Gran Canaria cuenta con un total de 155 dromedarios de raza autóctona, que se utilizan sólo para realizar excursiones con los turistas por las Dunas de Maspalomas o el barranco de Arteara. Estos ejemplares se localizan en dos explotaciones ganaderas de San Bartolomé de Tirajana. La más numerosa es la de Juan Jiménez, con 120 cabezas, que están repartidas 50 en Maspalomas y 70 en un criadero en Fataga, mientras que la de Orlando Galindo, en Arteara, tiene otros 35 ejemplares de raza que ha sido registrada como camello canario. Aunque alimentarlos no supone un importante desembolso económico, pues "comen la mitad que una vaca", según señala Jiménez, que lleva desde 1977 dedicado al cuidado de estos animales, su productividad está muy a expensas del negocio turístico. Tal es así, que este ganadero explicaba ayer en Maspalomas que debido a la crisis del sector turístico se ha tenido que desprender de más de un centenar de cabezas, pues hace unos años llegó a tener 250 y ha vendido muchos de sus camellos a Holanda, Bélgica o Italia.

La procedencia de los dromedarios que conforman la cabaña de Gran Canaria es muy variada. Si bien casi la mitad de estos animales han nacido en la Isla, el resto son originarios de África, Fuerteventura, Lanzarote y Tenerife. En este sentido, Eladio Ramos, que cuida el ganado de Arteara, explicó que en esa explotación apenas hay tres ejemplares de África, y son los de más edad debido a que desde hace años no se pueden importar del continente vecino. Con todo, la mayor, Luna, con 27 primaveras, nació en esa finca de Arteara, donde el más joven tiene un mes.

Renovación

Entre 3.000 y 4.000 euros cuesta un dromedario y el principal centro de suministro se localiza en La Lajita, en Fuerteventura, aunque también se comercializan en Lanzarote y Tenerife. "Hay que traer animales de otras Islas para renovar la sangre porque entre los de la misma familia se estropea", explicó Jiménez.

A los cuatro años comienzan a trabajar en las excursiones turísticas estos animales, que desconocen las labores de labranza a las que se dedicaban sus antepasados. Por doce euros, los adultos, y ocho, los niños, se puede disfrutar de un paseo por las Dunas o por el barranco. Estos animales que llegaron hace varios siglos de Berbería, como recuerda el veterinario Pascual Calabuig, quedan así para siempre en las fotografías de los turistas. Según Eladio Ramos, hasta 35 años suelen vivir estos, si bien una década antes empiezan a mostrarse muy fatigados y los retiran hasta que mueren.