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Santa Lucía de Tirajana | Un acontecimiento en el Ateneo Municipal

En la finita infinitud del horizonte

Diana Fleitas Rodríguez en su primera gran aportación literaria muestra

la gran autora que encierra | La palabra vertebra la vida, escribe la poeta

Diana Fleitas y Beatriz Rodríguez. La Provincia

Cuarenta y tres poemas dentro de siete poemarios. Siete poemarios encerrados en un tomo. Un tomo que se adhiere al corazón de una manera singular y que, con suavidad, se deposita en el intelecto. Un conjunto, el que nos convoca bajo el título de Horizonte, que representa el principio de un extenso y florido campo poético que, sin duda, proyectará la figura de su autora, Diana Fleitas Rodríguez.

Confieso que antes de emprender la lectura del poemario formulé la siguiente pregunta: ¿Sobre qué puede escribir una joven universitaria canaria en la segunda década del siglo XXI? Desde el punto de vista lingüístico y vital, puede escribir sobre lo que quiera porque los límites que determinan cuanto corresponde a “sobre lo que deba” y “sobre lo que pueda” son los que ella desee autoimponerse. Por tanto, no era esa la respuesta que esperaba. Yo quería otra: aquella que me situase en el interés creativo de nuestra autora condicionado por la confluencia de circunstancias exógenas (mujer, juventud, universidad, Canarias y siglo XXI) y circunstancias endógenas (su experiencia existencial). ¿Cómo se han combinado estos elementos, dados metafóricos en el cubilete de la inspiración, y se han lanzado en los borradores para ir configurando las líneas poéticas, los horizontes líricos de los versos?

Así estas cuestiones en la valija de las expectativas, me encaminé en la lectura de este libro que, justo es reconocerlo, como epopeya de la visión estética de su autora y de cuanto orbita en su universo de sentimientos y emociones, me ha ido seduciendo cada vez más, quizás porque en no pocas ocasiones me ha permitido “leerme” y “verme”, y esto ya es en sí un mérito que cabe atribuirle: los poemas en los que un lector no puede verse o sentir que aquello bien pudiera escribirlo él (si supiera cómo) están llamados a desaparecer para el destinatario.

Nada de lo que escribe nos es ajeno. No da cuenta de algo que no hayamos sentido ya o que no haya estado presente en la vida de cuantos nos han precedido y nos han de seguir. Pero esto no es demérito alguno porque hace ya mucho que aceptamos en literatura, sobre todo en poesía, que nada nuevo bajo el sol hay; que poco importa el “qué” cuando nuestras atenciones han de estar en el “cómo”. Reconozcamos, en este punto, que la más célebre, el más aplaudido, la más leído o el más ignorado vate no pueden hacernos llegar novedad alguna en materia de asuntos intrínsecamente humanos. Pero sí, en cambio, podemos reclamarles que nos cuenten, desde su perspectiva, su cosmovisión, su proyección particular, lo que ya sabemos, lo que tenemos claro que poseemos. El propósito no es otro que comprobar si nos solidarizamos o no con lo expresado, si han dicho aquello que no sabíamos cómo verbalizar; en suma, para “leernos” y, por extensión, para “vernos” a nosotros mismos en el espejo de las páginas. Diana cumple a la perfección con la tarea de emisora que le corresponde en este extenso y complejo libro que representa su primer gran reto creativo, con permiso de Hasta que fuésemos la luz de la luna (2017), su opera prima.

En la finita infinitud del horizonte

El viaje lector debe iniciarse en el índice. Conviene pasear por los enunciados y fijarse, de entrada, en los títulos que conducen a terminología lingüística: sustantivos, pronombres, ella, nosotros, tú, yo…; puntuación, en un poema titulado así: “” (o sea, dos comillas); la voz “ortografía” en el enunciado del tercer bloque. Todo lleva a destacar la relevancia que para la autora debe tener el idioma como instrumento comunicativo. A poco que ahondes en sus versos (pienso ahora en “Querer”), verás esta constante referencia a términos o juegos expresivos que contribuyen a dar forma en nuestra autora a una concepción metalingüística de la poesía.

