del puesto de pan, variada bollería, y por supuesto, chorizo.

"Esto no es lo que era antes, pero menos haces si te quedas en casa" confesaba Lucia Jiménez, una de las veteranas de este mercadillo adonde lleva acudiendo 22 años. "Y no vengo más días porque no me dejan", añadía. Ubicada justo en la trasera de la Basílica, y ante una amplia variedad de exquisiteces como queso, aceitunas, pan, miel, y productos de repostería de su municipio, Tejeda, apuntaba que "Teror siempre tiene gente porque ya sea por comprar algo o por ver a la Virgen, la gente viene". Además, insistía en que aunque se notaban menos visitantes, "nadie se va con las manos vacias", y por ese motivo tenía claro que iba a permanecer allí mientras hubiera visitantes. Aprovechó para elogiar la gestión municipal tanto por los nuevos toldos como por la organización y control que llevan sobre el mercadillo. También puso de relieve el comportamiento y el civismo que está manteniendo el público ante esta crisis sanitaria, sobretodo con la utilización de la mascarilla y respetando la distancia a la hora de acercarse a sus negocios.

Desde su puesto de frutas y verduras, con una mejor posición, en esquina, tras la última reubicación que hizo el Ayuntamiento, Arístides Falcón declaraba abiertamente que "la cosa está flojilla". Aunque admitía también que un domingo de agosto no es de lo que más caja suele hacer, puesto para eso hay que esperar al Pino, remarcaba que se nota que "todavía la gente está asustada y no está saliendo mucho de la casa."

No menos optimista, y hasta menos esperanzado, se mostraba José Ramón, un vendedor de turrones con más de dos décadas dedicado a ir de fiesta en fiesta por los municipios de la Isla. Daba por hecho de que el calor era una de las causas de que la villa mariana estuviera ayer tan poco transitada, pero incidía en que "la situación con el coronavirus está muy fastidiada, y como la gente no se lo tome en serio vamos a ver si esto no empeora para El Pino". Además, explicaba que su clientela lo forma el visitante de más edad, porque los jóvenes sólo compran pan y chorizo, y dado que esas personas salen menos por la pandemia, pues él apenas vende un turrón. Cada vez que hablaba José Ramón sentenciaba sobre la realidad del momento. "La cosa no camina, la Iglesia si camina porque dominan las creencias" puntualizaba mirando hacia la entrada de la Basílica.

De hecho, David Lara, vendedor de sombreros y pulseras que acude también al mercadillo de San Mateo señalaba que la Virgen moviliza más gente a Teror.

Sin embargo, en el templo también notaron ayer un descenso en la afluencia de fieles. José Brito, encargado de poner orden en la entrada a la Basílica, y que se cumpliera con todas las recomendaciones sanitarias decretadas por la pandemia, lo corroboraba con datos. "Hoy es el primer día en que la cola para acceder a visitar a la Virgen del Pino no llega hasta esa casa verde de la Calle Nueva", decía. En su opinión, la ola calor desanimó a muchos fieles a realizar la visita a su patrona, puesto que ayer fue el único día desde mayo en que se ha roto la tendencia de esperar en fila un ratito.

La visita desde la localidad de Cardones, en Arucas, le resultó bastante cortita a Carmen Castellano. Entró con la idea de asistir a la misa de doce de la mañana, y como no se celebran funciones religiosas a esa hora, a raíz de la pandemia, explicaba, tras hacer la breve entrada al templo, que entonces volvería otro día.

Y como hacía tanto bochorno, y sensación de ahogo que elevaba en unos grados la mascarilla, la familia de Jéssica Rodríguez, formada por su marido, su padre, su suegro, su hijo y su sobrina, optó por tomarse primero un refresco en una terraza, y ya después acercarse a ver a la Virgen. Relataba Jéssica que entre sus costumbres dominicales figura acercarse hastaTeror para pasar la mañana, lo que incluye el recorrido por el mercadillo y la entrada a la Basílica, pero que desde que se produjo el confinamiento el pasado mes de marzo habían dejado de hacerlo. Y sin pensar en las temperaturas, ni en ninguna alerta por incendio forestal, ayer esta familia de la capital grancanaria volvió a repetir el mismo plan de un domingo cualquiera: visitar a Teror.