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Los obispos entran por la puerta de Teror

La Villa espera próximamente al nuevo obispo, José Mazuelos, para cumplir con la tradición de sus antecesores y entrar en la casa de los canarios por su puerta principal

Francisco Cases recibe un cuadro de la Virgen del Pino en su primera misa como Obispo en 2006.

Tal como reza la Novena que Hernández Zumbado escribiera en honor a Nuestra Señora del Pino en el siglo XVIII, “nuestros padres nos han dicho…” que en las ramas del Santo Árbol la leyenda, nublada de conquistadores y canarios, situó la aparición de la Imagen de la Patrona y que fue Juan de Frías, aquel obispo defensor de los aborígenes, quien la mandó bajar del Pino y sentó con ello la conformación de uno de los distintivos más significativos de la identidad de Canarias.

Aunque está documentalmente probado que Frías no estaba aquí por aquellas fechas nada importa. El sentimiento supera con creces la realidad.

Leyenda o tradición, lo que es incuestionable es la estrecha relación que todos los que han ocupado la cátedra episcopal de Canarias han tenido con la Virgen del Pino, la Villa de Teror y la historia de una devoción que supera con creces, sin llegar a ser un hecho profano, lo meramente espiritual. Esa larga lista ha sufrido por supuesto los avatares de la historia del archipiélago: invasiones, hambrunas y epidemias probaron durante siglos el talante de muchos hombres que, movidos por su vocación evangelizadora, atravesaban el mar y se asentaban en este último trozo de civilización que en mitad del océano era, a la vez europea y africana, una tierra de demostrada devoción y fe. Y junto a ellos, siempre apareció Teror, sus gentes y la devoción a María.

Y con el paso de los siglos, la Villa se fue poco a poco convirtiendo en la puerta de entrada, el mejor pórtico al corazón de los grancanarios; y por el corazón se entraba en los sentimientos y por los sentimientos la Diócesis entera se siente representada cuando un obispo llegaba desde otras tierras y las primeras que aquí pisaba eran las del Valle de María en las medianías de la Gran Canaria.

Pese a que son innumerables los datos que atestiguan su presencia y preocupación por el lugar donde se daba custodia a la más venerada Imagen de María en la isla; lo cierto es que no sería hasta el siglo XVIII cuando dos obispos sucesivos, Fray Valentín Morán y el Cardenal Francisco Delgado y Venegas, asentaron con la construcción de la actual Basílica más firmemente una relación que no ha hecho más que aumentar y afianzarse desde entonces. Años más tarde sería otro obispo, don Antonio Martínez de la Plaza, el que, con fondos eclesiásticos, mandara empedrar todos los alrededores del templo, en beneficio de los terorenses y de los que a la Villa se acercaban; el ilustrado Antonio Tavira y Almazán depuró aún más la veneración a la Virgen del Pino, mandando retirar del culto la imagen de Nuestra Señora del Rosario.

El siglo XIX nos trajo la desamortización pero también la figura simpar del bienhechor obispo Buenaventura Codina, que junto a su humanidad sin límites y constante preocupación por los canarios hizo venir a nuestra isla a San Antonio Mª Claret, que en Teror supo palpar el trasfondo profundamente cristiano de los canarios y que hoy en día, junto a la Virgen ante la que misionó, es copatrono de la Diócesis; el catalán Fray Joaquín Lluch restauró y mejoró la residencia veraniega terorense y la dotó de la espléndida portada central donde su escudo en piedra da fe de la autoría.

Los aires revolucionarios decimonónicos nos trajeron al gaditano José María Urquinaona, que será siempre recordado por la Peregrinación con que quiso y logró recuperar fervores perdidos en la vorágine histórica del siglo diecinueve y por el Vía Crucis con que quiso destacar la Villa Mariana, “centro y luz de Gran Canaria” y que él mismo recorría descalzo durante los años que ocupó el obispado hasta que fue trasladado a Barcelona. Visitando su camarín el 12 de octubre de 1879 al ver el tesoro de la Virgen dijo que todo aquello demostraba “la gran piedad de los fieles y la extraordinaria devoción que, desde antiguo, profesaban a la Santísima Virgen bajo la advocación del Pino”

Casi finiquitando la centuria, un nuevo prelado andaluz, don José Pozuelo y Herrero dotaría a Teror, con su empeño y el total y desinteresado apoyo de los terorenses de entonces, de una de las obras arquitectónicas que más relevancia tiene en el actual Recinto de la Villa: el Convento del Císter.

