Silencio. Eso fue lo que reinó ayer en La Aldea de San Nicolás, después de que la pandemia obligará a cancelar la Fiesta del Charco, que suele congregar miles de personas, en especial las familias cuyos miembros han migrado a otros municipios y que acuden al reencuentro con sus seres queridos con el fin de participar juntos en el ritual de baño y pesca.

La soledad reina en las calles, aunque unos pocos vecinos tratan de mantener el ánimo en el pueblo y acuden a visitar la playa también como pretexto para acercarse a El Charco y añorar esos momentos en los que todos los vecinos se juntaban a esperar que el alcalde, Tomás Pérez, hiciera sonar el volador con el que se da el pistoletazo de salida para dar comienzo a la entrañable tradición de origen prehispánico. Un letrero que prohibe bañarse en sus aguas, que ayer tenían curiosamente la forma de un corazón, hace que los residentes se den un golpe con la realidad, pero también con la responsabilidad y la esperanza de que vengan días mejores.

"El mundo quizá estaba necesitando esta pausa", señala con resignación la aldeana Rocío Araña. Y es que a su juicio la falta de visitantes ha dado un respiro a la biodiversidad marina del municipio, así como de reencontrarse con la naturaleza. Ella recuerda acercarse al humedal de La Marciega al finalizar el confinamiento y escuchar los cantos de las aves. Una opinión con la que concuerdan varios vecinos es la de Maite Suárez, que afirma que, aunque "es una pena que no podamos celebrar nuestras fiestas, lo primordial es cuidarse y respetar las normas de seguridad".

Alejandro Armas vive a un lado de La Playa de La Aldea desde que tiene uso de razón. La cancelación del Charco no es algo que le quite el sueño, ya que espera poder celebrarlas el próximo año de una mejor manera y con mayor entusiasmo. "No estamos acostumbrados a que no se celebren las fiestas patronales, pero la vida sigue, hay que adaptarnos y ya luego la haremos doble", reflexiona a la vez que enfatiza en que la unión familiar es la mejor manera de festejar. "Consumir aquí y disfrutar de nuestro pueblo es lo mejor que podemos hacer en este momento", asevera Armas.

El silencio ensordecedor es inusual para los aldeanos que están acostumbrados a escuchar música y ver a la gente celebrando. Para Antonio Valencia, de 79 años, ha sido "una desilusión grande" porque es una fiesta que trae muchos recuerdos y reúne a familiares y amigos, una celebración a la que nunca faltó, ni siquiera cuando estuvo en el cuartel militar. "No tenemos más remedio que aguantar, porque lo más importante es la salud", expresa con tristeza. "Hoy -ayer para el lector- es un día triste, comeremos cualquier cosa, no habrá platillos especiales ni nada que nos dé ilusión".

El muelle se encontraba solitario, distinto a los años anteriores, sólo le acompañaban unos bañistas residentes de la zona y de otros municipios de la Isla. "Son las 12.00 horas, en este momento estaríamos escuchando a la Banda de Agaete, estaría repleto de gente bailando", narra afligida Francisca Álamo. "Es una tristeza, es una tradición que seguimos desde pequeños y ahora nos sentimos extraños al no poder cumplirla", apunta la vecina.

Corina Alonso, tras jubilarse, se mudó a la capital grancanaria, sin embargo, acude casi todos los días a su pueblo natal y por primera vez en su vida ve como sus fiestas patronales se ven frustradas. "Tengo el corazón súper encogido, pensé que a la playa vendría mucha gente aunque sea para bañarse y darse el chapuzón aquí pero ni eso ha pasado porque yo creo que tienen tristeza. En el pueblo hay muy poco movimiento, algo que es impensable porque somos muy alegres", resalta. Su manera de cumplir con sus tradiciones ha sido acudir a las misas, participar en la ofrenda al patrono San Nicolás de Tolentino y pedirle que se mejore la situación sanitaria. "Mi esperanza es poder celebrar el año que viene", revela Alonso.

Hay gente que suele pedir sus días libres en estas fechas para poder acudir a las Fiestas del Charco, pero esto no solo lo hacen los nativos de La Aldea, sino también personas de otros municipios que han quedado maravilladas con las bondades de la localidad y de su gente. Es el caso de Modesto Carreño, un vecino de Telde que desde 1979 acude al pueblo para participar en sus fiestas patronales. "Yo vine aunque no se celebre nada porque ya es una tradición para mí, yo pido las vacaciones para estás fechas y poder estar mucho tiempo porque aquí desconectó de todo", apunta. Este año el hombre de 59 años tenía planificado pasar diez días en el municipio, pero tuvo que conformarse con siete. "Esto está solitario y triste", lamenta Carreño.

"Frustración" es lo que siente Elvis Segura, que narra que su familia "siempre" ha resultado ganadora en el concurso de pesca de la lisa. "Es una tradición que va de generación en generación, ya tenemos a los sustitutos, una banda de música y nos hemos preparado durante un año para las fiestas", explica. "Nosotros enseñamos a los jóvenes a participar, siempre haciendo énfasis en el respeto hacia las personas y con el objetivo principal que es convivir y demostrar que esta tradición ancestral hay que mantenerla", reseña.

Algunos parientes del aldeano no han podido acompañarlo ni en las comidas familiares, ya que prefieren no ir al municipio por respeto al coronavirus. También resalta que desean un turismo distinto, de calidad y respetuoso con la naturaleza. A su patrono le pide agua para conservar el entorno verde.

El impacto económico también ha dejado huella en el municipio. En el restaurante El Chozo, que ya tiene diez años y que está situado junto al Charco, ha mermado un 80% el consumo. "Después del confinamiento no hemos podido coger el rumbo, esto está malísimo. Esto nos da impotencia, pero hay que cuidar la salud, que es lo primero", asiente con tristeza su dueño, José Manuel Rodríguez. "Cada 11 de septiembre se hacía la ganancia suficiente para cubrir las pérdidas de invierno", concluye.

El coronavirus ha dejado estragos a nivel mundial, pero en este pueblo la tristeza de no cumplir con sus tradiciones ha servido de reflexión y ha hecho que sus habitantes lo valoren y lo cuiden mucho más. Su gente está llena de valentía y amor, por lo que podrán salir de esta adversidad y volver a ser un lugar de grandes reencuentros.