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Gran Canaria es un jardín

Los más de mil litros por metro cuadrado caídos en algunos puntos de los altos del norte han convertido esa parte de la Isla en un vergel de medianías a cumbre

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Naturaleza colorida en el centro de Gran Canaria Andrés Cruz

Era de esperar, pero la realidad supera la expectativa. Las medianías del norte grancanario son un jardín diseñado por pastores, ovejas, y los más de mil litros por metro cuadrado caídos en algunos puntos desde el pasado mes de octubre sobre un territorio que recibió a cuenta del dantesco incendio de 2019 una dosis extra de abono natural. El resultado es una bomba de colores en los altos de Moya, Guía y Gáldar, un menú interminable en cantidad y variedad para los ganados, y unas postales insólitas en una zona que antes del covid estaba en franco declive, y que hoy comienza a bullir de actividad.  

En años de lluvia la hierba es como una marea que sube de costa a cumbre con la cadencia que marcan los meses. El tsunami se inicia con las garujas del otoño, continúa en el invierno envilmando la tierra hasta que culmina el remojo en vísperas del mes de San Juan. En todo ese trajín lo verde empieza a espabilar allá por febrero en las vertientes viradas al sur, donde por la más calor, el pastor Pepe el de Pavón llama la costa, aunque esté en zona de altura.

El frío por el norte y la sombra de la bruma es tanta, que las semillas agazapadas bajo la piel de la isla viven su propia hibernación hasta que los rayos de sol se quedan más quietos.

Pero es en las medianías más altas del norte, en la ribera del mar del nubes, donde en primavera revienta con fuerza esta ola de colores. En los finales de marzo y los principios de abril, que es cuando comienzan a reventar los amarillos relinchones, que son los que hacen de aviso para el resto de los compañeros de viaje. El primero que se asoma a ver qué tal.

Ahí es cuando el resto de la flora dormida se desentumece tras quinquenios de sequía esperando un goterón de engorde que le insufle fuerza para poder salir al aire y prosperar.

Cuando todas las conjunciones coinciden, explotan. Da igual que lleven decenios escondidas. O que por encima le pasen incendios, o las hayan pisado cientos de ovejas, millones con el transcurrir del tiempo. Da lo mismo porque con los percutores adecuados Gran Canaria queda abocada a una catástrofe a la inversa. Un reventón incontrolado de fuegos naturales a nivel de superficie.

El pastor José Mendoza afirma que muy pocas veces había visto el campo igual

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Rojos de amapolas, malvas de mayo, blancos a cargo de tajinastes y hasta matices negros de los cardos negros, que también los hay. Bejeques rezumando como pasteles de risco que son, pitas en erección, culantrillos goteando. Una fiesta.

Y a todo esto, las ovejas. Lo que come una oveja o lo que siempre quiso comer una oveja es lo mismo que lo que ahora alfombra la isla de por dentro y que a poco que tengan una cierta edad, pues no habrán visto en su vida láctea. Son hectáreas y hectáreas de mantel a granel salpicado por islotes de margarita magarza. En todos los cachos, veredos, quiebros, degolladas, lomas y recovecos hay menú a la carta. Sea al oreo, o entre los troncos calcinados de los pinos. En lo todo.

Se les nota hasta en la lana peinada. Pepe el de Pavón le está echando un ojo a su ganado de 500 cabezas que entre grandes y chicas mantiene en el cortijo del mismo nombre, arropado entre Fontanales y Lomo del Palo. Él es de allí, que nació en una casa a la que apunta con un dedo, como también lo es su saga desde el primer versículo del libro Génesis. Y para que José Mendoza diga que muy pocas veces ha visto lo que se está entulliendo sus ovejas es que algo está pasando.

“Hacía muchos años”, explica sin quitarle un ojo a sus joyitas en un cruce de carretera, “se ha visto ni la cantidad ni la calidad de comida, muy pocas veces”. Mendoza subió a la costa, aunque parezca un contrasentido, y se estableció primero este invierno en trashumancia en las cercanías de la presa de Chira. Y en febrero se mudó a Veneguera, siguiendo la ruta de las flores en lo que denomina “un año completo”, en el que por donde quiera que vaya al tuntún de la floración, hay brotes frescos, “de mar a cumbre” insiste.