La lengua como fundamento de la escritura se sostiene sobre la solidez de un silogismo: si la palabra vertebra la realidad y la realidad vertebra la vida, la palabra vertebra la vida. Este razonamiento se une a una convicción que no he podido dejar de notar en ella: como organices los elementos, articularás el mundo. Uno de los mejores ejemplos puede estar en el ya referido poema “”. ¿Te has parado a considerar cómo dos simples comillas encierran un infinito universo de posibilidades comunicativas? Entre estos signos cabe el todo en forma de cualquier palabra; hasta el mismo silencio, que también es información. Mayor compresión y, a la vez, expansión expresiva, imposible.

De todos los usos lingüísticos presentes en el quehacer poético de Diana Fleitas, hay uno que abunda y que considero fundamental para entender el sentido de sus versos: la casi omnipresencia de pronombres. El pronombre esconde el nombre. El nombre es un signo vinculado con una realidad concreta; el pronombre, en cambio, viene a fijar una realidad probable. Es un signo de posibilidad; y toda posibilidad siempre tiene un trasfondo de indefinida sugerencia.

Que el pronombre marque lo posible concede a la obra poética en general un sentido que, de una manera u otra, veo reflejado en el título de este conjunto literario: Horizonte. Me gusta. Me parece que atesora una fortaleza conceptual que, repito, encaja con esa posibilidad de referencia que son los pronombres. ¿Qué es sino un horizonte? Aquello que se ve en la lejanía, que se puede señalar, pero que no es medible, asible, alcanzable ni cuantificable. Su infinitud va pareja con toda la extensión que podemos ver. Jamás llegaremos al punto donde está, pues, como la sombra, camina junto a nosotros. Así es la realidad de los pronombres cuando deciden esconder la exactitud y claridad de los sustantivos.

Veo el título, lo palpo con el intelecto y un mensaje siento que tintinea en mi conciencia lectora: la aspiración de pedir a alguien que uno sea su totalidad y, al mismo tiempo, la de hallar a alguien, sea cual sea el pronombre, que sea tu totalidad. El todo como búsqueda poética de la realización personal es la culminación del tránsito que debería darse cuando se va del pronombre al nombre. Un sustantivo como Horizonte arrastra consigo miles de pronombres, tantos como proyecciones hagan cuantos, como “tú”, asuman su lectura.

Otra incursión en la lingüística como fundamento expresivo y, por extensión, estilístico se halla en la dualidad de significados que atesora un significante marcado por un signo de puntuación tan particular para la esencia poética de la obra que nos convoca como son los paréntesis. Las palabras se desdoblan para ser lo que son y lo que pueden ser: de ‘no(s)otros’ surgen “nosotros” y un “no otros”; de ‘a(des)tiempo’, “a destiempo” y “a tiempo”; ‘abrazar (te)’, “dañar(nos)”, etc. Aunque razones semánticas presiden este juego de significados, no puedo dejar de sentir que algún vínculo cabe asociar con el campo fonético, con los sonidos, con el código que el aire transporta y que comparte canal con ese regalo de los dioses tan valioso como el mismo fuego, diría a Prometeo, y que, entre vocablos asociados y evocaciones, en este libro está muy presente: la música.

Por deformación lectora, reconozco que incurro de manera inadvertida en el error de leer textos líricos aceptando de manera apriorística que la persona destinataria de la experiencia lírica es una mujer, cuando puede ser un hombre o, bien mirado, alguien que ha de ser indefinido en el aspecto sexual y genérico. En “Nacer, vivir, morir”, por ejemplo, ¿quién asume la exposición? ¿Quién habla a quién? ¿Un hombre a una mujer? ¿Viceversa? ¿Dos mujeres? ¿Dos hombres?... ¿Importa en realidad quién sea?

Presta atención a la voz expositiva, la voz declarante, la voz que calificaríamos en un relato como “narrativa”. Alguien “cuenta” la experiencia lírica. ¿Quién? Conviene atender a esta cuestión porque en poesía suele asociarse a la autoría del libro y esto, a mi juicio, no debería ser así. Si enlazamos la figura de quien nos habla en este poemario con la de Diana, el universo expansivo de la experiencia lectora, que abarca la interpretación y la connotación, se vería reducido y harían inevitables conclusiones inexactas e improcedentes, como determinar la existencia de vínculos biográficos donde solo hay imágenes e impresiones formalizadas en mensajes poéticos.