El edificio fue la compensación a la que se sintió obligado el obispo Pozuelo con las monjas exclaustradas en 1868 del Monasterio de San Ildefonso de Las Palmas y que se habían refugiado en Tenerife. Para ello no pudo encontrar lugar mejor que el valle terorense y desde 1888 da cobijo a esta comunidad religiosa que une aún más la devoción a la Virgen, el amor de los obispos por ella y la total entrega de las gentes de este lugar a lo que éstos decidieran como más apropiado para el pueblo.

El siglo XX comenzó con dos obispos que terminaron por completar todos los elementos necesarios para que la Virgen del Pino y el lugar que la custodiaba se convirtieran, ya intrínsecamente unidos, en el símbolo por antonomasia del fervor canario en la isla: la coronación Canónica de la Imagen en 1905 y su declaración como Patrona Principal de la Diócesis en 1914 hicieron del José Cueto y de Ángel Marquina dos ejemplos nítidos de esta relación secular que aquí exponemos.

La primera bendición papal que podía impartir como obispo de la Diócesis el primero de ellos fue en la Catedral de Santa Ana, pero la segunda, tal como consta en el Libro de Mandatos en su folio 54, fue en Teror el 27 de septiembre de 1894, donde estaba la que él consideraba “la iglesia por tantos títulos preferida”. El día 30 de agosto de 1896 regaló a la Virgen del Pino su Cruz y su anillo pastorales de amatistas y brillantes, que aún luce en las grandes ocasiones como recuerdo y honra de aquel obispo que tanto la veneró. Y culminó como no podía ser menos en muestra de amor de una persona como el obispo Cueto.

La víspera del día de la Natividad de Nuestra Señora de 1905 anunció a la Gran Canaria que el suceso tan ansiado de la Coronación de la Virgen del Pino había llegado. Y al mediodía de aquel 7 de septiembre de 1905, la voz del Obispo José Cueto y Díez de la Maza revestido de pontifical anunció después de mostrar las coronas al pueblo con tono solemne desde la puerta principal del templo de Teror a los más de treinta mil canarios que aquel día asistieron a la ceremonia, las palabras establecidas por la fórmula del Ritual, y repetidas según coronaba a al Niño y a la Virgen:

“Así como eres coronado en la tierra por nuestras manos, así merezcamos ser coronados por Ti en los cielos de gloria y honor. Así como eres coronada por nuestras manos en la tierra, del mismo modo merezcamos ser coronados de gloria y honor por Cristo en los cielos”

El cariño de Marquina

El siguiente obispo, Marquina, se preciaba de ser llamado “el primer terorense” e hizo del Palacio Episcopal de la Villa su segunda casa. Era don Ángel Marquina y Corrales (nacido en Huidobro, Burgos, en 1859) uno de los obispos de los que han regido nuestra diócesis que más unidos han estado a la Villa y sus afanes. La razón primera con que hace más de 100 años y recién llegado a la isla comenzó esta sentida y singular relación con Teror fue su propuesta de declaración de la Virgen del Pino como Patrona Principal surgida del cariño profundo que siempre profesó a su Diócesis, a Teror, y, sobremanera a Nuestra Señora del Pino desde un primer momento. Aquel obispo natural de Burgos persistió en sus querencias terorenses y así dos años más tarde consiguió también la declaración del Santuario del Pino como Basílica Menor.

Y fue precisamente ese año, la tarde del 2 de febrero de 1916, cuando como muestra de agradecimiento del pueblo terorense, tras la Pontifical presidida por él mismo y asistencia de los sacerdotes de toda la isla y comisión del Cabildo Catedral, don Ángel con los hombres y mujeres de la Villa y sus autoridades, descubrió la lápida que desde entonces da nombre a la calle que discurre por la fachada al Naciente de la Basílica. La crónica dejó constancia de la emoción del momento con estas palabras: “Su Ilustrísima entonces, para dar, conmovido, las gracias por el homenaje, pronunció uno de los discursos más bellos e inspirados que le hemos oído”.

