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Agaete

Agaete, 25 años de salud

En 1996 el personal sanitario de la vieja Casa del Médico recogió su instrumental y se trasladó al Centro de Salud | El pediatra don Wilfredo Borges fue el primer director

Antigua Casa del Médico. |

Cuando se cumple el 25 aniversario de la entrada en servicio del Centro de Salud de Agaete, en plena tercera ola de la pandemia provocada por la Covid-19, considero que es el momento oportuno para reconocer el trabajo del personal sanitario en general y el de Agaete en particular, partiendo de aquellos relatos sobre los médicos, boticarios, practicantes, comadronas y parteras de antaño, cuyos nombres, actividad profesional y de otra índole conocí a través de animadas y añoradas tertulias familiares.

Hablaban mis abuelos y abuelas de los médicos que habían dejado huella entre la población agaetense como fue el caso de Tomás Morales, quien habiendo llegado a la Villa para sustituir al médico don Sebastián Petit, que se encontraba de baja por motivos de salud, fue nombrado titular de la plaza por el Ilustre Ayuntamiento, una vez fallecido el viejo galeno. El insigne poeta ejerció su profesión entre marzo de 1911 y marzo de 1919, y su labor destacó en la Villa tanto por sus conocimientos médicos, como por su afición y apoyo al teatro y, sobre todo, por su faceta literaria por la que ha pasado a la historia como el gran poeta modernista de Canarias.

También se mencionaban los nombres de don Víctor Mendiola, el médico de los años de la Guerra Civil y mucho más el de don Manuel Sacaluga (el viejo), el médico moyense con el que mis abuelos entablaron una relación cuasi familiar, que permaneció en el tiempo una vez acabada su relación profesional con Agaete, y al que visitábamos en su casa en el centro del casco urbano de la villa de Moya cada 2 de febrero, por la Candelaria.

Hacía referencia mi abuela materna a los mejunjes que preparaban los boticarios don Narciso Rurell, don Daniel Torrent y, especialmente, los de don Fernando Egea con el que mi abuelo materno mantuvo una relación particular por motivos de vecindad y afinidad ideológica, y que habiendo sido nombrado delegado gubernativo para el noroeste de Gran Canaria con el triunfo del Frente Popular en la Segunda República, acabó pagando con su vida la oposición y resistencia al golpe de estado militar de julio de 1936.

Entre tantos hombres médicos y farmacéuticos y en la misma época del médico Mendiola y del farmacéutico Egea, una mujer de Agaete desempeña también tareas sanitarias esenciales, la practicante y comadrona doña Dolores Cabrera Suárez, conocida afectuosamente entre el vecindario como Lolita la practicante, a la que el régimen franquista apartó de la profesión como represalia y que optó por emigrar a Venezuela, de donde, afortunadamente, regresó al cabo de los años para construir su casa cercana a la de mi familia, con quien retomó la vieja amistad.

Teatro de Cámara de Agaete (años 1956-1957), dirigido por el médico José María Gómez Fernández de Retana.

En más de una ocasión escuché hablar a mi madre y a las vecinas con hijos e hijas de mi edad, sobre las idas y venidas al municipio de Guía donde estaba “La Gota de Leche”, que era lo más parecido a un servicio de pediatría comarcal creado en la posguerra civil, donde nos llevaban recién nacidos a las revisiones periódicas; pero si de alguien tengo buenos recuerdos, a pesar de su fama de cascarrabias con los adultos, es de don José María Gómez Fernández de Retana, el médico de cabecera que se decía entonces, mi médico de la infancia, el que con las gotas que me recetaba me aliviaba los dolores de oído y con las instrucciones dadas a mi madre de darme a beber té azucarado y melocotón en almíbar me recuperaba de las crisis de acetona, o de cuando con mal de estómago le recomendaba las ayudas o lavativas (enema que llaman actualmente) de agua con sal en aquellas perillas de goma de color marrón para limpiar el intestino y que nunca llegué a saber qué era peor, si este tipo de remedio o el sabor del chocolate del purgante comprado en la botica. ¡Y no vean cuando me llevaban a su consulta, alegando entre otras cuestiones que tenía “fastidio”!, que así se referían las del cuerpo de madres a extinguir cuando eras ruin para comer, entrándote un apetito voraz nada más escuchar a Retana diciendo que eso se me quitaba con unas cucharadas de aceite de hígado de bacalao…puaffffffffff.

