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Ilusión, pena y resignación

Las mesas en la acera de la avenida de Canarias alivia a la restauración pero no a todos por igual

Ilusión, pena y resignación | A. C.

La opción de que la hostelería pueda colocar mesas en las aceras o calles anima a algunos empresarios, que creen que pueden salvar los negocios. Otros no lo ven y lamentan la existencia de restricciones. La realidad laboral es dura en Santa Lucía de Tirajana, ya que cerró 2020 con 3.104 desempleados más.

“Las tres mesas que hemos podido poner en la avenida, en el aparcamiento de motos, nos ha venido bien, claro que sí. Sin embargo, no sé hasta qué punto nos puede ayudar a salvar el negocio al no estar permitido servir dentro y al ser poco lo que se vende fuera”, explica Franklin Galicia, propietario del local de comida casera Ca’ Mary, situado en la avenida de Canarias, en Doctoral, en el municipio de Santa Lucía de Tirajana.

El emprendedor resalta que tenía cuatro empleados y que ahora sólo conserva uno. “La entrega a domicilio sigue igual respecto a la cantidad, y en el local se consume prácticamente poco, aunque haya mesas. Las ventas han bajado un 50 por ciento”, indica Franklin Galicia, quien había abierto el establecimiento en febrero del año pasado, un mes antes de que el Gobierno español declarase el 14 de marzo de 2020 el estado de alarma y el confinamiento. Luego estuvo el local tres meses cerrado, como todos los establecimientos de la restauración y todos aquellos negocios considerados no esenciales.

Este caso es un ejemplo de que las medidas por parte del Ayuntamiento que permiten, entre otras, instalar mesas en la calle o acera, sin pagar las tasas por ello, no saca de la mala situación. Eso, depende también, de si el bar o restaurante tiene o no capacidad real y física para colocar mesas. Las medidas restrictivas del nivel 3 contra el Covid-19, en el que nos encontramos, [no vender en el interior; la limitación del aforo y del horario; y el distanciamiento de las mesas] tienen su gran peso contra el sector de la restauración.

Por todo ello, algunos empresarios y trabajadores de dicho sector se mostraron, durante la tarde de ayer en la avenida de Canarias, animados al ver “cierta salida”, al tiempo que otros “resignados” y unos terceros “pesimistas”.

Palo laboral

A parte de la existencia o no de medidas restrictivas en la restauración, o de las municipales que permiten otras opciones, Santa Lucía de Tirajana está sacudida por esta crisis sanitaria, económica y laboral, y por la no llegada de turistas. El número de desempleados en el cierre de 2020 era de 11.368 en este término municipal, mientras que en el año anterior fue de 8.264. Es decir, un aumento de 3.104 parados, que supone un incremento del 37,60 por ciento, el tercer porcentaje más alto de la Isla, detrás del 48,20 de San Bartolomé de Tirajana y del 76,70 por ciento de Mogán.

Ilusión, pena y resignación

Una empleada de la churrería Siboney, que se inauguró en 1992 y que está en la calle Colón, en Vecindario, afirma que “las tres mesas que tenemos en la calle, sobre el asfalto, ayudan, pero poco”. El establecimiento cuenta con seis empleados, de los que dos están en la actualidad de vacaciones. “No viene mucha más clientela que antes y los que lo hacen sólo se llevan churros y poco más, no bocadillos o platos combinados”, agrega.

Por otro lado, sólo dos negocios estaban abiertos durante la tarde de ayer en Mercacentro, junto al teatro Víctor Jara, en Vecindario, y tenían sus mesas en la calle: Mesón del bocadillo Altamira y Bar Domingo.

“Muchos negocios han cerrado por los gastos y por los bajos ingresos”, declara una vecina

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El citado mesón del bocadillo, con una plantilla de 16 trabajadores, contaba ayer con 21 mesas en la amplia acera y en la calle. Este establecimiento tiene la puerta principal, cerrada, en el interior de Mercacentro. Los empleados entran y salen hacia las mesas por una puerta auxiliar que da a la cocina. “Es una gran suerte tener tantas mesas y esta amplia acera, así como tanta clientela fiel que sigue viniendo”, afirma una camarera que prefirió conservar el anonimato.