Esta calle tenía entonces una peculiar fisonomía que le daba el discurrir en casi toda su longitud el muro construido sobre 1810, en una de las muchas obras de consolidación de los alrededores del edificio con la intención de paliar su progresivo deterioro que mantuvo en vilo a la clerecía terorense durante más de dos siglos.

Es calle seductora y, junto a la Plaza de Nª Sª del Pino, la calle de la Iglesia Chica y la Alameda, forman el perfecto marco que desde el siglo XVIII -momento de su configuración- da cobijo, resplandor y vistosidad al mercadillo dominical y a las festivas celebraciones con que cada septiembre la diócesis mueve honor y fiesta a su Excelsa Patrona.

Los aires revolucionarios decimonónicos nos trajeron al gaditano José María Urquinaona, que será recordado por la Peregrinación con que quiso y logró recuperar fervores perdidos en la vorágine del siglo diecinueve

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El año de comienzo de la Guerra Civil sería nombrado obispo de esta tierra el vasco don Antonio Pildain, que no desmereció en absoluto esta unión de los prelados con Teror. En Teror firmó muchas de sus controvertidas pastorales, en Teror pasaba largas temporadas; aquí convalecía cuando Franco visitó la Basílica en 1950 y aquí encontró siempre apoyo a sus no siempre acertadas campañas a favor de la moralidad de los canarios. Pildain puso esfuerzo y tesón para pulir en las fiestas del Pino cualquier manifestación que no fuera religiosa y ese empecinamiento fue el que hizo que la Romería creada y recreada por Néstor Álamo en 1952 llevara nombre y tintes de Ofrenda porque así lo quería el obispo.

En el jardín de su Palacio, el alcalde terorense Sebastián de la Nuez hizo plantar un ejemplar de caqui sabedor del aprecio que el obispo tenía por este exótico fruto, uno de las pocas veleidades que el asceta Pildain se permitía.

El Concilio hizo llegar al obispo José Antonio Infantes Florido, culto, investigador y preocupado por aplicar todos los cambios que la Iglesia había propuesto en el Vaticano II. Llegó a un acuerdo con el Consistorio para el uso cultural del que había sido durante dos siglos retiro sosegado de los obispos: su Palacio Episcopal que revertido en la actualidad a propiedad diocesana es marca señera y visible de toda esta línea de unión entre Teror y los obispos.

Ramón Echarren sirvió de pastor a la diócesis canaria durante etapas convulsas de profundos cambios en la sociedad isleña; sus homilías septembrinas servirán de antología de su completa entrega a la labor encomendada y Teror estará por siempre presente en ellas.

Francisco Cases Andreu, el sexagésimo octavo prelado que ha regido los destinos de la Diócesis del Rubicón y Canarias llegó como su sucesor, quien antes de que tomara posesión en la Santa Iglesia Catedral llegara a la Villa Mariana y orara ante la Imagen del Pino no fue más que una reafirmación de todo lo dicho. Su primera misa en la Basílica del Pino se celebró el domingo 29 de enero de 2006, tan sólo dos días después de que la oficiara en la catedral.

Las declaraciones de Cases no dejaban lugar a dudas de que la recepción en Teror, anfitrión por naturaleza y vocación, dejaban en su alma. El obispo afirmó que “la experiencia más dura para un sacerdote es el traslado, pero con esta acogida se toman más fuerzas para trabajar. Estoy asombrado por las palabras de cariño por parte del párroco, Manuel Reyes, y por todo lo que sucede en esta jornada. Gracias, gracias al Señor. Yo sabía que los canarios son muy cariñosos y acogedores, pero esto supera cualquier expectativa. Me alegro mucho y espero estar a la altura de los canarios”.

Y lo ha hecho. La Bajada de Nuestra Señora del Pino a Las Palmas de Gran Canaria en el 2014 y el extraordinario camino que emprendiera por decisión suya a través de todos los municipios afectados por el voraz incendio que arrasó nuestras cumbres hace un año lo acercaron como ninguna otra decisión que pudiera tomar al pueblo de su Diócesis.

Nos llega ahora José Mazuelos Pérez. Y en Teror se le espera. Su llegada a la Villa no será más que cumplir con honra la tradición de sus antecesores y entrar en la casa de todos los hombres y mujeres de Canarias por la puerta principal de sus hogares: la Basílica del Pino. Por ello todos sabremos compensar con amor lo que con amor a Nuestra Madre se iniciará.

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