El cronista de La Aldea, Francisco Suárez, disecciona con un detallismo renacentista en ‘Tasarte, territorio, tiempos y gentes’ la historia del pueblo aldeano, desde sus orígenes geológicos y sus hitos preshipánicos a la dura colonización posterior de un pago que, considerado el más alejado de la isla, no vuelve a ser repoblado hasta mediados del siglo XVII. Suárez ofrece, gracias a una interminable bibliografía y el testimonio oral de más de 70 personas, la deliciosa pero también durísima vida de Tasarte, sin pasar por alto ni siquiera el modelo y matrícula del primer vehículo que llegó, por mar, al lugar. 

“Tasarte es otro mundo, un paisaje soñado y existencial que identifica a sus naturales con sus riscos y barrancos”, sentencia el cronista oficial de La Aldea, Francisco Suárez, sobre un pago, el más alejado de la isla de Gran Canaria, al que le ha regalado la que posiblemente sea la historia más grande escrita jamás sobre un pueblo tan chico, y que bajo el título Tasarte, territorio, tiempos y gentes, de Editorial Mercurio, recoge un diario de siglos, cuando no milenios, que abarca desde el origen geológico del territorio a la actualidad, pasando por escrupulosos detalles en el que ni siquiera queda sin apuntar la matrícula del primer vehículo que llegó, playa adentro, por el que durante tanto tiempo un infranqueable destino.

En sus más de 430 páginas, muchas de ellas ilustradas por verdaderos incunables fotográficos, cuando no por dibujos firmados por el propio cronista y que remiten al detallismo de la enciclopedia antigua, se extrapola con el punto de mira en el pueblo de Tasarte lo que pudo ser la colonización de la isla toda, con sus necesidades, miserias, la asombrosa autocracia y la capacidad de resistencia para sobrevivir en un entorno, que como Gran Canaria en sus primeros siglos de edad europea, estaba igualmente desconectada del resto del mundo como lo estuvo el pago aldeano hasta el siglo XVIII. No en balde, no recibe la primera visita oficial de una autoridad que merezca el nombre hasta el año tardío año de 1785, es decir, casi 300 después de la Conquista castellana de la isla.

El relato que Suárez lleva pergeñando desde 2014 contiene el testimonio oral de nada menos que 72 testigos de la vida de Tasarte, muchos de ellos ya fallecidos, y que por la peculiaridad del paisanaje humano del lugar atesoran un formidable arcano de tradición oral gracias a la cual quedan en el papel fijados para la historia las décimas cubanas, los pormenores de las zagas, su riquísima toponimia, en que cada quiebro y tenique llevaba un nombre, o los fabulosos mitos que rodean al aún hoy misterioso barranco, el que deslumbra la noche con la inquietante Luz de Toleo, o el que desala con los cantos nocturnos de El Cuervo o el Quejío del Arco, “sonidos agonizantes que atemorizaban a la población”.

El tubo de las sorpresas

Suárez comienza su obra por los cimientos, remontándose a la génesis del espacio, que reposa sobre una base de depósitos volcánicos surgidos entre 14,5 y 8,5 millones de años. Pero, como ocurre con cada uno de los numerosos epígrafes del volumen, hasta esa geología tiene su irrepetible peculiaridad, en este caso descubierta en 2011 por el grupo de montaña El Verol cuando se introduce en un tubo volcánico de la Montaña de Asloba.

El ‘moderno’ equipamiento para sulfatar los primeros tomateros.

El hallazgo movilizó a espeleólogos, biólogos, geólogos y paleontólogos que dataron su edad en algo más de 14 millones de años, aupándolo en el más antiguo de Canarias, “y solo superado a nivel mundial por unas escasas cavidades como la de Holly Jump, de 30 millones de años, ubicada en Australia”.

Para rematar la sorpresa se descubren en su interior “especies de invertebrados cavernícolas nuevas para las ciencia, restos paleontológicos de gran valor científico, así como formaciones minerales y restos arqueológicos (…), que aportarán nuevos datos sobre la evolución e historia natural de Canarias”.