En cambio, la situación es distinta para el Bar Domingo, que está al lado del mesón. Tiene seis mesas que están pegadas a la fachada del pequeño centro comercial. No puede contar con más porque, a su altura, la acera es más estrecha, y la parte ancha próxima se encuentra en una salida del edificio. Tampoco se pueden colocar las mesas sobre el asfalto por las señales de tráfico próximas y por haber dos plazas de aparcamiento para minusválidos.

“Somos tres trabajadores, pero dos están en ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo). Es decir, que sólo estamos el propietario y yo”, manifiesta el empleado, que también prefiere no identificarse, que señala también que “hay mucho menos clientela. Realmente, depende de la hora, pero ha aflojado. Se hace lo que se puede”.

Finalmente, el trabajador lamenta que haya limitación horario y que debe de estar cerrado a las diez de la noche. “Este es un bar de copas y a partir de esa hora es casi siempre, en una situación normal y no con la pandemia de ahora, el mejor momento para el bar, con más clientes. Ahora, todos a casa”, concluye.

Iñaki Castellón, cliente habitual de Bar Domingo, lamenta también que haya limitación horaria para estar en la calle: “Los que vivimos solos nos gusta acostarnos tarde o simplemente venir a los sitios donde estamos a gusto y donde encontramos amigos a la hora que sea. Pero bueno, ahora es así. Nos vamos sobre las nueve y cuarto”.

Pedro García, cliente del mesón del bocadillo, ve con buenos ojos que los negocios de la restauración tengan más libertad para colocar mesas donde puedan. “Es positivo, así se consume igual o más, y los empresarios no se ven en la mala situación de despedir a los empleados o que ellos estén en ERTE”, comenta.

De todos modos, a este residente de Vecindario lo que más le preocupa es el cumplimiento de las normas sanitarias.

“A parte de que cumplan la normativa los empleados en los locales, me preocupa mucho la concienciación y lo que hagan o no los clientes, la gente de la calle, en los restaurantes y en cualquier sitio”, señala Pedro García, que reconoce que sabe el caso “de un chico de 18 años que dio positivo en coronavirus, y trajo como consecuencia de que enfermase una veintena de familiares, incluso su abuela”.

Orlando Mejías tiene un pequeño bar y cafetería en la avenida de Canarias, cuenta con una empleada y tiene espacio suficiente en dicha avenida para colocar mesas para los clientes.

Ilusión, pena y resignación

“Nosotros cumplimos las medidas sanitarias impuestas, limpiamos las mesas y el establecimiento, aunque no puedan entrar; mantenemos la distancia de las mesas y clientes, y más cosas que hacemos. Cumplimos las medidas”, expone el empresario. “En cambio, esas medidas se incumplen en algunas guaguas llenas de gente. El otro día estuve en un centro comercial, en la terraza de una cafetería. Todo limpio y correcto. Sin embargo, a poca distancia, estaban las escaleras llenas de personas, que subían y bajaban, sin cumplir de ninguna manera el distanciamiento. Parece que el cumplimiento de las normas no es igual para todos”, añade.

Pedro García y Orlando Mejías resaltan la necesidad de una mayor concienciación por parte de todos, “especialmente entre los jóvenes con edades entre 18 y 25 años”, agregan.

Asimismo, los dos consideran que sería muy conveniente para todos que “los medios de comunicación contasen muchas historias de aquellas personas que han sufrido la enfermedad, todas las malas situaciones posibles, y que finalmente salieron y se curaron. Así, muchos tomarían conciencia de las malas consecuencias que puede llevar el incumplir las normas y no pensar en los demás”.

