Subí al pinar y dejé sentada a la Pacoya en la plaza". Paqui Pacoya Cruz está embutida en el cortinaje de su papagüevo a las doce del mediodía, después de regresar de Tamadaba adonde subió desde la noche anterior con otros trescientos romeros a buscar los gajos de poleo, pino y laurel. Es la segunda mujer, dice, tras la norteamericana Maggie, que tiene papagüevo propio en Agaete y ayer lo lució a lo grande en la rama chica de San Pedro.

"La Pacoya soy yo, y el papagüevo fue un regalo de cumpleaños, una sorpresa enorme, de mi hermana Merci Cruz", allí presente y orgullosa del parecido.

Hasta el lunar es igualito, bueno era, porque Paqui se lo quitó y ahora quedó en el cabezudo el recuerdo de su marca, según explica mientras por la cancela del camino que baja a plomo de los pinares de Tamadaba, comienza a llegar hacia el valle una especie de biomasa andante con charanga de fondo.

La Madelona, Soldado español, Ni se compra ni se vende, Campeón... René Santana, con 18 músicos en formación de la Banda de Agaete, ya tiene las bembas palpitando después de tocar desde las diez y media de la mañana. "Para mí la fiesta de San Pedro es, ¿cómo decirle?, la rama en estado puro".

Algo tiene de prosa la cita, porque poco después Cruz también se largaba otra sentencia: "Esto viene a ser un crisol de valores, ni niño". Ha pasado una hora y aquel bosque sigue andando, a velocidad de crecimiento vegetal, pero andando.

Los romeros llevan en ese momento unas 16 horas de trajín, después de subir desde las ocho de la tarde anterior, cuando toca la retreta y se despide a la comitiva que va a partir hacia la cumbre. Van chicos y grandes, sobre todo grandes, que explican a los nuevos cómo cortar los gajos, cómo hacer los hatos para no sacarle un ojo a un compadre, o la toponimia de los recovecos: "El manantial de La Gotera, La Era de Berbique, El Mirador, La Entrada...", según hace memoria Saray Garrán, de 25 años, con su ramón al hombro.

Saray acaba de llegar pero está fresquita del tiempo: "Es que me puede más la tradición". Y la maña, porque lleva desde los 8 años subiendo con el único combustible de unas cebollas crudas, tomate, caldito en La Era, berberechos, algún tanganazo y el agua de La Gotera, "que es donde repostamos".

Otra hora más. Ahora se distinguen hasta cabezas dentro de la selva que asoma al valle y salen en tromba a pleno rendimiento La Banda de Guayedra, que le hace el relevo a la de Agaete y se saca una muestra de la artillería de papagüevos que guarda la villa: Cristo, Chachá, Maggie, Pitti y por supuesto la flamante Pacoya, todo bajo un solajero directo que rebrilla contra las ramas.

Los chiringos no dan abasto a medida que sube el enrale. A la plaza del valle empiezan a llegar los hatos, algunos tan grandes y frondosos como el propio mato del que se desgajaron.

San Pedro es un santo valiente y apostado en el zaguán con los ojos fijos a lo que se le viene encima no se mueve ni un milímetro. Al poco, desaparecen él y hasta la ermita entre la selva.