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Una súper mujer de 106 años

Agustina García ha sobrevivido al hambre, a la guerra y ahora a la pandemia | Es la persona más mayor de la zona Sur de la Isla

Una súper mujer de 106 años LP/DLP

Las risas de Agustina son contagiosas y explosivas. Casi en un pestañeo pasa de un estado de impasibilidad total a carcajada limpia, sin saber nadie qué es lo que le ha hecho reír. Los que se encuentran con ella no pueden evitar sumarse al espectáculo cómico, aunque desconozcan cuál es la causa. Son los recuerdos que le rondan en la mente, que ha cosechado durante más de un siglo y que asoman cada poco tiempo por su cabeza para mantenerla feliz. “Todo lo que tiene que contar daría para escribir un libro”, expresa Paqui González, una de sus hijas. Para más de uno sería más justo, teniendo en cuenta que ayer cumplió los 106 años.

Es la mujer más mayor de la zona Sur de la Isla, según han podido investigar. Sus familiares expresan sorprendidos la capacidad que ha tenido de superar tantos episodios duros durante su larga vida; la pobreza y el hambre cuando apenas era una niña; la guerra civil; la muerte de varios hijos y de su marido y ahora la pandemia. “Es una mujer muy fuerte”, señalan con total convicción. Y no hay más que verla para confirmarlo. A pesar del dolor que siente en las rodillas y de la falta de audición, que obliga a los que la rodean a hablar con un tono más alto de lo normal, admite que se siente bien. La pena de este año es no poder celebrar ese aguante en condiciones. “Siempre nos hemos reunido todos los familiares para hacerle una gran fiesta, pero ahora con el coronavirus no podemos hacer nada muy especial”, señala con tristeza su hija.

En condiciones normales estarían todos reunidos en el pequeño cercado que tienen frente a la vivienda. Sus seis hijos, sus 36 nietos y 28 bisnietos podrían estar presentes (por lo menos en su mayoría) y no faltaría los miembros de alguna parranda que se acercasen para ambientar la celebración. “A mi madre le encanta la música folclórica, escucharla y también cantarla”, asegura González, a la par que Agustina anuncia de pronto y sin reparo alguno: “Voy a cantar una malagueña”. El salón se inunda de su voz alegre, a la que le siguen los aplausos de los presentes. “Siempre me contaba que cuando era joven y trabajaba por la noche en las tomateras, el encargado le pedía que cantara para que el personal no se quedase dormido”, añade su hija.

"Yo me siento bien, creo que si Dios todavía no me ha llevado con Él es por alguna razón", asegura la centenaria.

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“Empecé a trabajar con 17 años”, recuerda la centenaria. Fue una de las cientos de mujeres del Sureste que trabajaron en la zafra; moviéndose por más de 20 almacenes de decenas de localidades de la Isla, entre las que nombra Puerto Rico, Arguineguín, Maspalomas, El Tablero y Telde. “Se salía a primera hora y se llegaba bien entrada la noche, sobre la una de la madrugada”, explica la señora, que en muchas ocasiones caminaba más de una hora de noche para llegar hasta la casa. “No había luz, en invierno llovía y cuando llegaba tenía el vestido totalmente empapado; me lo quitaba para dormir y a la mañana siguiente me lo ponía húmedo porque era lo que había”, rememora. También recuerda los almuerzos en el suelo con sus padres, comiendo lo que hubiera, que en muchas ocasiones solo era solamente tomate, que mojaba en gofio y azúcar.

“Mi madre nunca guarda comida para varios días, siempre come todo fresco; dice que bastante hambre pasó en su infancia, que no quiere volver a racionar”, asevera González. Este fue uno de los muchos momentos complicados a los que ha tenido que enfrentarse. Los siguientes sucesos tienen que ver con la muerte de sus niños. En total tuvo 15 hijos, pero las circunstancias de la vida sólo permitieron que creciesen siete. “Hace 15 años que murió mi hermano Agustín, que vivía justo al lado y era el que más tiempo pasaba con ella; fue un disgusto muy grande que todavía le pesa”, añade la familiar, que sostiene que en ese momento la familia llegó a pensar que no duraría mucho tiempo más viva por el disgusto que le entró. En general las pérdidas son lo que más afectan al estado anímico de la señora. “Cuando recuerda a mi padre -que murió hace unos 40 años- siempre se echa a llorar, dice que aunque solo fuese por pelear le hace mucha falta”, asevera.

En todo este tiempo no ha sufrido de enfermedades graves, ni apenas ha tenido que tomar medicación para mantener las energías. “Sólo se toma una pastilla para la circulación”, aseveran sus allegados, que por otro lado recuerdan su increíble recuperación tras romperse una costilla tras una caída hace apenas dos años, con 104 años de edad. “Sufrió muchísimo en el momento, pero se recuperó y aquí sigue”, recalcan con emoción. “Si sigo aquí es porque Dios lo quiere así y por algo será”, puntualiza la señora, que no es la única de la familia con aguante. Dos de sus hermanas siguen con vida; Candelaria, con 100 años recién cumplidos, y Josefa, con 96.

Maldecir al bicho

Agustina ha vivido los meses de confinamiento sorprendida por la situación. “Se ha preocupado muchísimo con la cantidad de caja de muertos que ha visto por las noticias”, sostiene su hija. “Maldito bicho, que limpieza está haciendo”, es la frase que la señora utiliza cuando se entera de la cifras de personas fallecidas a causa del coronavirus. Por su parte, la familia ha tenido extremo cuidado para evitar contagios. “Mi hermano estuvo encerrado en la casa con su mujer y mi madre durante cinco meses, saliendo muy poco y solo para ir al supermercado”, asegura. En las últimas semanas han ido aflojando el confinamiento, para poder realizar alguna que otra ruta y tomar algo por las terrazas. “Eso es algo que me encanta, ir a comer calamares”, confiesa.

Finalmente, la súper mujer, como debería apodarse, pudo celebrar modestamente su cumpleaños con sus familiares más cercanos. Igualmente no faltaron las visitas rápidas al domicilio por parte de amigos y vecinos que querían saludar a la centenaria. Ana Hernández, alcaldesa de Ingenio, tampoco perdió la oportunidad de acercarse para entregarle un ramo de flores y felicitarla; un detalle que efectúa cada cumpleaños, desde hace ya algunos años. “También venía Juan Díaz cuando estaba de alcalde; mi madre hablaba tanto sobre su vida que no dejaba al pobre hombre marcharse”, recuerda riendo González.

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