Pero no solo en cantidad, que es evidente a donde llega la vista, sino también en variedad, al punto que hay cosas que a lo mejor nunca se vieron. Pero lo que está en su catálogo en pocos metros cuadrados del alrededor son, además de las nombradas, especies como el caldo blanco, pariente del negro, lengüillas de oveja, avena y lechuga salvaje, y hasta lo que él llama chivipitas, “una clase de lenteja” pero en formato más menudo.

Pepe el de Pavón asegura que como todavía “estamos a tiempo de más lluvias” este buffet gastronómico y fotográfico podría durar hasta el mes de junio, y a su remolque irán “traficando las ovejas”, en un ir y venir que no solo supone un fenomenal ahorro para el ganadero -“contentas las ovejas, contento el pastor”-, sino el mantener en plena forma a los animales.

Tanta buena noticia repercute en la materia. “La producción no es que sea inusualmente más alta, que ya lo es, sino que mejor aún, se mantiene así en el tiempo, de continuo”, con sus 394 ovejas grandes en producción transformando pétalos en beletén. “Sabor al cien por cien, con más cremosidad, porque no cabe duda que cuando las mantienes a forraje la calidad se resiente”.

Pero no solo está hablando de quesos, que parece que es lo suyo, sino que también se refiere a la carne, “mucho, mucho más rica”.

Algunas de las especies que han florecido llevaban años durmiendo bajo tierra

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Como para mojar con pan. Poco más arriba, y un viaje de curvas y margaritas más, se encuentra la panadería de Juncalillo, a la que se puede llegar siguiendo el engoante aroma del pan al horno de piedra. Allí están en pleno zafarrancho el encargado panadero Jonás García y su compañero Daniel Medina. Son pintaderas de chocolate recién salidas del obrador, galletas de almendras y almendrados, “una amplia gama de queques”, lo mismo de chocolate que de nueces y hasta de zanahoria, y un sinfín de golosinas que rivalizan con la caterva de más flores en la que se encuentra casi embutida la panadería.

Tanto es el asunto, que hasta Jonás, que trajina cuando el horario se lo permite unas tierras algo más abajo, ha duplicado el uso de mascarilla a cuenta de la alergia por polen que le atosiga el año en curso. Aunque una cosa no quita la otra: “está precioso, eso sí”.

Tan precioso está todo, que unido con el efecto expansivo tras el confinamiento covid, el hasta hace bien poco algo adormecido Juncalillo y todo su entorno, desde arriba El Tablado hasta el fondo de Barranco Hondo de Abajo resulta ahora un jardín animado.

Con completos de fines de semana en la terraza del nuevo restaurante del lugar, pero más aún, con aforos al límite en las numerosas cuevas de alquiler, sobre todo los fines de semana.

Sí. Se ve meneo, mucho meneo. Un poco más abajo el arreglo de una casa en obras de mayor entidad, eso sí, con un burro durmiendo arropado por la bruma. Allá un furgón con materiales. Un señor guindado de un póster empatando cables. Otra camioneta en sentido contrario de una ferretería al por mayor.

Esto, entre hierbas, algunas microscópicas y otras tirando a sotobosque. Otras inéditas, por no decir insólitas. Daniel, que nació en El Tablado y sabe de lo que habla, resume: “he visto tipos de flores que no había visto en 30 años, si es que alguna vez la he visto”. Y con eso es que ya está dicho todo.

A la izquierda, en la foto grande, un grupo de ovejas de Pepe el de Pavón pastan entre los cardos y los árboles calcinados muy cerca del cortijo del mismo nombre, entre Fontanales y Lomo del Palo. Arriba, un grupo de magarza en primer plano, en la carretera que une Cueva Corcho, en Valleseco, con el pueblo de Artenara. A la izquierda, el pastor, tras la suelta del ganado cerca de su cortijo, y, debajo, más ovejas de fiesta en otro ganado ubicado muy cerca de Fuente Bruma, en los altos del municipio de Gáldar. |

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