El cliente del mesón, Pedro García, pone un ejemplo de medida de concienciación: “sería lo mismo que esas desagradables fotos que están en las cajetillas de tabaco para que veamos lo malo a lo que nos puede llevar el tabaco. Pues entiendo que es lo mismo el contar en los medios de comunicación esas duras historias, que por fortuna acaban bien. Sería una gran medida de concienciación”.

Más dificultades

La vecina Noelia Cabrera afirma que le parece bien “y razonable” que los locales de la hostelería puedan poner mesas. Sin embargo, destaca una nueva dificultad que se le suma a los hosteleros: “no todos los establecimientos pueden poner esas terrazas. Sólo hay que dar una vuelta por la avenida de Canarias y por las calles colindantes para ver que muchos de estos negocios tienen aceras muy estrechas, un vado o una farola. Sé que los propietarios de muchos negocios han optado por cerrar porque no podían hacer frente a los gastos, con pocos ingresos, como ocurre ahora, y encima no podían tener mesas”.

El propietario de una pizzería de la avenida, que prefiere conservar el anonimato, admite que “me siento afortunado al poder contar con más mesas que antes, ahora diez, al tener bastante espacio, sin muebles urbanos o farolas, delante del establecimiento”.

“Cumplimos en la cafetería con las normas, pero no pasa en otros sitios”, afirma un hostelero

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Sin embargo, este empresario no acepta que “tengamos los restaurantes que cumplir unas normas, como que no puedan entrar los clientes en el local, en cambio en otros sí pueden, como en los centros comerciales. ¿El virus se duerme y no está activo en el centro comercial”.

“Otra cosa es el tema del horario. En torno a las diez de la noche, o un poco antes o después, es cuando más se pedían antes las pizzas para que se las llevásemos a los clientes a sus casas. Menos mal que ahora hay algo de trabajo entre la una y las cuatro de la tarde”, concluye.

Jerónimo Ernst Sefl es en la actualidad vecino de Doctoral. Nació en Praga [República Checa] y su familia es de origen austriaco, alemán y checo. “Llevo 50 años viviendo en Gran Canaria. Yo conocí esto que llamamos avenida de Canaria cuando era un camino de tierra. Tengo una agencia de viaje, pero sin nada de trabajo”, declara, sentado, en Ca’Mary. “Lo que hay que hacer es más controles y vigilancia para volver al nivel 1, y así vendrán los turistas”, sentencia.

La hostelería pone sus mesas donde puede. En las fotos, un cliente en Ca’Mary (i) y, sobre estas líneas las terrazas del mesón del bocadillo -arriba- y de un bar en Mercacentro. |

“La hostelería no es la culpable de esta crisis”


Izaskun Alvarado López lleva desde hace cuatro años el establecimiento llamado Mr Croquet, en la esquina de las calles Famara y de Escorial, en Vecindario, y está aguantando “porque tiro de los ahorros, después de los tres meses con el local cerrado y con las mismas obligaciones de pago, con los gastos añadidos de lo relativo a lo sanitario (las mamparas, mascarillas, gel y demás), y por la situación actual en general”. Este negocio de croquetas tenía cuatro trabajadores y ahora quedan dos, contando con ella. “Se está haciendo mucho daño al pequeño local, al autónomo. Pienso que la hostelería no es la culpable de esta situación sanitaria y económica”, opina Alvarado López. “Al contrario, estoy segura de que es el sector más limpio y meticuloso. Sólo hay que ver que nadie limpia el cajero automático de un banco cuando los clientes hacen sus operaciones, o pararse a ver cómo están llenas de gente algunas guaguas o algunos lugares, en determinados momentos, de los centro comerciales”, puntualiza. Izaskun Alvarado habilitó una terraza en la calle, acondicionando el espacio. “Tenemos tres mesas. Está bien, pero no vienen más clientes. Veo a la gente nerviosa, atacada. El otro día hice 45 euros de caja. Lo máximo ha sido 90 euros”, aclara. | M. Á. M.

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