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Honores y distinciones 2021 | Can de Plata de las Artes

El hombre de los niños felices

El músico, luthier y docente Javier Rapisarda es nuevo Can de Plata del Cabildo | Su presencia y sus canciones son parte de los mejores recuerdos de los escolares isleños

José Javier Rapisarda Arencibia.

El Cabildo de Gran Canaria presume de un nuevo Can de Plata en la figura del polifacético José Javier Rapisarda Arencibia, un profesor, creador de instrumentos musicales imposibles, compositor y, sobre todo, un hombre que amó la vida y dejó un recuerdo imborrable tanto para los miles de alumnos que pasaron por sus aulas como por sus compañeros de trabajo. Compositor de temas infantiles como ‘El Sarantontón’ o ‘Pacuco Rompehielos’, aunaba la docencia con un sentido lúdico irrepetible. Su viuda, que disfrutó de su presencia desde los 16 años hasta su fallecimiento, recogerá el galardón. 

El Cabildo entrega su Can de Plata, en la categoría de las Artes, al músico y docente Javier Rapisarda, por “entregarse en cuerpo y alma a formar a hombres y mujeres”, según la declaración que esboza la corporación para destacar la trayectoria de un isleño que se sale de los estereotipos.

Divertido y con ganas de divertir, Javier Rapisarda, fallecido el 27 de julio de 2012, es recordado por alumnos, compañeros y por su alter ego desde los 16 años y madre de sus tres hijos, Merchi Socorro, como el “hombre de la eterna sonrisa”, con un amor incondicional por los miles de alumnos que pasaron por sus aulas.

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria el 16 de noviembre de 1953 ya luce maneras en su infancia, una época en la que deja entrever una persona contracorriente, con una especial sensibilidad para con lo demás, una encantadora habilidad de convertir cualquier trasto en un curioso chisme, y por un oído que con los años llega a sorprender por su afinada cualidad.

Compositor de El Sarantontón, o inventor del sin par suavicordio, instrumento musical con chasis de una botella de suavizante, o el contralato, pergeñado a partir de una lata de aceite, Rapisarda era una sorpresa viva que iba para Físico, hasta que recondujo esa imparable imaginación por los caminos de la docencia.

Su obra abarca canciones, teatro, cuentos cortos y unos maravillosos instrumentos

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Una de las biografías más completas de Javier Rapisarda es obra de Jennifer Piñeiro, “un buen trabajo”, como lo califica Socorro, en el que se detalla la vida y obra del nuevo Can de Plata a través de su viuda, -que será la encargada de recoger el reconocimiento en el acto institucional de la Corporación-, así como de amigos como Joaquín Nieto, compañeros de aulas, e incluso alumnos, como el caso de Kilian Hernández Corujo.

En ella esboza sus primeros estudios en los que pasa por centros como el Claret y los institutos Pérez Galdós y Alfonso Quesada para rematar su formación en la Escuela Superior de Magisterio de la capital grancanaria. Esto como alumno, ya que como profesor casi cumplimenta el mapa mundi isleño, iniciando el recorrido en La Aneja de la Escuela de Magisterio para continuar por los colegios Barranco de Galos y Tagoror, ambos en Santa Lucía; Costa Pagador, en Moya; La Padilla, en el municipio de Firgas; Las Palmas I; el CER de Arucas-Firgas; El Orobal, y Tinocas, ambos también de la ciudad norteña, donde ha dejado un imborrable recuerdo. Por todos ellos, al paso de Rapisarda, había fiesta. Si había que componer una orquesta de cámara, ahí estaba Javier, como recordaba ayer Merchi Socorro. “Sí que la hizo, con cámaras de fotos, cámaras de rueda de camión, cámara de rueda de bicicleta…”, ríe al recordarlo.

Fue en Vecindario donde organizó el primer coro, en el colegio Tagoror, señala Socorro, en una querencia por la música que le llega de sangre, por su padre y su tío. Italianos, el primero le adentra en el mundo de la ópera, y el segundo en la canción ligera, como cantante que llega a firmar varios discos en el país transalpino. De ahí sus conocimientos en guitarra y su creciente afición desde muy temprano como luthier de esos instrumentos imposibles. Sobra decir que el grupo del mismo nombre, el de los argentinos Les Luthiers eran para el isleño el no va más. “Se reía tanto con ellos que a veces lo tenía hasta que acallar un poco en el teatro”. Su primer grupo, que forma con tan solo quince años, tiene que ver mucho con ese carácter lúdico: Los Longorores, dedicado a la música de la tierra. Pero también recurre a la canción protesta, con letras propias y de poetas como Agustín Millares o José Miguel Junco, que en ocasiones chocaban de plano contra el régimen franquista.

El son del desahucio

Sobre todo cuando formaba parte de su grupo Surco y su tema El son del desahucio, que expresaba la lucha y miseria de los trabajadores de los tomates en el sur y su vida en las cuarterías. “A pesar de las continuas prohibiciones, como era de esperar, la cantata tuvo mucho éxito”, puntualiza Piñeiro.

Ese mismo sentido de lucha por los desfavorecidos se traduce en un futuro en su férrea defensa por la escuela pública, “por una escuela de calidad, siempre en la brecha, peleando, pidiendo mejoras”. Al punto que por la falta de recursos decide grabar su primer casete de ayuda al maestro. Y ante la falta de financiación de las instituciones, “que miraron para otro lado”, se sufragó los gastos con préstamos bancarios.

Es así como nace una de sus obras más emblemáticas, el citado El Sarantontón, al que se sumarían otros 93 temas que llegó a grabar, sin contar con las distintas piezas musicales, y las que dejó sin registrar.

El profesor logró su éxito haciendo de su trayectoria un entrañable juego de vida

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Son trabajos como el libro Parchituras y musicogramas, del que ofreció un concierto en el auditorio Alfredo Klaus, bajo el título Suite del soñador. O discos como La Navidad infantil canaria o el de Pacuco Rompehielos, dedicado a su citado amigo Joaquín Nieto.

A eso se añaden cuentos cortos, obras de teatro, funciones de coro o la culminación de su ingenio pretecnológico con la creación del boomwhacker, un conjunto de tubos de distintas medidas sacados de los que se utilizaban para envolver las telas y que dio pie a otro de sus temas, Al son del tubo.

Una idea de su inquietud por ir más allá de los códigos la ejemplariza La cantata de Sventenius de 2006, el que Rapisarda sigue la ruta del fundador del Jardín Canario desde Suecia, “ cogiendo canciones típicas de cada lugar” por el que pasó el botánico, según detalla Piñeiro, cada una en sueco.

El profesor redactó un curioso librito de tiras con las letras transcritas “para que los niños pudieran seguirla”.

El último concierto que ofreció José Javier Rapisarda Arencibia, también en el auditorio capitalino, llevaba por título Bardino, salvemos la montaña, con unas crónicas que reportan un gran éxito entre los niños, pero también entre mayores, basado en la pérdida del estado natural de Tauro, y cuyas notas aún resuenan, junto con la memoria de todos los que lo conocieron, como el profesor que supo hacer de su trayectoria un entrañable juego de vida.

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