Esa voz declarante a la que aludo da forma a unas líneas líricas centradas en un instante del que no sabemos cuándo se produjo ni cómo sigue tras la expresión poética. Leo los versos de Horizonte y, en muchas ocasiones, me planteo que son, en sí mismos, composiciones “in media res”; y que, por eso, porque por su brevedad claudican de los principios y los finales de la experiencia poetizada, los suyos son versos análogos al cotidiano acto de asomarnos para ver lo que hay en la calle, echar una mirada rápida a todo cuanto podemos ver, volver al interior y quedarnos con las imágenes dispersas que, sin saber muy bien cómo, se han retenido en nuestra memoria. Más tarde, volvemos a asomarnos para comprobar si todo está tal y como el intelecto lo atrapó la primera vez.

Esas imágenes que nos quedan, impresiones de honda proyección creativa en su conjunto, están impregnadas de un tono oscuro que, como el mar nocturno, se expande y se funde con todo lo que carezca de luz. Horizontes es un poemario oscuro, conviene destacarlo: los campos semánticos presentes en los mensajes poéticos (música, gramática, sentimientos…) son oscuros; y las dualidades antitéticas que se sitúan en los extremos de las balanzas emocionales (libertad frente a esclavitud, día frente a noche, olvido frente a recuerdo, vida frente a muerte…) también son oscuras.

Y, sin embargo, qué giro al final para la esperanza, qué diáfano espacio para la supervivencia del corazón lastimado: los versos son oscuros, sí, pero el testimonio en prosa que cierra el libro, titulado “Volk(arte)”, es en cambio muy luminoso. La travesía por el desierto nocturno de lágrimas, desengaños, tristezas y de evocaciones que conducen a la melancolía de los adioses y a la furia de los “hasta nunca”, concluye con el amanecer de las amistades en torno a una melodía.

Termino. En este ejercicio que he asumido y que me lleva a compartir contigo aquello que considero digno de ser resaltado tras mi lectura de la obra de Diana, llego al punto donde formalizo la antología que todo lector hace cuando lee poemas. Una selección que surge de las abundantes marcas de lápiz (una equis, un asterisco, un subrayado) y de las no escasas anotaciones; y que responde al propósito de salvar a toda costa del posible naufragio de la memoria aquellas composiciones que nos reconfortaron. En esta etapa de mi vida, las piezas de mi particular florilegio son las siguientes:

―“Lugares”. Es el único poema que yo recuerde con una localización espacial muy concreta: Las Palmas de Gran Canaria. La ciudad se proyecta en la figura de una mujer con partituras que camina hacia el Conservatorio (San Telmo, Triana…). La música que porta, cual aroma, inunda los lugares de tránsito.

―De “Brisa” me gusta la idea de que el aire (el canal por donde se difunde la música) da vida; como el soplo divino que, según el mito, convierte en hombre existente al barro.

―“Tú, yo” es uno de mis favoritos, pues se adentra en el valor de lo que, aparentemente, es insignificante. Una conjunción (una palabra que parece estar en franca desventaja frente a la opulencia connotativa de los sustantivos y los verbos), una simple conjunción, repito, determina la diferencia entre la verdadera unidad y la mera complementariedad.

―En “Mitología”, podemos ver cómo la figura de Atlas, quien carga el firmamento, sirve para establecer una analogía sobre los ajustes que deben darse en las relaciones: más que sujetar, lo que procede es abrazar.

― “Olvido desbloqueado” y “Cuestión de tiempo” participan de una reflexión profunda sobre la vida y su inevitable transcurrir; sobre lo que hemos sido, somos y dejaremos de ser.

El último tramo de este viaje de convicciones ya no lo hago de la mano de Diana, sino de Beatriz Rodríguez Rodríguez, la ilustradora que, de manera exquisita, ha dado forma visual a algunos de los cuarenta y tres poemas que se hallan dentro de siete poemarios encerrados en un tomo. Pasea por las páginas donde la imagen sustituye a la palabra. Ahí también hay poesía.

Todo, absolutamente todo, es simple y llanamente poesía. Una poesía que, contigo, en tus manos, en tus ojos, en tu corazón e intelecto, surge para que puedas leerte y verte mientras observas, a lo lejos, la finita infinitud del horizonte.

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