Evidentemente un lugar como Tasarte tendría su propio protagonismo en la época prehispánica, y lo tiene con nombre propio. El autor se remite al primer texto que recoge su posible existencia , el de Historia de los Reyes Católicos, del cronista Andrés Bernáldez, (1450-1513) en el que figura el vocablo Atasarti, si bien reconoce que “no podemos precisar si este topónimo está vinculado al guaire Tasarte presente en tiempos de la Conquista, o bien a nombres del terreno en la antigua lengua canaria”, advierte.

La primera visita de una autoridad se recibe en el pueblo 300 años después de la Conquista

Pero en cualquier caso, el número de asentamientos de los antiguos canarios en el lugar es apabullante. Son vestigios ya hoy desparecidos, como apunta el cronista, pero que fueron registrados a mitad del siglo XX por el comisario provincial de excavaciones arqueológicas Sebastián Jiménez Sánchez y que, aparte de toponimias que indican claramente su origen preeuropeo, como la montaña de Mogarén o La Gambuesa, aprecia restos en Cormeja, Las Breñas, Toleo, El Palillo, Higuera Prieta, La Posteragua, Pino Cortado, o Las Eras, entre otros muchos, donde probablemente, escribe, “se ubicarían los primeros colonos europeos que fueron llegando e integrándose junto a la población aborigen que subsistió tras el desplome de su estructura social a lo largo del siglo XVI”.

En cualquier caso sí que quedó por escrito en las primeras crónicas que cuando se produce la última batalla, la de Ajódar, tanto el nombre de Tasarte como entidad física, como el de su vecino barranco, el no menos hipnotizante Tasartico.

Tras quedar desbaratada la sociedad prehispánica, Tasarte queda despoblada, demasiado lejos de todo. No es hasta mediados del siglo XVII, y principios del XVIII que comienza a coge resuello, al punto que llega a superar “en personas y riquezas” a Veneguera e incluso Mogán. Lo que a su vez, provoca las primeras quejas de la población por falta de servicios, entre ellos los religiosos, por unos vecinos que “viven con el desconsuelo” de la falta de parroquia. Las más cercanas, para dar idea de lo remoto de esta suerte de Patagonia isleña, se encuentran en Tejeda y Agaete, de ahí que muchos de estos vecinos traspusieran al otro mundo “sin confesar ni comulgar”.

Procesión dedicada a San Juan

Esta pesadumbre se traslada al “ilustrísimo y reverendísimo doctor don Bartolomé García Ximenes, del Concejo de su Magestad y Obispo de estas islas, para que tenga a bien erigir en parroquia y curato la iglesia del Señor San Nicolás para gozar del bien que nos falta”. A la Iglesia, sin embargo, el bien que les faltaba eran las perras, y tras la generosa donación de un vecino de Mogán, el obispado decide poner la parroquia en el otro pueblo, para pesadumbre general.

Es en 1735 cuando se saca la primera y muy peculiar radiografía demográfica de Tasarte, ofrecida por la sinodal del obispo Dávila, y en la que se detalla que allí moran en 16 casas de familia, lo que a ojo de buen cubero suponen unos 64 habitantes, es decir, según los cálculos del cronista, el 11,3 por ciento de la población de la entonces jurisdicción de La Aldea, “porcentaje aproximado a la media que se mantiene a lo largo de la historia hasta la actualidad”. Y toda una metrópolis, en comparación con Tasartico, con apenas cuatro familias en todo su fenomenal cauce.

Suárez se para a describir esas viviendas diseminadas por su territorio, “ubicadas en cada finca con una arquitectura muy rústica de techumbre de torta de barro a dos aguas, paredes anchas de piedras sin labrar, con solo un hueco de puerta y de poca altura, algunas de las cuales se siguieron utilizando hasta el siglo XX. Es probable que se reutilizaran algunas casas de los canarios, modificando la planta, como suponemos que pudo hacerse con la Casa Honda, en La Montañeta de El Palillo”.

Esa misma lejanía de Tasartico lo pondría poco después al igual que en la Patagonia argentina, a punto de un lugar de colonización forzada. La ocurrencia fue del obispo Servera, hacia el año 1773, que propuso a las autoridades reales, según sostienen el cronista, “un plan para establecer a unas 400 familias pobres en los realengos del suroeste grancanario”. Para ello se redactó un plan de colonización oficial, entre 1773 y 1808, donde las nuevas poblaciones se establecerían en la costa de los valles de Mogán, Veneguera y Tasarte, respectivamente, con el nombre de Carlota Canaria, Luisiana Canaria y Fernandina Canaria”.