Del médico Retana aún recuerda la generación agaetense octogenaria su afición por el teatro, llegando a dirigir el Teatro de Cámara de la Villa para poner en escena obras como La herida luminosa de José María de Sagarra, adaptada por José María Pemán y La Mordaza de Alfonso Sastre, o de cuando representaron las escena finales de Hotel Terminus en presencia de su autor, el dramaturgo y cineasta grancanario Claudio de la Torre. Recuerdos imborrables para Valentín Armas, Pilar Cruz, José Antonio y Angélica García Álamo, Pepe Dámaso y Dora y Chano Sosa.

Los años 50

El único practicante en aquel tiempo era don José Rodríguez Martín, otro hijo del pueblo que sacaba adelante su trabajo reutilizando las agujas y las jeringuillas de cristal, previamente esterilizadas quemándolas con alcohol en un recipiente de metal, recorriendo las casas donde hubiere enfermos encamados y atendiendo los partos que en alguna ocasión fueron múltiples, como los de aquella madrugada del 31 de marzo de 1960 en el que nacieron a la vez su hijo (actualmente médico en ejercicio), mi hermano y una amiga.

La infraestructura sanitaria del Agaete de los años cincuenta consistía en dos habitaciones habilitadas para los despachos del médico y del practicante en la planta baja de la casa que antes fuera la fonda del pueblo, en la calle León y Castillo esquina con la calle Alonso Quesada, y la botica, a un paso de éstos en la calle El Canario hasta su traslado a la calle La Concepción, que fue regentada por don Federico Arencibia y Bravo de Laguna desde el año 1958 hasta su jubilación. Es más, durante los años 1960 y 1961 el médico don José Betancor tuvo su consulta en otro despacho habilitado en una casa antigua en el entorno de la Plaza de la Constitución.

No sería hasta avanzada la década de los años sesenta cuando se construyó la “Casa del Médico”, una edificación estándar para muchos municipios de Canarias, por lo que era muy fácil de distinguir y localizar, especialmente la de Agaete, construida en el centro del pueblo, en el solar que antes ocupara la cochera de Melián (el de los conocidos coches de hora amarillos) y donde en mi infancia vi a don José Armas Merino modelar y pintar los papagüevos. Desde entonces, el entorno de la Casa del Médico -en la confluencia de la calle de la Concepción con la Plaza Tenesor- se convirtió en uno de los grandes mentideros del pueblo, donde iba llegando la gente a dejar las cartillas del seguro hasta formar una tonga sujeta con una piedra encima para que el viento no las volara, que era la manera de coger la vez o el turno para el médico porque lo de dar número o cita previa aún quedaba muy lejos.

Aspecto antiguo de la Plaza Tenesor, junto a la antigua Casa del Médico.

Con gente llegada de todos los barrios y pagos del municipio, la Casa del Médico era un lugar propicio para los reencuentros entre la gente que iba al médico cuando no le quedaba más remedio y las asiduas que iban cada quince días a repetir la medicación y donde lo que menos interesaba era la salud de cada cual, que para eso ya estaba el médico, antes bien se hablaba de lo humano y de lo divino y también se hacían correr bulos al estilo de las fake news actuales; a pesar de lo cual siempre hubo un respeto por la gente procedente del Valle de Agaete y de El Risco en cuanto a la prioridad en la atención médica, en aquellos años donde escaseaban los coches y en muchas ocasiones la gente regresaba caminando a sus domicilios.

Años cincuenta y sesenta del siglo pasado, tiempos de automedicación, de cuando hasta en las tiendas de aceite y vinagre se vendían los analgésicos del momento como la aspirina, el optalidón (las pastillas rosadas), el veramón, los calmantes vitaminados y, especialmente, el Okal, famoso por su publicidad radiofónica cuya cancioncilla pegadiza decía aquello de Okal es un producto superior, que cantó toda España y que llegó a rivalizar con la del negrito del Cola-Cao y hasta con la del ¡Está como nunca! del coñac Fundador.

