"Cuando el Charco coincide en domingo se suele decir que viene más gente, pero yo he estado aquí más de cuarenta veces y jamás lo he visto tan lleno". Lo dice Teodoro García Tovar, del barrio aldeano del Piquillo, asombrado por la cantidad de visitantes a las fiestas. El alcalde, José Miguel Rodríguez, que ayer se estrenó en el lanzamiento del volador, también se sorprendió por la multitud que llenó cada rincón de la playa de La Aldea y admitió que prefiere un Charco "más familiar".

El Ayuntamiento había previsto unas 20.000 personas, pero a las cinco de la tarde, hora del chapuzón para la pesca de la lisa, esa cifra se había superado con creces. Pese a las aglomeraciones durante todo el fin de semana, las fiestas transcurrieron "con total normalidad", según informó Víctor Suárez, concejal de Cultura y Festejos, que se ha propuesto darle un giro a la celebración del Charco para que se respete la tradición de tirarse al agua con la vestimenta que cada uno usa a diario, no con trajes típicos, disfraces, camisetas con publicidad o bañador.

Todavía no lo ha conseguido, pero ayer hubo más gente encorbatada que en años precedentes y jóvenes ataviados con los trajes tradicionales de la pesca o la labranza. También se aguza el ingenio a la hora de fabricar los útiles de pesca, cestas de todo tamaño para ver si hay suerte y se coge un lebrancho o la escurridiza lisa. A veces es más fácil que el pez entre en un bolsillo del pantalón que en la gueldera, con el correspondiente susto para el afortunado pescador. Víctor Suárez recordó que esa es la esencia de la fiesta, no el simple baño.

Con mayor o menor respeto, las orillas del Charco ya rebosaban quince minutos antes del volador, hasta el punto de que algunos veteranos se lo pensaron dos veces antes de mezclarse entre la multitud. A las cinco menos diez se oyeron a lo lejos los primeros acordes de la Banda de Agaete y ya nadie dejó de bailar, brazo en alto, hasta el lanzamiento del volador. Este año fue algo caótico e incluso algún minuto antes de la hora oficial.

Los más atrevidos entraron en la primera tanda, las más atropellada por la cantidad de personas que buscaban su medio metro cúbico para zambullirse. O al menos meter la cabeza en el agua durante unos segundos. En una segunda oleada entraron los que tienen promesa pero no están dispuestos a correr para llegar el primero. Y por último cayeron los dubitativos y remisos, que mientras vacilan en la orilla son alzados en volandas y lanzados de cualquier manera al agua. Después, todos al mar a quitarse el barro.