Tras fallecer el domingo, este lunes recibió cristiana sepultura Agustín Melián González, persona muy conocida en la sociedad canaria que supo ganarse a lo largo de su vida la amistad y el cariño de cuantos lo trataron. Viudo de María Díaz López, Agustín murió en el Monte Lentiscal, a muy poca distancia de donde nació hace 87 años, en La Calzada. Entre medias transitó una vida plena de actividad donde abundaron las iniciativas empresariales y culturales, aferrado siempre a su gran amor por las islas, al costumbrismo y al folklore.

Melián González estudió en el colegio Jaime Balmes y luego en la Escuela de Comercio de Las Palmas, donde se graduó. Muy joven se trasladó a Fuerteventura con sus padres y dio rienda suelta a su espíritu emprendedor. Empezó por el transporte y la construcción; importó uno de los primeros camiones que llegaron a aquella isla pobre y postergada. Construyó carreteras, colegios y puentes, traficando también con cereales, frutas y otras mercancías que traía a la Capital o enviaba a Inglaterra. Aquellos años dejaron en él una profunda huella y un gran cariño por el mundo majorero, donde siempre tuvo incontables amigos. No menos que en el Sahara, donde suministraba a varias empresas de la entonces colonia española.

Volvió a Gran Canaria con unos horizontes ampliados y, junto a sus anteriores negocios, abrió varias agencias de viajes que organizaban excursiones a la Península y América, siguiendo siempre el rastro de la emigración isleña y de los grandes eventos deportivos o culturales.

Una constante en la vida de Agustín fue su amor por la música canaria y el costumbrismo en general. Perteneció a varias rondallas y dominaba cinco instrumentos, de los que hacía gala en las frecuentes fiestas que celebraba en su finca. Sí, porque nuestro hombre también tuvo tiempo para la agricultura, ocupándose de las plataneras de la familia y de otras tierras que él adquirió, siendo pionero, entre otras cosas, del cultivo del Aloe Vera y su elaboración y comercialización. Fue presidente de la Heredad de Aguas de Las Palmas y del Club San Roque, entre otras actividades públicas.

Agustín sufrió durante los últimos meses varias contrariedades físicas y se vio obligado a visitar demasiadas veces el Hospital. Pese a ello latía en él un fuerte espíritu de supervivencia y su optimismo brotaba en forma de nuevos proyectos. El último: poner una buena marisquería “de la que carece nuestra Ciudad y donde disfrutar con los amigos de las buenas viandas”... No pudo ser porque la muerte se ha crecido con la pandemia y otras circunstancias, segando vidas sin respeto alguno, y privándonos de amigos que mantenían muy altos los dones de la sapiencia, la cortesía y la herencia moral de nuestros mayores.

Descanse en paz Agustín Melián González, que vivió 87 años entre nosotros y supo hacerse querer por cuantos le conocimos. Reciban nuestro sentido pésame su hermano Armando (único de la familia que sobrevive); sobrinos y primos, así como sus empleadas Teresa y Lucy, quienes le atendieron en la agonía final y le alisaron el camino de la paz eterna.