Tiempos de sal de frutas y de bicarbonato para combatir la acidez, de tazas de agua guisada (actualmente infusiones), de vecinos y vecinas que tenían jeito para arreglar el pomo o la madre -según fueras hombre o mujer- de la untura del bigotúo para los dolores, de parches Sor Virginia para las contracturas musculares, de vapores nocturnos de eucaliptus y de Vick Vaporub para los bronquios, según decían, de santiguados a los niños y niñas de meses que no paraban de llorar porque le habían hecho mal de ojo y años también en los que la chancleta de las madres tenían efectos curativos, pero también tiempos de avances de las ciencias médicas referidas a la salud, a los diagnósticos, al tratamiento y prevención de las enfermedades, progresos en farmacología y en investigación científica que se ponen de manifiesto en momentos tan delicados para la salud como los que vivimos con la penúltima de las pandemias como fue la del VIH-sida y actualmente con la provocada por la Covid-19.

Inyección contra el tétanos

Gracias a estos avances quedaron atrás enfermedades infantiles que causaban estragos como fueron la difteria, varicela, rubeola, paperas, tosferina, polio... Época en la que dependiendo de la dimensión de la herida causada por un pinchazo o corte con un alambre, una lata o un clavo oxidados, corrían contigo al practicante para que te pusiera una inyección contra el tétanos, que en aquella época se conocía popularmente como el garrotejo, o la vez que de forma masiva nos vacunaron en el grupo escolar contra la viruela, con aquella plumilla sujeta a un palillero que era igual al que utilizábamos en la escuela para escribir y con la que mojando en el líquido de la vacuna nos hacían una raja en forma de X en el brazo, que nos dejaba marcados e inmunizados de por vida y que si no te hacía efecto a la primera- no te criaba- generando una vejiga, tenían que vacunarte nuevamente.

Composición hecha por el personal del Centro de Salud (un Dedo de Dios con el Centro de Salud de fondo, difuminado).

De la misma manera en otra ocasión nos vacunaron contra la tuberculosis dándonos un terrón de azúcar impregnado de la vacuna, recuerdos que me hicieron sentir una persona privilegiada cuando en los momentos más duros del confinamiento por mor de la Covid-19, leí en la prensa digital que en la República Democrática del Congo una epidemia de sarampión se había cobrado más de 6.000 vidas, afectando principalmente a la infancia, cuando desde hacía sesenta años mi generación estaba inmunizada. Ha sido de tal magnitud el cambio y los avances de la sanidad en nuestro país, que ya ni se oye hablar del famoso “falso crup” con su tos perruna.

En aquella Casa del Médico pasaron consulta los médicos don Jesús Rodríguez Martín. don Antonio Calcines y don Agustín Álamo, entre otros, corriendo a su cargo la contratación de una persona asistente encargada de recoger las cartillas, organizar los turnos, separar las cartillas de las personas que acudían por primera vez de las que solamente iban para repetir la medicación y, por supuesto, lo más importante, para pedir a la concurrencia que moderaran el tono de voz que el médico, aún con el fonendoscopio en los oídos, no podía auscultar con tranquilidad debido a la bulla que provenía de la sala de espera. En más de una ocasión se habilitó una parte de las dependencias para improvisar algún velatorio por motivos de accidentes mortales en la carretera que va hacia La Aldea y, con el tiempo, para las familias del pueblo que lo pidieran, porque hasta entonces la costumbre era velar al difunto en su casa.

La inquietud cultural manifestada por médicos como Tomás Morales y José María Gómez Fernández de Retana la retoma Agustín Álamo entre los años setenta y noventa del siglo pasado, dirigiendo y actuando en obras de teatro como el Auto de los Reyes Magos, El Divino impaciente, de José María Pemán, creando en el año 1994 el Grupo de Teatro del Centro de Salud de Agaete con el que puso en escena La Mordaza, en el Teatro Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria. También hizo don Agustín incursiones en el cine como ayudante de dirección de Pepe Dámaso cuando rueda La Umbría, en el año 1975 y posteriormente como protagonista en el film Réquiem para un absurdo, también de Dámaso.

Según los datos aportados por Javier Tadeo Alemán, exalcalde socialista de Agaete, entre los años 1987 y 1995, se invirtieron 263.738.683 millones de las antiguas pesetas en los proyectos y construcción del nuevo Centro de Salud del casco urbano de Agaete (motivo de esta dedicatoria por el 25 cumpleaños de su puesta en funcionamiento) y de los consultorios de El Valle y El Risco, a lo que habría que añadir los programa de salud escolar, cursos de manipuladores de alimentos, programas de salud de interés general a través de Radio Agaete y hasta una partida de 525.277 pesetas -que entonces era dinero-, en gastos farmacéuticos para familias necesitadas.