La ancestral retranca endémica de la burocracia echó a perder los planes, “que lo retrasó hasta 1808 y lo atrapó la crisis de la invasión napoleónica y el posterior régimen absolutista de Fernando VII, archivándose para siempre”.

Cueva en Playa del Ámbar, Tasarte.

El repaso del cronista no conoce mesura, y ofrece hasta el precio del cereto de tomate de 12 kilos que se abonaba en el muelle a 19 pesetas la unidad cuando después de 1930 comienzan a perforarse los primeros pozos en La Playa, Risco Peinado y el Palillo. No se le pasa de largo ni la marca de algunos de sus motores para el bombeo, como el Blackstone de 14 caballos de los Umpiérrez Martel, que además no solo acompaña con una imagen del chisme, como la de otros muchos posteriores, sino incluso con un diagrama del mecanismo completo de extracción de agua.

El elenco incluye el número de pozos y fincas tomateras, la gran riqueza de Tasarte en el siglo XX, pero también la fundación de la escuela, el nombre y ganado de sus pastores, como los hermanos Nicolás y Paco García López, o Clemente Delgado, ‘Moreno’, o los nuevos medios de transportes y comunicaciones, con un tramo de carretera que no llega a La Playa hasta 1950’, o el teléfono, que arriba al lugar en 1958. Sin olvidar cómo se hacían las ‘exportaciones’ de tomate, con los ceretos estibándose a mano en barquillas mientras luchaban contra las olas, a veces estallando los barquillos contra el callao o destablándolos contra el marisco.

El Dodge que llegó de la mar

A Francisco Suárez no se le pasa la oportunidad de retratar el pasmo que produjo la entrada del primer vehículo que llegó a Tasarte, lo hizo por mar y en realidad condenado al lugar porque de allí no había salida al ‘exterior’. Llegó en 1950 por una “histórica iniciativa” de Juan Matías Ramírez Hernández, que primero se hace con los servicios de una Ford, pero “que no le dio el éxito esperado, por lo que fue sustituida muy pronto por otra camioneta de segunda mano, marca Dodge, matriculada en Las Palmas hacia 1930”. El cronista apunta, según el testimonio de su propietario: “Vino embarcado en la gabarra remolcada por el barco Punta Almina. Costó mucho trabajo llevarlo a tierra. Graciliano Hernández, chófer de la Guerra Civil en carros de combate, subió a la lancha, lo puso en marcha y pa tierra vamos”. Era el GC-3020, de 21 caballos, por más señas. Pero, para señas, la estadística de los accidentes mortales en Tasartico y carreteras anexas desde el 53 al 83, con 13 muertos por golpes, despeñados, por caídas del camión, vuelcos y ‘moto-colisión’.

El obispo Servera propuso un plan colonial para ubicar en la zona a familias pobres

Francisco Suárez remata su obra reflejando las leyendas del Dinero de Barranco Oscuro, el misterioso tesoro enterrado en la desembocadura del barranco, “quimera del oro que por entonces tanto soñaron los tasarteros”, o con leyendas que quitan el hipo, como las de la Luz de Toleo que “de lo real a lo fantástico se forjó y perduró hasta los años sesenta del siglo pasado”, o la muy curiosa toponimia de la Playa del Ámbar, que debe su nombre no a la resina, sino probablemente a las cotizadas concreciones intestinales de los cachalotes y otros cetáceos, en un delicioso volumen que se sale del tópico y que materializa cum laude la tesis de historiadores como Manuel Tuñón de Lara, que en su manual de Por qué la Historia sostiene que ya no se escriben síntesis históricas si no es posible apoyarse en los relatos de los pequeños pueblos, base de las historias generales.

La obra de Francisco Suárez recrea los cuentos de piratas y dineros, del ámbar gris, “de moros que venían a buscar gentes”, de mareantes como su abuelo que transmitían aquellos relatos, o de mareantes que pasaban en el estío temporadas en la costa para llevar pescado jareado, pero también sus procesiones, como la dedicada a San Juan de la imagen superior, la llegada del primer y segundo coche, en la imagen inferior, o el ‘moderno’ equipamiento para sulfatar los primeros tomateros. |