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Delta, la tormenta que soltó al diablo

Tal día como hoy de hace quince años visitaba a Canarias una de las peores tormentas de su historia reciente | Su paso provocó pérdidas irreparables en las islas

Tres niñas observan con desolación el estado en el que quedó una finca de plataneras de Sardina del Norte, en Gáldar.

El viernes día 25 de noviembre de 2005 llega un reporte más sobre la agitada temporada de huracanes y tormentas que vive el Atlántico, y que por primera vez obligaba a los meteorólogos a tirar del alfabeto griego para nominar a cada uno de los sucesivos fenómenos. Sólo habían pasado cuatro meses desde que Katrina se llevara por delante el estado de Luisiana con mil muertos en su devastador haber en unas imágenes que dieron la vuelta al mundo. Todo esto aliñado por otro monstruo de ese año, el huracán Wilma, que dejó medio centenar de muertos en Cuba, México y Florida, convertido en el huracán más potente, y el décimo ciclón tropical más intenso del mundo de los registrados hasta esa fecha por los meteorólogos

El despacho de agencias llegaba desde Miami, en el que se advertía que la tormenta tropical Delta, de trayectoria errática y con vientos de hasta cien kilómetros por hora, amenaza con llegar a Canarias “el próximo miércoles” según las “proyecciones por computadora del Centro Nacional de Huracanes de EEUU (CNH)”.

Árboles derribados en la carretera del centro

Nacida en el Golfo de Guinea, la tormenta reculó en mitad del océano hacia el este, y no hacia la ruta esperada a las costas del Caribe, pasando desde ese mismo viernes día 25 a acercarse peligrosamente en la derrota de El Hierro, cuyo Cabildo se adelantó al Gobierno de Canarias en blindar la isla el domingo 27, mientras se dirigía a las islas a unos lentos pero seguros 30 kilómetros por hora. Poco después se declaraba la alerta roja en todo el archipiélago por lluvias de hasta 60 litros de agua por metro cuadrado en 12 horas, y unos vientos que se estimaban podrían llegar a los 150 kilómetros por hora en el Teide, y que se quedaron cortos. Muy cortos.

La tormenta causó siete víctimas mortales en aguas de Gran Canaria y en Fuerteventura

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En el amanecer del lunes se producía el primer cataclismo a 240 millas al sur de Gran Canaria, con el naufragio de una patera con 50 personas a bordo de las que seis fallecerían, mientras el viento y el mar azotaban con fuerza creciente las costas y el interior de las islas desde el oeste al este, de tal forma que en Fuerteventura y Lanzarote se preguntaban a santo de qué la alarma, mientras que en La Palma, El Hierro, La Gomera y Tenerife vivían su particular infierno, que al poco se hizo extensible a Gran Canaria a últimas horas de la tarde. El diablo estaba suelto. Desarretado.

En La Palma el anemómetro registraba una racha de 152 kilómetros por hora, con vientos sostenidos de 98 kilómetros por hora. Apuntes similares se producían en El Hierro, con máximas de 136 kilómetros por hora, mientras que en el norte de Tenerife alcanzaban los 147. A medida que se iba abriendo paso por la Comunidad aflojaban, de ahí las rachas de 102 kilómetros en Gran Canaria o de 91 en Fuerteventura. Pero la absoluta se batía en el Teide: 248 kilómetros por hora, récord nacional imbatido y que no fue más, según se apuntó en su momento, porque el anemómetro colapsó.

El catálogo de incidencias fue interminable con miles de pasajeros en tierra, el amarre de embarcaciones y el hundimiento de un remolcador aplastado como una hoja de papel en el puerto de Santa Cruz de Tenerife por el ferry J. J. Sister. En la capital palmera una mujer quedó herida de gravedad por la caída de una palmera. Decenas de carreteras quedaron cortadas por desprendimientos en El Paso, Tazacorte y Llanos de Aridane. Igual ocurría en El Hierro, en Tenerife, en La Gomera.

Barcos tirados en el suelo en el varadero del Puerto de Mogán.

Luego llegaría el turno a Gran Canaria con la caída de la noche. La vertiente norte amanecía aplastada por la bota de un gigante en sus invernaderos y cultivos. La Aldea, Moya, Firgas, Gáldar, Guía y Agaete eran intransitables por sus vías. Pero faltaba algo más. El Dedo de Dios, el monolito que exhibía la villa marinera como un milagro de la geología quedó partido por su falange quedando lo mutilado destrozado bajo el mar.

En el suelo de toda la vertiente norte, así como en el centro, desde Valsequillo a Tejeda pasando por San Mateo y Santa Brígida, se sucedían los árboles partidos, las farolas destartaladas, los restos de la decoración navideña en plena ruina. En el sureste borró del mapa las fincas tomateras, en esos momentos se encontraban en el grueso de la zafra, “con pérdidas irreparables”, mientras que en el sur, en localidades como Mogán enormes barcos varados se desplomaban, los locales comerciales eran anegados por el agua del mar y se repetía el mismo desastre general en el mobiliario y en las infraestructuras, con pérdidas de de decenas de millones de euros.

En Izaña se registró una racha de viento de 248 kilómetros por hora, récord nacional imbatido

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Pero aún quedaba una séptima víctima mortal. En Fuerteventura una persona salía volando desde su azotea arrastrada por el viento, con resultados fatales.

A medida que se hacía el recuento una vez pasados esos días de infierno se evaluaban más daños, como la caída del sistema eléctrico de Tenerife que tardó días en recuperar, o el erial en el que se convertían cultivos y explotaciones de buena parte de Canarias, “una visión dantesca”, como la calificaba el portavoz de la Coag, Rafael Hernández y que ha colocado al Delta en el imaginario isleño como una de sus peores pesadillas climatológicas.En la imagen superior tres niñas observan con desolación el estado en el que quedó una finca de plataneras de Sardina del Norte, en Gáldar. Debajo a la izquierda árboles derribados en la carretera del centro y barcos tirados en el suelo en el varadero del Puerto de Mogán. |

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