Hasta el año 1986 Agaete sólo contaba con un médico y un practicante para atender las necesidades de sus 4.801 habitantes, una situación que cambió para bien llegado el año 1991 con tres médicos, un pediatra, cuatro ATS, una plaza de administrativo y otra de limpieza para sus 5.488 habitantes y hasta la actualidad en la que los recursos humanos han mejorado sensiblemente.

A pesar de que el nuevo Centro de Salud llevaba un tiempo acabado, no fue hasta el 22 de enero de 1996 cuando la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias dio las instrucciones correspondientes para iniciar la actividad sanitaria en el nuevo edificio, a pesar de lo cual no pudo ser porque la compañía telefónica no había acometido el enganche de la línea telefónica alegando “… dificultades para ampliar la red desde el casco urbano hasta esta nueva zona del pueblo, situado a la entrada del mismo…”, lo que vino a sumarse a la contrariedad de un sector de la población que encontraba lejos el lugar donde además estaba la futura estación municipal de guaguas y posteriormente el velatorio, pero ya sabemos que cada pueblo tiene su manera particular de medir las distancias hasta que se habitúa.

Y allá que el personal sanitario de la vieja Casa del Médico recogió su instrumental y sus bártulos y, a principios del mes de febrero, se trasladaron a las nuevas instalaciones de la que el pediatra don Wilfredo Borges sería el primer director. De aquel equipo primigenio aún continúan ejerciendo en Agaete la doctora doña Milagrosa Gutiérrez, el ATS Don Juan Alemán Ramos, doña Rita Díaz Martín, en los asuntos administrativos y doña Milagros Montesdeoca en cuestiones de limpieza. Es inexcusable mencionar el grato recuerdo que dejaron entre los pacientes el médico don Pedro Díaz Alayón, conocido, por su afición a la pesca, entre la gente del mar; doña Ani Rodríguez Martín, por sus quehaceres de limpieza, las ATS doña Lola Baldajil y doña Elena Almeida y, sobre todo, doña Concepción Molina, conocida afectivamente por Pity, quien ejerció en Agaete hasta su jubilación y a la que sigo recordando con su uniforme blanco y su mochila a la espalda haciendo la itinerancia de atención domiciliaria en el casco urbano de la Villa y en el Valle de Agaete, donde los familiares de sus pacientes en agradecimiento y recompensa, bailan cada 28 de junio, en la Rama de San Pedro, el papagüevo que tan merecidamente le dedicaron.

Hasta 1986 Agaete sólo contaba con un médico y un practicante para atender las necesidades de sus 4.801 habitantes, una situación que cambió para bien llegado el año 1991 con tres médicos, un pediatra y cuatro ATS

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La movilidad del personal sanitario hizo que acabaran ejerciendo en Agaete un ATS hijo del pueblo, don Antonio González Sosa y el actual subdirector, don Francisco Aguiar Rodríguez, de ascendencia agaetense por parte de madre y de estirpe sanitaria, no en vano entre los que le precedieron se encuentran dos de sus tíos, don Jesús y don José, médico y practicante respectivamente.

Evidentemente la cuestión sanitaria depende mucho de la empatía entre profesionales y pacientes, sobre todo a quienes se nos quita la mitad de los males nada más pisar la consulta médica. Y si por necesidad hace acto de presencia en tu domicilio la Unidad del Dolor y en los peores momentos la doctora María José Holgado (bendito tacto), a certificar la defunción de tus seres queridos, es cuando verdaderamente te das cuenta de lo necesaria que es una sanidad pública, universal y de calidad, como lo es la española, lo que no quita que haya quejas y demandas continuas en relación con las listas de espera y la falta de personal sanitario.

A diferencia del tiempo de mi niñez, en el que la gente se jubilaba tarde y mal, como para morirse, actualmente y gracias al aumento de la esperanza de vida, estamos como brinquines, que se decía antiguamente, y nos jubilamos para ir de excursión, de viaje con el IMSERSO o por libres, llevando los medicamentos y el pastillero con la luna, el sol y las estrellas, no vaya a ser que se nos olvide tomar alguna y con la seguridad de que, ya sea en el territorio nacional o en el europeo, tenemos la asistencia médica asegurada, que es otra de las maneras de medir los avances y de celebrar, como lo hace Agaete, el 25 aniversario de su Centro de Salud.

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